Pensar sobre una aldea, en este caso sobre Los Ruices, precisamente en el momento en que el despoblamiento del interior de España se convierte en tema candente en nuestra sociedad, puede ser un ejercicio saludable. Naturalmente, al tratarse de mi aldea y mi gente, el punto de vista está, en cierta manera, influido por esta pertenencia. Siempre se adopta un punto de vista. La objetividad histórica no es un estado del historiador nacido de un punto de pertenencia neutral, sino que es un fin que cabe perseguir constantemente con mucho esfuerzo.
Esta aldea reúne, además, una serie de condiciones específicas que deben plantearse para futuras investigaciones y reflexiones. Por una parte, está en el interior geográfico de la meseta, en una franja geográfica con condiciones físicas muy concretas. En segundo lugar, desde el punto de vista humano está relacionada estrechamente con aldeas de Venta del Moro, como son Las Monjas y Los Marcos, como resulta, por otro lado, natural al hallarse los límites del municipio de Requena y la Venta a apenas dos kilómetros de Los Ruices. Finalmente, sus lazos institucionales con la Partida de Lázaro, con Campo Arcís y con Los Isidros han sido potentes hasta tiempos recientes. Quizás este aspecto último convierte a la aldea de Los Ruices en un universo de mezclas humanas de todo tipo. No significa esto afirmar una peculiaridad por encima de las otras aldeas; más bien me refiero al mantenimiento de lazos humanos y sociales de toda naturaleza que la han mantenido en conexión con otras aldeas, sin que ello signifique afirmar que sea una aldea especial o más o menos especial que cualquier otra.
Estas páginas fueron escritas originalmente para servir de introducción digamos que de tipo informativo y turístico sobre la aldea. De esto hace ya algunos años. En este año 2017, lo que he hecho ha sido revisarlo y añadir los párrafos precedentes, pero nada más. Algunas otras noticias históricas apenas tendrían sentido en este escrito y por esta razón no han sido añadidas.
Emplazamiento geográfico.
Situada a unos 15 kilómetros al Oeste de Requena y a unos 12 de Utiel, Los Ruices constituye una pequeña aldea enclavada al final de un llano que viene a confrontar con el municipio de Venta del Moro y con el de Utiel. Es la carretera de Venta del Moro la que hay que tomar para llegar a la aldea.
El Llano de Los Ruices ha sido convertido a lo largo del siglo XX en campos extensos repletos de viñas, cultivo que ofrece sus frutos en un medio natural con una fuerte tendencia a la aridez, teniendo en cuenta que el clima mediterráneo englobante se encuentra ya en Los Ruices ante un notable proceso de continentalización. Las temperaturas son algo más suaves que en Requena y que en Venta del Moro. De hecho, en Los Ruices la maduración de la uva se adelanta algunos días con respecto a su entorno.
Orígenes.
En la gigantesca encuesta sobre la riqueza nacional que es el Catastro del Marqués de la Ensenada, que en el municipio de Requena se confeccionó en 1752, aparece perfectamente mencionada la Casa de Los Ruices. En dicho lugar, que aparece mencionado como perteneciente a la denominada Partida de Lázaro (a la que pertencían Los Ruices, Los Duques y Casas de Eufemia), ya algunos hacendados requenenses poseen propiedades rústicas. Durante siglos es la reducida aldea de la Casa de Lázaro la que identifica a este territorio. La Casa de Lázaro era una propiedad de la familia potentada García Lázaro, que residía en Requena.
En realidad, Los Ruices, como tantas otras aldeas, posee un pasado algo más remoto. A no más de 1 kilómetro de la aldea se encuentra el paraje denominado El Villarejo, cortado por un barranco. En las viñas de los alrededores han aparecido primitivos restos arqueológicos, preferentemente en forma de cerámica. La presencia de la conocida teja romana induce a pensar en un hábitat de aquel tiempo, pero en algunos cerros y en sus laderas se observa también la cerámica ibérica. El término Villarejo denota la presencia de un poblamiento antiguo, hoy fenecido y sepultado por los sucesivos cultivos. También no lejos de allí, en el borde del Camino de Los Marcos se halla el Cerro de la Peladilla. Este relieve ofrece al visitante un cierto halo misterioso. Pelado en su sector Noroeste, permite apreciar signos evidentes de derrumbe de edificios en la ladera de saliente, así como numerosos restos óseos, cerámicos y de hornos. Una vieja leyenda afirma que el cerro está hueco, y en los golpes de azada de los agricultores provocaban el resonar de su hoquedad, y con él la difusión del viejo cuento del tesoro enterrado por los moros. Una historia inverosímil, pero muy presente en muchos otros lugares de la geografía española. Esta historia se relaciona con la expulsión de los moriscos de la Monarquía de los Austrias, a partir de 1609, durante el reinado de Felipe III. No hay constancia de la presencia morisca en el área de Los Ruices, de modo que el relato legendario de la Peladilla responde probablemente a la difusión global del mito. Dicho mito no es otro que el del famoso tesoro de los moros, presente en todos los rincones del país.
