En palabras de Picasso, “la inspiración existe, pero tiene que pillarte trabajando”. Y es que si algo distingue a Picasso, además de su reiterada intención en descomponer las caras, es que su carrera es muy larga y su obra total abundantísima.
Hay pintores que, dedicados a la vida de artista, han sido tocados por la varita de algún galerista de referencia. Y encumbrados como tendencia, sobre todo dentro del arte contemporáneo, una de las muchas parcelas especulativas de nuestra sociedad, se encuentran de la noche a la mañana rodeados de prensa, que acude a dejar constancia de unas obras como las del descarado Piero Manzoni.
Y otros, aquellos que prefieren dejar a un lado la vertiente subversiva, aquellos que verdaderamente sienten pasión por pintar, se entregan a su oficio sin importarles a dónde les llevará; con incertidumbre, sabiendo que un día podrá no darles de comer lo suficiente, pero con decisión, creyendo en su pincel.
Y aunque muchos y muchas en el pasado, siguiendo ese camino, murieron pobres, otros, lograrían una clientela lo suficientemente amplia como para que el público de a pie supiera cuál es su nombre. Cuando un pintor se hace popular: ésa debe ser una verdadera gratificación.
En este caso, no hay nada más popular que la popular Fiesta de la Vendimia de Requena. Da igual lo que digan los expertos teóricos del arte. No nos hacen falta aquí. Alguien que ame su pueblo debe de sentir orgullo al saber que puede dibujar las portadas de sus programas de fiestas; ponerle cara ese año a la Fiesta de la Vendimia a través de sus carteles anunciadores; participar dentro de su hidalgo emisario, El Trullo, de muchas y variadas maneras.
Como recompensa, esa misma revista gráfica y de difusión que la Fiesta de Requena tiene desde sus inicios, homenajeará a Manuel Sánchez Domingo (1926-1999) dedicándole una entrevista (El Trullo, edición de abril 1956 –IX Fiesta de la Vendimia-); pasado un tiempo se publicará su biografía como artista requenense (Edición de septiembre de 1972 -XXV F.V.-). Esta es, y bajo una humilde opinión, un reconocimiento más que digno.
Revista gráfica El Trullo, abril 1956 (IX F.V.).
septiembre de 1972 (XXV F.V.).
Manuel Sánchez Domingo, no dejará nunca de sentir la necesidad, pese a hallarse fuera de la villa, de colaborar con su ilustre Fiesta, siendo amante, al igual que su esposa, de Requena, de sus iglesias, de los paseos tranquilos en las noches de verano por las calles de la Villa. Tuvo que permanecer lejos de ella por motivos de trabajo durante largo tiempo. Por suerte, los motivos tendrán que ver con su gran afición: pintar. Catedrático de dibujo primero en Gijón (1963-1968) y después en Gandía (1968-1991), Manuel, o Manolo, tuvo la enorme fortuna de dedicarse a lo que más quería.
Combinando profesión y vocación, y de manera similar a como hiciera Picasso, Sánchez Domingo tiene una obra, también numerosa, que supo captar la atención de la gente. Reiteradas exposiciones que se celebran en distintos puntos de la geografía española lo demuestran. Dónde se celebraron, así como las obras que allí se vendieron, es algo que puede ser consultado en el libro escrito por el también requenense Alfonso García Rodríguez (2016, Ed. Monos Comunicación), el cual está disponible en la Biblioteca Pública de Requena bajo el nombre de los apellidos del pintor.
Desde sus inicios como pintor hasta que la salud se lo permitió, Sánchez Domingo nunca dejaría de pintar. En 1996 se celebró en la Sala de Exposiciones del Patio del Mercado de Requena la que sería su última muestra en vida. Manuel Sánchez Domingo fallecía en 1999.
Cartel de la exposición retrospectiva celebrada en Requena en el año 2010. El diseño del cartel, al igual que el de la portada del libro que se ha indicado arriba corren a cargo del trabajo como diseñadora de la hija del pintor, Teresa Sánchez Monzó, dentro de su estudio gráfico Monos Comunicación, C/ Norberto Piñango, Requena.
Sus ventas de cuadros demuestran que el público reconocía la belleza de sus óleos, unas pinturas principalmente paisajísticas pintadas al estilo de los impresionistas parisinos del siglo XIX y en los que pudo inspirarse durante sus visitas a la capital francesa. Primero viajaría solo, y en varias ocasiones, a manera de estancias de estudio y formación. Más tarde, lo haría acompañado de su esposa, Teresa Monzó García, al poco de casar con ella, a manera de luna de miel que alargaría unos cinco meses (1956).
