Salíamos al “recreo” a jugar, el colegio tenía dos patios, en uno estaban los Willys y en otro los Iguales. ¿Yo era Willy o era Igual?
La sociedad infantil en el Colegio Alfonso X el Sabio de aquellos años 70 se empezaba a formar de una extraña manera que yo no comprendía, porque en el calor de la familia no lo había visto. Para los niños de aquel momento había dos mundos diferentes, el mundo de las ropas de marca “Guay” y el mundo de la marca “El Pato”.
Mi salida al “mercado” colegial requenense fue como el toro golpeando el burladero. Vallas, público, toreros, picadores, no sabía a dónde topar, y me daban capotazos por todos lados. Como ignoraba el asunto del tipo de ropa que había que lucir, un día me dirigía hacia los Willys, y otro día hacia los Iguales, pero no sé, quizás no tuviese continuidad ni con unos ni con otros, así que me convertí en la típica oveja descarriada que pululaba fuera del rebaño.
Un día decidí probar a llevar un pantalón de marca, a ver si cambiaba mi sistema de vida social colegial, y acepté la propuesta de mi madre para comprarme algo que estuviese en boga. Allá que me fui con mis pantalones al uso y costumbre. Entré en el entretejido sistema socio-colegial con mi nueva presencia y, …… , seguía siendo el mismo, pero con unos pantalones con nombre de un inglés o quizás de un monte de Ayora, cosa que ahora no recuerdo.
En verdad que recuerdo a mis compañeros de colegio y profesores de aquella época, pero no recuerdo qué marca de ropa llevaba.
Con mi adquisición de pantalón de marca, siguieron existiendo dos recreos, uno de marca “Willys” y otro de marca “Iguales”, y yo seguía siendo un espíritu errante. Por supuesto se hacían partidos de fútbol “Willys” contra “Iguales”, y como yo no pertenecía a ningún clan infantil, o bien era elegido en último lugar si hacía par, o bien no me elegían si hacía impar (y eso que con el tiempo demostré mis dotes deportivas en el equipo de atletismo del Instituto). Incluyo en el paquete social del “espíritu invisible” el que para las chicas no existía, lo cual era un hándicap importante.
Adquirida mi experiencia en este nuevo orden social colegial, empecé a discernir, a observar que entre los niños “visibles”, escudriñando entre líneas sociales, pasaban, paseaban otros niños errantes como yo, en los que la forma de vestir no era lo que les identificaba, sino sus juegos, sus conversaciones, la forma de entablar relación sin obstáculos materiales. ¡Había un mundo paralelo!, no eran “Willys” ni “Iguales”, pero tampoco dejaban de serlo, su ropa no los identificaba, ni les importaba cómo iba yo vestido.
No había que sacar entrada VIP para jugar con ellos, todo el mundo cabía. Jugamos mil veces a “Dola”, a “Churro vá”, aL “Guá”, a “Patatas Fritas”, al “tobogán”. Era el maravilloso mundo de los “niños errantes” donde no cabían los complejos materiales, y sí cabían todos los niños, era el que yo necesitaba.
Como dice la canción “Contigo aprendí…”, a tener una personalidad libre y propia, a que no soy más que nadie, pero tampoco menos que nadie, y sobre todo que:
“LA MEJOR MARCA QUE SIEMPRE DEBO LLEVAR CONMIGO ES LA QUE SE LLEVA DENTRO”


Por: Javier Jordá Sánchez