Sin remontarnos tan atrás en el tiempo, el Camino de Iniesta parece tener una fuerte responsabilidad en la situación del primitivo Los Ruices. En efecto, todo parece indicar que las viejas casas de la aldea fueron situadas junto a dicha ruta y sirvieron de posada a los caminantes y trajinantes que atravesaban la Meseta de Requena y Utiel. Precisamente, las casas más antiguas, construidas a base de tapial, se sitúan al borde mismo del camino, sobre una colina de rubial, extraordinariamente firme, y junto a la calle hoy llamada Mayor.
Por otra parte, el trayecto del camino de Iniesta, que atravesaba el río Cabriel por Vadocañas, no está muy claro que tuviera el mismo trazado que la carretera actual, refiriéndonos al tramo ruiceño. De hecho, el camino se desviaba en la Casa de la Rambla para buscar el Desmonte y entrar en la calle Mayor de la aldea. Luego seguía el camino de El Pinar y, frente a las Casas de Salinas, vadeaba el barranco en un lugar de fácil cruce justo en frente de la Casa Caracol.
Esta ruta llegó a ser muy importante en el transporte de mercancías y en el intercambio humano. Desde nuestra perspectiva actual, el Camino de Iniesta es una ruta nutricia –empleando una terminología de Braudel- tanto como una ruta de transmisión humana y cultural; en definitiva, una ruta de intercambios muy complejos. Las dos casas originarias de la aldea, la del tío Eleuterio y la de mis abuelos, Rufino y Pilar, eran en realidad una posada para la gente que transitaba por el camino.
El proceso de colonización de la tierra de Los Ruices.
Entre la segunda mitad del siglo XVIII y 1900, los montes, tanto de pinos como de carrascas, fueron privatizados. Aunque, como hemos visto, existían propiedades privadas de tierra en Los Ruices, la inmensa mayoría del terreno pertenecía al Concejo (hoy diríamos Ayuntamiento) de Requena. Estas propiedades comunales tenían su origen en el siglo XIII y durante centurias el Concejo municipal de Requena había administrado tales bienes. Habían servido como áreas de pastos para los ganados; y también como lugares en los que la gente se podía aprovisionar de leña, carne de caza e incluso llevar a pastar sus ganados domésticos. En aquella época del Antiguo Régimen el sistema de vida era bien distinto al actual y el papel de los terrenos y montes comunitarios era verdaderamente decisivo para muchas familias.
De hecho, la toponimia aún es testigo de un pasado no tan lejano, en el que se refleja el hecho natural y económico. El Carrascal, que se extiende entre el Molino del Risco y el pueblo mismo, es un paraje extenso, llano, que sirvió en otro tiempo de dehesa. El Carrascalejo, situado ya al otro lado del barrio de El Pinar, otro paraje estrechamente relacionado con los pastos, todavía se adivina por la frecuente presencia de carrascas en los márgenes de las viñas. Aunque el Pinar expresa en su mismo nombre el tipo de vegetación que lo caracterizaba.
Estos topónimos eran ancestrales, surgidos en los tiempos en que la riqueza del pueblo era esencialmente ganadera, y desde 1800 cerealística. Así, en la práctica, la presencia de las tierras dedicadas al pan llevar era abrumadora hasta 1940. Las familias, muchas de ellas con 5, 6 y 7 hijos se dedicaban a sembrar y cosechar cereales. Después de la guerra civil (1936-1939), los habitantes de Los Ruices iniciaron un proceso de colonización masivo que acabó por extender la viña, a costa del cereal y de las extensiones de monte. El paisaje actual, hegemonizado por las viñas, es el resultado de este largo proceso de colonización.