Allí, por la mañana, Manuel pintaba rincones populares: el Sena, el Moulin Rouge, el Sacré-Coeur… La venta de aquellas pinturas a turistas (en este sentido es fácil pensar que puede haber un Sánchez Domingo en lugares que desconocemos) le ayudaría a alargar su hospedaje. Por las tardes, el matrimonio visitaba los museos más importantes de la ciudad. Según su esposa, “vieron todo”, “las pinturas más famosas. Todas”. Según narra el libro de Alfonso Rodríguez, los esposos se valieron de la argucia de matricularse en el Liceo de la capital para poder extender su permiso de residencia a más de lo permitido como turista. Se pelaron todas las clases.
El amor de esta pareja es algo que aún se conserva fresco como el primer día. Cuando uno escucha a Teresa hablar de los momentos que pasó junto a su marido, se emociona. A pesar de que ella ya lo no tenga a su lado se puede ver el amor con el que lo recuerda. Un amor de los de antes, de los del flechazo; de aquellos que comienzan en la infancia, y acaban en la vejez. Este gran pequeño detalle, no podía faltar dentro de este artículo.
Manuel esperaba a Teresa a la salida del colegio. Él estudiaba en el colegio para niños que es ahora el asilo de Requena; ella, en la antigua escuela de las monjas de la Consolación, un edificio ahora en ruinas enfrente de La Glorieta. Ella cuenta que él solía estar sentado en un banco del parque. Pero no sería hasta su juventud cuando dando un paseo con los amigos él se ofreció a acompañarla a casa y le dijo: “¿quieres ser mi novia?”. Ella echó a correr. Al tiempo se harían novios, estudiando además juntos el Bachiller en el Instituto de Enseñanza Media de Requena, que por aquel entonces, y hasta 1965, se disponía alrededor del claustro del antiguo convento de El Carmen, hoy Museo de Requena.
En el cuadro que vemos a continuación aparece Teresa pintada por Manuel en su época de novios. Ellos casaron en 1955, y si vemos la fotografía que sigue después, vemos que el óleo de Teresa ya aparece presidiendo la primera exposición individual que tuvo Manuel, celebrada en el Salón de Actos del antiguo Instituto en 1951.
Manuel Sánchez Domingo siendo joven ya se propondría el medio de pintar como opción de vida. Combinó el Bachillerato en Requena con clases en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia. Al graduarse, conseguiría un puesto de profesor de dibujo en la Escuela de Orientación Profesional (1951). Doce años más tarde lograba la cátedra de profesor de dibujo en Gijón (1963) lo que hizo que la familia tuviera que trasladarse al norte de España. Allí nació Teresa la hija más pequeña, que junto a Paloma y el hijo mediano, también Manuel, pasaba a engrosar la familia.
Tras cinco años en Gijón, el matrimonio comenzó a añorar la presencia del sol, el clima mediterráneo, y gracias a un concurso de traslados, en 1968 pudieron mudarse a Gandía. Allí estarían al menos, más cerca de su querida Requena. Hasta que en 1989 de nuevo un concurso de traslados lo lleva, esta vez sí, a Requena. Estaría dos años como profesor de Arte en su Instituto de Enseñanza Media (ahora ya situado en su ubicación actual, la de la Plaza Juan Grandía, 1), hasta cumplir los 65 años (1991), edad en que se jubilaría.
Pese a caer bajo la enfermedad, y teniendo que reposar largos periodos en casa, Manuel en ocasiones también pintaba unos óleos de memoria. Su inspiración venía, como le decía a su mujer, “de Calamocha”, le indicaba señalándose la cabeza. Esto da una idea de que el pintor siempre llevó dentro las ganas de expresarse mediante la pintura.
Pero Manuel Sánchez Domingo también fue, aparte de pintor y profesor de dibujo, fotógrafo que revelaba sus fotos él mismo, y un cercano colaborador de la Fiesta de la Vendimia, siempre que la cercanía geográfica se lo permitió. Para empezar, cuando todavía no se disponían de los medios de hoy en día, como el ordenador, Sánchez Domingo ya se recreaba creando fotomontajes como el que podemos ver a continuación, en que sale la torre del Salvador vista desde la Plaza Albornoz “cuadriplicada”.
En un documento fotográfico también podemos ver al pintor rodeado de las autoridades y miembros de la Fiesta en una visita de la Reina Central (Bernardita Sáinz-Pardo y Cobo del Prado) y de la Reina Infantil (Amelia Guich y Lamo de Espinosa) a la exposición de pintura de la XI Fiesta de la Vendimia (1958), donde se puede ver en el centro de los asistentes a Manuel Sánchez Domingo, reconocible por sus gafas y su elegante bigote.
Manuel, que en ese momento profesor de dibujo en la Escuela de Orientación Profesional, edificio en el que se ve que se celebró la exposición y que es reconocible por sus característicos arcos fajones de ladrillo, daba a conocer sus pinturas y posiblemente las de algunos de sus alumnos. La fotografía está extraída del excelente archivo fotográfico de más de 300 fotografías que el M.I. Ayuntamiento de Requena tiene disponible a través de su página de Facebook.
