Tomar vecindad.
Hacerse vecino de una villa castellana como la de Requena en el siglo XVII no fue cuestión baladí. El goce de los privilegios y de los bienes municipales debía honrarse debidamente con la asunción de las cargas comunitarias. No todos los pretendientes reunían las condiciones de honorabilidad para sentar plaza.
Para evitar fraudes y abusos se estipuló que todo pretendiente debía de presentar su solicitud al municipio para que en ayuntamiento la valorara el regimiento. El pretendiente hacía constar sus circunstancias personales y venía acompañado de una especie de fiadores o avalistas, vecinos que daban fe de su buena voluntad y que podían responder de sus errores. Tanto la solicitud como su resolución se anotaban en los órdenes del día de las actas municipales cuidadosamente. A comienzos del siglo XVII el trámite nunca superó el medio año.
Una vez que se tomaba vecindad, se daba de baja al interesado en la localidad precedente a todos los efectos. En la primera mitad del XVII abundaron las solicitudes de individuos establecidos en Utiel. Sin embargo, el 13 de septiembre de 1649 se dio curso a una petición poco común.
Los servidores del rey en Milán.
El rey Felipe IV se dirigió al corregidor de Requena don Agustín de la Cerda, la máxima autoridad real en el municipio, en aquella fecha para que se diera debida carta de vecindad a Francisco de Mendoza, Juan, Agustín, José y Francisco de Montoya, Vicente de Molla y Francisco Tiznado.
Habían servido en las guerras de los Estados de Milán en los tiempos del gobierno del marqués de Velada don Antonio Sancho Dávila de Toledo (1643-46). Este experimentado militar en el Norte de África y en Flandes, había rechazado la acometida del príncipe Tomás de Saboya. Cuando retornó a España, el marqués fue consejero de Estado de Felipe IV y como buen patrón no se olvidó de sus servidores más allegados. No en vano años más tarde gobernó el Consejo Supremo de Italia.
El estratégico Milanesado.
Desde tiempos de Carlos V la casa de Austria se había hecho con el dominio del ducado de Milán, que a partir de Felipe II pasaría a la rama española de la familia.
Los Estados de Milán resultaron de gran valor para la hegemonía hispánica en Italia y para las comunicaciones entre sus posesiones mediterráneas y al Norte de los Alpes del Franco-Condado y de los Países Bajos (el llamado Camino español). Francia y los rivales italianos intentaron quebrantar este verdadero bastión del imperio español, que según los planteamientos geo-estratégicos de los círculos de gobierno de Madrid evitaba la agresión directa contra la península Ibérica.
En 1613 el emperador Matías de Austria invistió a Felipe III con Milán, en teoría un feudo del Sacro Imperio Romano Germánico. Los españoles mejoraron su Camino desde aquí a través de la suiza Valtellina y se enfrentaron a los duques de Saboya y a Venecia entre 1615 y 1618. Libraron la correosa guerra de sucesión de Mantua (1628-31) y a partir de 1635 se entró en guerra abierta contra una Francia que alentaba muchas de las maniobras contra el Milanesado hispano.
Su gobernador, como fuera el propio marqués de Velada, ostentó el título de capitán general, considerándose la principal autoridad militar de la Italia hispánica. No en vano el archiduque Alberto de Austria había solicitado desde Flandes su gobernación para don Ambrosio de Spínola en 1610.
Sus 5.000 infantes y los 1.000 jinetes de caballería pesada y ligera de tiempos de Felipe II, sin contar los artilleros de las fortificaciones, se acrecentaron a un total de 20.000 efectivos entre 1615 y 1618 y alcanzaron los 35.000 en 1640. El alojamiento de semejante fuerza ocasionó no pocos problemas. Entre los soldados españoles tuvo gran reconocimiento, pese a todo género de abusos, el sentar plaza como soldado en el castillo de Milán.
El retorno a España.
Entre los veteranos del Milanesado nos encontramos a los susodichos, que regresaron a la atribulada España de Felipe IV con sus mujeres e hijos. La vida familiar no fue fácil para los soldados.
Al final lograron que se les reconociera la vecindad en Requena. Quizá aquí o cerca tuvieran raíces familiares. A partir del 13 de septiembre de 1649 podrían ejercer los oficios municipales como vecinos que satisfacían los pechos. Expresamente se les reconocía el derecho que sus caballerías no fueran embargadas, un derecho por el que pugnaron ante las autoridades reales no escasas localidades de Castilla y Valencia. Puede que el rey o sus consejeros sintieran necesidad próxima de los servicios de unos veteranos de la caballería en el reñidero milanés.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA, Documento 11.426.