Sea como fuere, hacia 1900, prácticamente la totalidad de la tierra de Los Ruices estaba en manos de dos grandes terratenientes. La vieja propiedad comunal del ayuntamiento había desaparecido y las tierras habían sido privatizadas. La mayoría de los habitantes de la aldea eran jornaleros y arrendatarios. Decir que en esta aldea no había desniveles de riqueza sería un grave error, porque algunas familias lo pasaron bastante mal, porque vivían de los jornales. Eran los renteros los que tenían una posición algo más ventajosa, pero sin exagerar.

Los propietarios eran dos aristócratas cuyas propiedades se extendían también a otros pueblos. Eran el marqués de Caro y el conde de Villamar. Ambos terratenientes explotaban sus tierras mediante arrendatarios. Sin embargo, al menos dos factores importantes habrían de provocar la desaparición de los latifundios: la plantación a medias y la orientación de las casas nobiliarias. El sistema de plantación a medias suponía que los campesinos plantaban la totalidad de una tierra para el terrateniente y éste les pagaba mediante la entrega de un pedazo de tierra también plantado de viña. Es probable que las pequeñas parcelas de La Cañada sean el resultado de este tipo de práctica, porque aún es visible un reparto extremo de las parcelas.
Por otro lado, Villamar y Caro reorientaron sus objetivos económicos; como resultado, fueron poniendo a la venta sus tierras. Los mejor colocados para comprarlas eran sus propios arrendatarios, quienes procedieron a comprar las tierras que ellos mismos ya explotaban. Con el tiempo, la totalidad de las tierras de Los Ruices habían pasado a manos de los pequeños agricultores. Era como si la Divina Providencia viniera a premiar, finalmente, un esfuerzo secular del campesinado: la tierra revertía finalmente en quienes extraían los frutos de ella. Hoy, sólo resta en la memoria la denominada casa del Conde, que da la bienvenida al visitante en la entrada al pueblo llegando desde Requena.
Anotemos que los últimos condes se dedicaron no sólo a la explotación de la viña. Eran también mercaderes de vino, que adquirían por ejemplo a los pequeños campesinos de la aldea.
Los arrendatarios fueron los que, poco a poco, fueron adquiriendo terrenos de los grandes propietarios. Muchos habían llegado de La Manchuela, pero otros eran autóctonos y procedían, por ejemplo, de la ancestral aldea cercana de La Cornudilla, así como de las Casas de Soto o de la Casa de la Sima. Aquí encontraron trabajo y posibilidades de crecimiento.
La viña, motor del bienestar.
Efectivamente, a lo largo del siglo XX la viña se ha convertido en la clave del bienestar de las familias de Los Ruices. Nunca antes la economía de la aldea había conseguido prosperar tanto.

En 1900 el casco urbano de Los Ruices está bastante concentrado todavía en el núcleo originario de la aldea, una colina de rubial junto al camino de Iniesta. Estas primitivas casas ofrecen una peculiaridad: de muros robustos, están construidas a base de tapial; también contaban con la típica chimenea de boca amplísima, aunque hoy sólo se conserva en una de ellas: la casa del tío Eleuterio. Como manda la tradición, constan de diferentes elementos: un piso a ras de suelo en el que se distribuye la vivienda, y también la cuadra destinada a los mulos, animales fundamentales en el trabajo agrícola de la familia campesina. En vertical, existe también un primer piso, dedicado a contener los atrojes para almacenar los cereales y la paja; así como para orear el embutido y los perniles, fruto de la matanza de los chinos; es decir, el terrado. La parte trasera de la casa se completa con un corral que permite la cría de animales para el consumo doméstico. En el extremo del corral suele existir un porche que ofrece la posibilidad de guardar de la intemperie aperos y carro.
La casa de mis abuelos, Pilar y Rufino, situada justo en frente de las escuelas, fue reforzada con un muro y un poyo en los años cuarenta. Hasta entonces el acceso se realizaba al montículo a través de unos escalones excavados en el rubial. No hace falta decir que el muro consolidó la colina originaria, que se convertía en un barrizal en los momentos de lluvia.
