Que el siglo XVII fue de adversidades es de sobra conocido, hasta tal extremo que como toda época o cuestión interesante tiene su leyenda negra. Las tierras españolas e italianas llevaron, quizá, lo peor de aquel periodo crítico, hablándose de decadencia en relación a tiempos anteriores.
En Requena las cosas tampoco resultaron fáciles, y los requerimientos reales causaron muchos agobios. En 1638, la monarquía de Felipe IV ya llevaba casi tres años en conflicto con Francia, cuando todavía luchaba en la guerra de los Treinta Años y en la no menos interminable con las Provincias Unidas de los Países Bajos.
Un 27 de mayo de aquel año, el consistorio leyó una carta de los comisarios de guerra de la ciudad de Cuenca, que ejercía de cabeza de la provincia castellana de su nombre. Las autoridades municipales debían proceder a nombrar cinco soldados para el presidio o punto fuerte de Cartagena, una de las grandes plazas militares del Mediterráneo español.
Tal deber era francamente penoso, pues además de impopular se debían correr con todos los gastos del traslado, cuando el erario local no estaba para mayores alegrías. En las levas pasadas muchos de los obligados habían huido, con no poco disgusto de las autoridades reales.
El servicio militar cada vez resultaba más ingrato en una Castilla agotada. Desde Requena, el clamor no fue menor, y sus autoridades sostuvieron que la localidad se encontraba imposibilitada para cumplir con el requerimiento por haber salido ya muchos soldados, por levas o sorteos, y haber muerto mucha gente ya de enfermedades. Tales azotes castigaban a las gentes de Castilla.
Para no desairar al rey, cosa que no convenía a los regidores perpetuos y otros, se propuso contribuir con cierta suma de dinero para liberarse de las aborrecidas levas. Saldría legalmente de los fondos de propios y la cantidad resultante se repartiría entre el vecindario.
Se pensó en ofrecer unos 500 maravedíes, pero tras concertarse el 27 de junio con el oficial ejecutor de la carga la suma quedó en 110 reales o 3.740 maravedíes, que se consideraron escasos para lo que se toleraba.
Para la Monarquía mejor era pájaro en mano, y los propios requenenses se cargaron todavía más para intentar salvar el mayor recurso de la localidad, sus gentes, que por desgracia no se vieron libres de nuevos sobresaltos.

Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas municipales de 1637 a 1647, nº 3268.