El rastro del pintor dentro de la Fiesta se encuentra también en dos carteles ganadores del concurso público que esta convoca cada año prácticamente desde sus inicios (en 1951 ya se celebra una exposición para seleccionar el cartel anunciador para la IV F.V.) y que todavía hoy sigue haciéndolo bajo unas bases que son publicadas en el primer Trullo de la respectiva Edición.
Manuel Sánchez Domingo presentaría sus carteles a concurso en numerosas ocasiones. También diseñaría, como ya se ha comentado a inicios del artículo, las portadas de los programas de fiestas debido a su gran amistad y cercanía con Gráficas Molina. Dentro de sus múltiples facetas como artista, se presentó al concurso para el monumento alegórico al vino de la XII Fiesta de la Vendimia (1959), aquel que es quemado la última noche de fiestas, y lo ganó con una maqueta que la llevarían a la realidad los artesanos Hermanos Damián.
Y como otro de los ejemplos de las huellas de la participación de Manuel Sánchez Domingo dentro de la Fiesta de la Vendimia de su pueblo, tenemos también un artículo escrito por el artista para la edición de marzo de El Trullo de 1962, correspondiente a la XV F.V.
Aficionado mayoritariamente al género paisajístico, y por lo que demuestra en el artículo, también a la música, escribe el artículo con el deseo de intentar hacer ver a los lectores cuáles son las intenciones de las vertientes artísticas menos figurativas. Se transcribe a continuación el artículo en su totalidad, ya que son las palabras personales del artista y esto puede ser de interés para algunos que además no tengan acceso al Trullo en el que se encuentra.
“Nadie podrá decir de mí que soy un pintor abstracto. Incluso muchos dirán que de pintor no tengo nada, y es posible que estén en lo cierto. Pero quiero esta vez romper una lanza a favor de tan vilipendiado arte abstracto, para tratar de aclarar algunos conceptos.
¿En qué consiste el arte abstracto?
¿Por qué todo el mundo opina sobre él para tacharlo de locura, de disparate, de producto de cerebros desequilibrados?
Hay que suponer dos cosas: que todos tenemos una educación artística excelente –cosa que está, por desgracia, muy lejos de suceder-, o que somos capaces de hablar, discutir y hasta pegarnos si es preciso por algo que no entendemos. Cosa ésta que ocurre con harta frecuencia.
¿Por qué no se discute y ultraja la teoría de Kepler o la teoría de la relatividad? Porque nadie, excepto unos pocos, pueden hablar de ellas con conocimiento de causa. Pero tratándose de arte es diferente. Se puede esconder la ignorancia tras el seguro escudo de la impunidad y lanzar todos los vituperios que queremos, en la seguridad de que nadie nos reprenderá.
Para opinar sobre arte abstracto hay que tener en cuenta que no tiene absolutamente ningún punto común con los conceptos tradicionales que tenemos de pintura y escultura, por citar sólo dos artes más asequibles.
El artista abstracto no necesita apoyarse en la materia que le rodea para expresar su estado de ánimo. Se abstrae por completo de todo lo real, para intentar comunicarnos una sensación, un sentimiento en su forma más pura y simple. No crea nadie que es tarea fácil. Intentos hay muchos, logros pocos. Pero es un espejismo que con su aparente facilidad engaña lo mismo a entendidos que a profanos.
Hablando en términos musicales, diremos que entre el arte abstracto bueno y el malo hay la misma diferencia que entre una sinfonía de Berlioz y una cancioncilla de Domenico Modugno. Pero aquí es más fácil apreciar las diferencias.
Y ya que de música hablamos, ¿por qué es más fácil comprender y tararear una composición de Algueró que otra de Stravinsky o Wagner? Sencillamente, porque la primera es una melodía pegadiza, con una letra más o menos tonta que nos dice unas bobadas asimilables por la inteligencia más obtusa. En cambio lo otro es tan abstracto, que no se comprende tan fácilmente.
Si hubiera cincuenta mil personas escuchando “El pájaro de fuego”, por ejemplo, estoy seguro de que ninguno de esos cincuenta mil pensamientos coincidirían con lo que pensaba Stravinsky cuando lo compuso.
Sin embargo, la música es un arte, más puro todavía que la pintura. Un arte cuya expresión nos entra por un sentido, el oído, para comunicarnos algo intangible. Nos gusta o nos disgusta; nos entristece o alegra; nos deja indiferentes o extasiados, pero nos ha producido una sensación, un sentimiento. Nos ha hecho pensar en algo. Nos ha apartado, siquiera por un momento, de todo lo concreto, de toda cosa aprehensible. ¿Qué ha querido decirnos? a cada cual le ha dicho una cosa y a ninguno lo mismo.