Ya entonces el pueblo de Los Ruices posee un área de influencia, quizás tejida a fuer de disponer de algunos equipamientos mínimos: la taberna y la panadería, que atraen a gentes de caserías como La Cornudilla, Pino Ramudo, la Casilla Caracol, El Violante, el Molino del Risco, las Casas de Salinas. La Cornudilla parece ser un poblado antiguo; dispone de agua en las inmediaciones, en la rambla del mismo nombre. El agua que bebe hoy Los Ruices procede precisamente de dicha fuente. Incluso de la vecina Casas de Cuadra llegaban vecinos a comprar el pan a Los Ruices, en el horno que el tío Julián tenía en la Placetilla.

Pino Ramudo es un poblado situado más arriba de La Cornudilla, antes de llegar al de Peña Horadada, en un camino que venía a desembocar en la Casa de la Viña, dispuesta en la ruta hacia Utiel. La Casilla Caracol pertenecía a una familia acaudalada; algunas chicas de Los Ruices sirvieron como criadas a los amos de la finca. El médico de Requena don José González pasaba algunos veranos en esa finca de su propiedad e incluso atendía algunos enfermos de la aldea. Con el tiempo, la Casilla pasó a manos de un rico empresario valenciano, Manuel Taberner, quien la modernizó y cambió su nombre por Pino Grande.
El Molino del Risco surgió por la iniciativa del Risco, un agricultor que pudo amasar cierta fortuna y decidió instalar un molino de yeso. Durante años el yeso existente en las tierras del área proporcionó la materia prima para elaborar dicho material de construcción. Aunque existieron hornos de extracción de yeso de la piedra por todas partes. Aún es posible verlos en los márgenes de las viñas actuales. Las ruinas del Molino son hoy testimonio de un pasado bien diferente del actual. La desidia, el abandono y la maldad están acabando con el vestigio más relevante de una economía más diversa que la actual.

No es algo secundario la explotación del yeso. El tiempo dorado del molino de yeso del Risco y en general de la explotación de los yacimientos de yeso abarca dos décadas, entre 1940 y 1960. Familias enteras de la aldea se dedicaban a la extracción y horneado del yeso. Muchos alternaban este trabajo con las tareas de la agricultura, sobre todo en un tiempo en que los cereales permitían disponer de tiempo en blanco. Yesares hubo entre la aldea y la Casa Sancho muchísimos; no sólo el Risco, sino yeseros particulares se dedicaban a esta actividad. Requena, Utiel, Caudete eran el destino de carros cargados de yeso cocido en Los Ruices. La construcción del antiguo edificio del ayuntamiento requenense se hizo con los carros de yeso que cada día llegaban desde el Molino del Risco.
Las fiestas de Los Ruices, dedicadas a la Virgen del Milagro, se celebraban anualmente el 23 de mayo (hoy, tienen lugar el 1 de mayo). Las poblaciones circundantes acudían a las mismas, lo que creaba una comunidad de intereses y expectativas y veía sellarse nuevas relaciones personales y unidades familiares. Hasta la llegada de los automóviles las idas y venidas a las fiestas de las diferentes aldeas eran realizadas en el mejor de los casos mediante el carro y el mulo; muy frecuentemente la gente se desplazaba simplemente andando. El intercambio era recíproco y, así, mientras no existió escuela ni maestro en Los Ruices, los chicos y chicas del pueblo iban a clase a casa del maestro de La Cornudilla, bajo pago de dichas clases naturalmente. Durante las épocas de racionamiento, Los Ruices desempeñó la función de núcleo centralizador ante las poblaciones ya mencionadas.
Pero ya que hablamos de fiestas, no debemos soslayar que también los quintos de la aldea celebraban sus fiestas. Las zahoras que realizaban se celebraban en muchos sitios, pero uno de ellos fue la Casa Juana, una casa pequeña que todavía sigue en pie a la entrada del pueblo.
La postguerra fue inmisericorde con las pequeñas poblaciones del área alrededor de Los Ruices. La Cornudilla se despobló; algunas familias se instalaron en Los Ruices, otras fueron a otros pueblos. La población del Violante aguantó hasta los años 1980, y entonces emigró a Utiel. En la Casilla Caracol, la gente se marchó a Los Ruices, que dista un kilómetro, y sólo quedaron los trabajadores de la finca. Los de Pino Ramudo se dirigieron a Utiel. Y el Molino del Risco se quedó tal y como estaba, esto es, con la casa del Risco, la de los encargados, y los equipamientos del Molino; en los años 70, los Cabilderos construirían una pequeña caseta junto a la del Risco.
