Civilización y barbarie en el finiquito del Antiguo Régimen.
A la muerte de Fernando VII falleció algo más que un simple monarca. Fue también el toque de difuntos de toda una Era, el Antiguo Régimen, que ya había dado sobradas muestras de extenuación antes de 1833. Es bien sabido que el pleito por su sucesión tuvo al final un alcance mucho mayor, el de la lucha de los liberales contra los que se aferraron a los vestigios del Antiguo Régimen, los carlistas.
Los de don Carlos pretendieron formar un verdadero ejército real, con sus distinciones y normas, pero al final conformaron en muchos casos ágiles partidas que desafiaron con éxito a sus contrincantes. Los seguidores de Isabel II se arrogaron también elevados ideales y algunos oficiales de su ejército proclamaron combatir por una causa cristiana. Tampoco tuvieron empacho en tachar de caribes a sus enemigos, como si de una contienda colonial se tratara.
La dura guerra de siete años tuvo muchos episodios de barbarie, al modo del fusilamiento de la anciana madre de Ramón Cabrera. En nuestra comarca, la ejecución de catorce milicianos nacionales de Requena en Camporrobles causó una viva indignación. En aquel tiempo brutal, muchas cosas cambiaron y otras se vieron sometidas a durísima prueba.
La Dolorosa Vera Cruz.
Por aquellos días, el Paso de las Angustias era el más cotizado, como si de un símbolo del estado de la cofradía de la Vera Cruz de Requena se tratara. Bien podemos decir que si Nuestra Señora de las Angustias padeció los Siete Dolores en vida de Jesucristo, la hermandad también sufrió sus siete dolores, en el septenio de la guerra, a lo largo de aquel tiempo de guerra, empobrecimiento, revolución y cambio.
El Dolor de no recuperarse.
Entre 1830 y 1833, los sucesivos abandonos de cofrades de la Vera Cruz por distintas circunstancias no desanimaron a algunos. Nicolás Pérez Correa, en 1832, hizo postura por la Oración del Huerto o por el Cristo Enarbolado Antonio Romano. La devoción por las imágenes se mantenía a despecho de los vaivenes políticos y económicos.
En la junta del 15 de abril de 1832 se hizo expresa referencia a la “crecida porción de hermanos que asistieron”, por mucho que las contabilidades no confirmen tal aserto, que tiene todo el aire de formulismo vacuo. Otras veces, como en la junta celebrada el 12 de abril de 1829, también se emplearon tales palabras, que carecieron de efectividad auténtica. Este ambiente de atonía previo a la I Guerra Carlista contrasta con los claros síntomas de recuperación de energías de la vida municipal, en la que los prohombres locales empezaron a reclamar y tener un mayor protagonismo que el hasta entonces reservado por el absolutismo fernandino.
El Dolor de contar con cada vez menos hermanos.
En el anterior capítulo, vimos como individuos del cabildo eclesiástico cada cobraron mayor peso al calor del menguante número de cofrades, ciertamente sangrante en comparación con los mejores momentos del siglo XVIII. El 31 de marzo de 1833 el canónigo Luis Ejarque determinó la entrega de 500 reales de limosna por faltar empleados en los oficios, andadores y cereros.
Las cosas no mejoraron, ni por asomo, con el laborioso triunfo del liberalismo a lo largo de los años de guerra contra los carlistas. En la junta del 4 de abril de 1841 se constató con pesar que muchos hermanos se habían separado de la Vera Cruz y su número casi se reducía al de los empleados en sus responsabilidades. Implícitamente, se apuntaron razones económicas en tal descenso, cuando se decidió volver a percibir un real anual de limosna a unos cofrades a los que se prometieron las preeminencias tradicionales.
Fue elocuente y simbólico que entonces al anciano y achacoso Manuel Palao resignara la secretaría de la Vera Cruz, que fue asumida por Marcos Solano con no escaso compromiso.
El Dolor de quedar sometida al dictado del gobierno.
Las autoridades isabelinas, antes del triunfo pleno del liberalismo, se esforzaron en controlar de la manera más precisa instituciones, recursos y personas por las circunstanciad bélicas, pero también para emprender una nueva ejecutoria de gobierno, que algunos autores han entroncado con el reformismo ilustrado.