Así que desde 1930, el crecimiento de Los Ruices como pueblo fue impulsado por dos conjuntos de factores. Por una parte, es indudable que la llegada de familias provenientes de los caseríos mencionados hizo crecer el número de casas. Pero, por otro, el factor decisivo fue las ventas de tierras realizadas por los grandes terratenientes, marqués de Caro y sobre todo el conde de Villamar. Estas ventas permitieron a pequeños campesinos acceder a su secular aspiración: la propiedad de la tierra. Aunque durante algún tiempo mantuvieron la ancestral dedicación a los cereales, las oportunidades de negocio abiertas a la viña les empujaron a imitar a sus vecinos de la Meseta de Requena y Utiel. Entre 1930 y 1970 las tierras de Los Ruices pasaron a ser cultivadas de viña y también se realizaron las labores de roza pertinentes para cultivar algunos montes. En poco tiempo, el paisaje sufrió una transformación radical.
Las familias llegaron y construyeron su propia casa. Cada uno la realizaba a su propio ritmo. Unos la realizaron con relativa rapidez mientras que otros tardaron varios años, en función de su disponibilidad económica. El aspecto que hoy ofrece el pueblo, con las casas algo separadas entre sí –especialmente en torno a la iglesia y en otros puntos- es el producto del mecanismo de crecimiento adoptado. En efecto: durante aquellos años, don Vicente Viana (conocido popularmente como el tío Vicente) vendió terrenos a las familias campesinas para construirse casa y corral. Su familia había recibido en herencia buena parte de la vieja finca del conde.
En definitiva, este es el origen de los tres barrios que actualmente componen Los Ruices: el Barrio, núcleo de origen, que crece hacia la carretera y hacia el Pinar y la Casa Juana –que es la caseta existente a la entrada de la población viniendo desde Requena; el Barriete, compuesto por las casas que hay tras la iglesia, que fue construida en el momento en que crecía el pueblo (1943); y finalmente El Pinar, un pequeño sub-núcleo de casas alejadas del resto unos 300 metros.
La iglesia –o ermita, como es denominada en los planos de la construcción, guardados en el Archivo Municipal de Requena- fue edificada en 1943, precisamente en la inmediata postguerra, en la que se dieron cita dos factores relevantes. El primero de estos factores era el crecimiento del pueblo, impulsado por la llegada de nuevos pobladores y el ascenso de la viña que estaba desposeyendo de su trono a los cereales. El segundo de los factores, tan decisivo como el anterior, tiene que ver con los acontecimientos de la Guerra Civil (1936-1939). Al terminar el conflicto estaba claro que las tres poblaciones de la ancestral Partida de Lázaro, cuyo núcleo era la pequeña aldea de la Casa de Lázaro, deseaban marchar independientes, prescindiendo de la sede parroquial de Casa Lázaro, lugar que había desempeñado el papel de núcleo aglutinante de las poblaciones separadas entre sí. Los objetos y elementos de culto de la ermita de Lázaro fueron repartidos y cada aldea edificó su propia ermita. La iglesia existente en Los Ruices hoy es la mole que ha sustituido a la pequeña ermita de los años 1940, después que se produjera su deterioro y s evidenciara la necesidad de derribar el viejo edificio. En la construcción de la nueva iglesia participó el pueblo entero.
Vino: del individualismo al cooperativismo.
La conversión de la tierra de cultivo en viñas y de una parte del monte es el proceso clave del siglo XX, raíz del crecimiento del pueblo y esencial también en su despoblamiento. La elaboración del vino corrió a cargo de las mismas familias productoras de uva. El vino se elaboraba en trullos particulares y finalmente era vendido a comerciantes que llegaban al pueblo. Existen dos tipos de trullos en el pueblo:
– El dominante permite la elaboración del vino desde su acceso en la parte superior. Unas tablas colocadas en la boca permiten el acceso de los bodegueros para realizar las diferentes tareas.
– Mientras que el tipo anterior es una hoyo realizado en tierra; el segundo tipo aprovecha el desnivel del terreno para crear una boca en la parte baja del depósito con el que realizar los trasiegues correspondientes. De este tipo existen dos: uno en el Pinar y otro en el barrio viejo, en la Placetilla, en la vieja casa de la tía Petra y Gerardo.
La bobal y la tardana son durante décadas, prácticamente hasta la década de 1990, las variedades dominantes. La tardana es una uva blanca autóctona, que en otro tiempo estaba dedicada a uva de mesa. El vino de tardana es un vino recio, que las bodegas de elaboración de cavas aprecian por su calidad. Durante años la bodega ha nutrido a las bodegas catalanas de vino blanco que se destinaba a la elaboración de cava. En la actualidad es Los Ruices la única población que aún elabora vino con esta uva propia de la comarca de la Meseta de Requena y Utiel. El tiempo de la tardana parece haber pasado ya; nuevas variedades, como el macabeo, son la base actual de la elaboración del remunerador cava, y el avance de su cultivo en los últimos años es tan potente que parece imparable. ¿Nadie saldrá en defensa de una variedad tan generosa como la tardana? ¿Acaso alguien puede dudar de su potencialidad? Es más ¿alguien duda de la calidad de su vino?
Los agricultores del pueblo elaboraron durante mucho tiempo el vino en sus trullos particulares. En la segunda mitad de los años 1950 finalmente los agricultores se unieron en una cooperativa, cuyo nombre será hasta hoy Cooperativa Agrícola Ruicense Nuestra Señora del Milagro. El cooperativismo supuso un notable aumento del bienestar del pueblo, porque permitió defender mejor los intereses de los productores. Además, la cooperativa fue durante décadas el motor de otro tipo de transformaciones: se dotó el no sólo de la bodega junto a la Rambla, con su correspondiente maquinaria; sino que también puso en marcha su propia sección de crédito, sistema de aprovisionamiento de abonos, sulfatos, etc. La propia cooperativa poseyó un tractor John Deere destinado a desfondar los terrenos con destino a ser plantados de viña.
Precisamente los agricultores de Los Ruices comenzaron la mecanización a mediados de los 1960, cuando compraron los primeros tractores. Las mulas comenzaban una rápida retirada. Y en la mentalidad de muchos aparecía el contorno del mundo moderno, por mucho que las mentes apegadas a las tradiciones agrarias auguraran un negro futuro con una maquinaria tan endiabladamente moderna como la que se incorporaba al trabajo de la tierra.
El pueblo se dotó también de las escuelas, que se componen de un edificio con el aula, el patio y la casa del maestro. El aula era única, y la introducción de la Ley Educativa de 1970 supuso que los escolares fueran trasladados desde 6º de la EGB a Requena, en la Escuela Hogar en la que residían de lunes a viernes. Hoy se utiliza como lugar de reunión de los vecinos y centro médico.
El declive demográfico desde 1990.
El universo aldeano de la meseta ha sufrido un declive acusado desde el inicio de la década de 1990. Los Ruices han sido cogidos en esta oleada de emigración. Los móviles de la misma son los habituales en otros lugares de España; es decir: la búsqueda en Requena y en Utiel de equipamientos sociales, en forma de colegios, institutos para los chicos; asistencia sanitaria; supermercados, etc. La modernización de los medios de transporte y de las carreteras han proporcionado los medios a este abandono de la aldea, al permitir a muchos agricultores residir fuera.
Por otra parte, Los Ruices había sido duramente atacado por un proceso de emigración desde los años 1960 y 1970, al producirse un nuevo período de industrialización del país, en el que las grandes ciudades, especialmente las cabezas de provincia, se convirtieron en lugares de atracción para gente que buscaba nuevos medios de vida. Este era un proceso generalizado en toda España, el llamado desarrollismo fortalecedor de la periferia y raíz del actual fenómeno de terciarización.
El proceso modernizador sigue su curso. Los tractores han visto surgir todo tipo de maquinaria a su alrededor, que han permitido aligerar las tareas del campo. Pero el proceso de mayor onda expansiva ha surgido de la introducción del riego por goteo, como manera de evitar las persistentes y crueles sequías que maltrataban las economías de las familias. Una nueva organización colectiva se dedica al tema del riego: la Comunidad de Riegos de Los Ruices, cuya sede se encuentra en la calle Mayor. Las consecuencias del regadío son visibles en el paisaje:
– Emparrado de las viñas y fuerte mecanización del conjunto de las tareas agrícolas. Hoy este proceso está muy avanzado y emplea a muchísima menos mano de obra que hace sólo diez años.
– Sistema de goteo con casetas repartidas por todo el término. En su momento requirió la construcción de un imponente sistema de canalización del agua que llega a cada una de las cepas.