En noviembre de 1833, el secretario de Estado de Fomento Javier de Burgos estableció la división provincial, en la que Requena quedó por el momento en la provincia de Cuenca. El subdelegado de Fomento ordenó a su Ayuntamiento en 1834 que la Vera Cruz entregara todos sus efectos, que no obstante le fueron devueltos aquel año para celebrarse las procesiones. La autoridad central del acosado Estado se hacía bien presente.
El Dolor de la exclaustración de los carmelitas.
Desde el comienzo de la hermandad, la presidencia de la misma había correspondido al prior del Carmen de Requena, como ya hemos visto. Todavía en 1835 ejerció tal función el provincial carmelita y prior del convento requenense Francisco Vicario, pero la aplicación de las medidas desamortizadoras de Mendizábal cambió la situación.
El 27 de marzo de 1836 en la sacristía del suprimido convento del Carmen se reunió la junta de la Vera Cruz, presidida esta vez por el cura párroco de San Nicolás José Castro Otáñez, figura de gran relevancia en el catolicismo local de aquella época, que pronunció la plática de aquel año. Supo establecer lazos con instituciones y personas del liberalismo triunfante, preservando importantes volúmenes de las suprimidas bibliotecas monásticas locales.
Sintomáticamente, la presidencia no recayó en el abad del cabildo eclesiástico Pedro Martínez. Cuando tal responsabilidad recayera en el inquieto Toribio Mislata, se alcanzaría un ponderado acuerdo. La presidencia de la Vera Cruz volvería a recaer en 1839 en el antiguo prior Francisco Vicario por autorización de José Castro Otáñez. Todo un encaje de bolillos del grupo eclesiástico requenense en pro de la reconciliación interna.
El Dolor de las procesiones.
Las procesiones no dejaron de celebrarse en la Requena coetánea, pero se vieron afectadas por las difíciles circunstancias generales y particulares de la Vera Cruz. A 4 de abril de 1830 se saldó la junta sin ninguna postura por los Pasos y en 1836 volvió a darse la misma situación. Alarmas como la del 11 al 13 de junio del último año de las partidas carlistas del Bajo Aragón no propiciaron precisamente tales oficios.
Las posturas marcaron, en consecuencia, una línea declinante: 135 reales en 1833 (correspondiendo 64 al Paso de las Angustias), 60 en 1835 y 70 ofrecidas por José Erráez por las Angustias a la espera de la mejora de la postura.
El Dolor de la pobreza.
La falta de dinero se hizo evidente en medio de una Requena castigada por los gastos bélicos y los requerimientos de contribuciones y atrasos. De entrada, la Vera Cruz debía a Antonio Ynarejos 653 reales en 1831. Vistas las cosas en perspectiva, el derrumbe fue claro:
Ejercicio contable | Ingresos | Gastos |
1835 | 1.350 | 1.362 |
1842 | 348 | 334 |
La situación fue, como se ve, muy apurada. De 1836 a 1841 el mayordomo Vicente Teruel agrupó los 1.002 reales de magros ingresos, gastados íntegramente. Las partidas cayeron notablemente. Aunque la limosna de las túnicas alcanzó los 692 reales en 1835 y la del pueblo los 481, Toribio Mislata propuso ceder completamente en 1840 para rehacer las quebrantas arcas de la hermandad el pendón, la limosna del pueblo, del platillo, de los Pasos, cincuenta túnicas nuevas y el sobrante de cuatro hachas tras las procesiones. El buen propósito no alcanzó el resultado esperado.
El Dolor del desinterés y los fieles de la Mater Dolorosa.
En el fondo, aquel marasmo fue la culminación durante la I Guerra Carlista de un desinterés cada vez más marcado por la cofradía entre los requenenses, que se remontaba a los tormentosos tiempos de Fernando VII. En 1842 apenas había veinte hermanos.
Con todo, la devoción por la Vera Cruz no feneció por completo. En 1835 los oficiales de la Milicia Nacional tuvieron a bien conceder 20 reales de limosna de cera. Personas como Cándido Justotuvieron el valor de asumir la dignidad de alférez de cara al incierto 1840. Su actitud haría posible, pasados los años, la resurrección de la Vera Cruz. El anónimo ciego que por 6 míseros reales cantó en la procesión de 1842 no entonó un réquiem. La Mater Dolorosa sobrevivió al mundo que contempló su nacimiento.

Fuentes.
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Nuevo de la Vera Cruz.