– Transformación de la distribución de la tierra, que ha producido una mayor concentración de la misma.
– Nacimiento de una nueva cooperativa que elabora vino. Se trata de la Cooperativa de Viticultores de Los Ruices, nacida de la iniciativa de un grupo de agricultores escindidos de la vieja bodega del pueblo. El proceso de ruptura de la Cooperativa Agrícola Ruicense causó en su día numerosos sinsabores, sobre todo porque los lazos vecinales y familiares entre la gente eran intensísimos. El tiempo ha impuesto la realidad: el emprendimiento continúa adelante y la elaboración de vinos de calidad se abre paso en dos bodegas.
Una propuesta sobre rutas para el relax y la admiración paisajística.
Los Ruices es hoy un pequeño pueblo incorporado a la modernidad. Su entorno paisajístico de viñas y montes, junto a los paisajes de ribera en sus ramblas invitan a realizar paseos y rutas en bicicleta. Sirvan como sugerencias los siguientes:
– El camino de Los Marcos, pasando por el cerro de la Peladilla, que contiene importantísimos restos arqueológicos con señales de fortificación, es un recorrido entre viñas y rodales de monte, adentrándose en el origen del Barranco de las Zorras.
– La excursión cercana al Cerro del Muerto, lugar también de restos arqueológicos, hoy existentes en el Museo Municipal de Requena. Se puede completar con el acceso al barranco de las Zorras, un topónimo de largo alcance en el tiempo. Si alguien desea cruzar la carretera y visitar el Cerro Misa, podrá después volver al pueblo a través de la Casilla Caracol.
– La ruta del camino de Utiel, que se bifurca en las Migueletas hacia Utiel o hacia El Prado, cuyo paisaje es bien interesante. Los manantiales que existen en esta zona, próxima al paraje del Perrenchín, son una imagen extraordinaria en tiempos donde la sequía ha hecho guardar su sombra.
– El camino de La Cornudilla-Pino Ramudo- Peña Horadada-El Violante. Una ruta hoy muy transitada, especialmente porque hay mucha gente que llega animada por la atracción de la Casa del Ruido, entre las ruinas de la aldea de La Cornudilla. La visita a estos viejos caseríos, hoy ruinosos, no defraudará a nadie, porque transmiten la imagen de una época en que la dispersión de la población era la norma con el fin de explotar la tierra.
– La visita a las ruinas del Molino del Risco y la contemplación del barranco de la rambla en el Puente Chamari para admirar los estratos realizados durante milenios por la Tierra. Viejos molinos de yeso como este y los cocederos que se extienden alrededor –de los que ya van quedando pocos- son los testigos de una vieja economía que permitió la vida de muchas familias. Se puede así comprobar cómo la tosca, esa piedra con la que está construido parte de Los Ruices, es la piedra sobrante de la explotación del yeso; se trataba de una piedra inútil para hacer el yeso, pero ideal para construir por su abundancia. Profundos hoyos excavados por el hombre revelan que extraer el yeso no era precisamente fácil, porque podía hallarse a veces a bastante profundidad.
– El camino de Casas de Cuadra, que permite conectar con La Muela y sus restos arqueológicos. No es, como hemos mencionado aquí, el único yacimiento arqueológico de la zona, pero sí muy significativo. Acceder a Sisternas y visitar el Museo de la Vida Rural puede ser muy gratificante. Desde los viejos trullos, hasta la paridera, pasando por los objetos habituales de la antigua vida aldeana seguramente impresionará a muchos.
– Finalmente, es sumamente interesante internarse en las ramblas y barrancos y seguir su curso, observando plantas y guaridas de animales. La rambla de los Calabachos es muy interesante, entre otras razones porque todavía es posible admirar las emanaciones de agua en su propio cauce, a veces casi a borbotones, cuando uno se va aproximando al Prado.
Al cerrar estos párrafos sobre la aldea en la que me crié y en la que está siempre mi mente, me viene a la cabeza la idea de por qué esta aldea ha prosperado tanto que ha terminado en el éxito de su gente y quizás menos de su aldea. Hombres y mujeres excepcionalmente trabajadores, forjadores de haciendas desde la nada, basadas exclusivamente en una inversión de trabajo enorme; eso es Los Ruices, esa es mi gente y esa es mi aldea.