Algo parecido ocurre con el arte abstracto. Es la expresión de un arte, como la música. Nos entra por un sentido, la vista; pero no nos relata la anécdota, no nos dice aquello es un puente, o tal río, o el señor Fulano, sino que nos expone unas forma unas texturas, unas manchas que deliberadamente se apartan de toda semejanza de algo. Y nos las dejan ahí para que nosotros elaboremos con ellas “nuestro propio” cuadro.
¿No os habéis fijado nunca en una de esas manchas que produce la humedad en la pared, o el caprichoso veteado de una piedra de mármol? Unos ven un pájaro, otros el rostro desfigurado de algún conocido…
Ya he dicho al principio que no tiene el arte abstracto ningún punto común con cualquier expresión artística anterior. Siempre se ha usado el óleo, el temple, el fresco, en pintura, y la piedra, el bronce y el hierro para la escultura. Era lo más idóneo para reproducir la naturaleza. El realismo, el impresionismo, el cubismo e incluso el mismo surrealismo se basan en algo concreto para producirse. Pero el abstracto no necesita nada de eso. Emplea materiales distintos porque la finalidad es también distinta. Rompe a sabiendas todo lo que signifique canon o fórmula y busca incesantemente algo que le sirva para expresarse. No intenta relatar un episodio ni describir un paisaje. Intenta dar salida a una emoción que le atormenta. Son como tanteos de ciego que busca su camino.
No debe esto movernos a risa.
Si no nos gusta o no lo comprendemos, debemos considerar al menos que se trata de la manifestación de un sentimiento, una confesión pública de lo que uno lleva en su interior, y merece el respeto que todos deseamos para nuestras propias ideas.
Por otra parte, la influencia del medio ambiente repercute enormemente en el arte. Nadie puede asegurar que Velázquez, por ejemplo, pintaría como lo hizo si viviera en nuestra época. Y hay fragmentos del Greco que sirven de punto de partida para auténticas creaciones abstractas.
No nos riamos de los abstractos. Es posible que seamos engañados por algún farsante; los hay a montones, pero no debe importarnos demasiado.
Tratemos de comprender, y si no lo conseguimos, pensemos una de estas dos cosas: o no estamos preparados para comprender, o lo que contemplamos se parece al discurso de un mal orador. Quieren decir tantas cosas, que en resumen no dicen absolutamente nada.”
M. Sánchez Domingo
Bien, pues ya para finalizar, vistos algunos de los ejemplos que pueden citarse acerca de la participación de Sánchez Domingo en la Fiesta de la Vendimia, se termina aquí el artículo recordando una obra que la XV Edición de esta fiesta editaría en 1962: Estampas requenenses, escrita por el cronista de Requena Rafael Bernabeu y en la que participaría Sánchez Domingo realizando las ilustraciones a plumilla de aquellos rincones descritos. Ambos fueron amigos y la relación que tuvieron los años que el matrimonio Sánchez-Monzó estuvo en Requena siempre fue buena, según cuenta Teresa. Hubo de serlo para poder emprender juntos aquel proyecto.
Se aprovecha para recordar al lector que se realizará una mesa redonda organizada por Crónicas Históricas de Requena para el próximo 18 de mayo a las 19:00 h en el Espacio Cultural Feliciano A. Yeves, con motivo del 25 Aniversario del fallecimiento del historiador.
A lo largo de este artículo se han citado las notas biográficas básicas de un pintor requenense que aprovechó sus ratos libres para colaborar con la Fiesta de la Vendimia desde muy diversos ámbitos. Se podría haber hablado más de sus técnicas, de sus exposiciones celebradas, pero esto y otros detalles ya se encuentran recogido por el libro de Alfonso Rodríguez García. Se ha querido pues, dar a conocer otros aspectos que la vida de este artista ofrece y que tenían que ver con la celebración que su amado pueblo daba a la llegada de la vendimia.
Manuel Sánchez Domingo fue un hombre muy trabajador que tuvo la enorme suerte de trabajar haciendo lo que más le gustaba. A los inicios del artículo hacíamos una analogía de él con Picasso, pues ambos dos pintaron de manera abundante. Si el malagueño lo hizo investigando distintos ismos artísticos, Manuel dedicó toda su vida a enseñar a otros, incluso a sus hijos, a cómo coger el pincel, y además, también lo hacía para él mismo. Y su encantadora esposa, que cuenta ya con 92 años, aquella que nunca olvida a su encantador esposo (así es como lo recuerda ella, serio a primera vista pero siempre afable con la gente; humilde, hasta en sus exposiciones más halagadoras), vive acompañada de un gato que se llama Picasso: un siamés de pelo largo con manchas desiguales tricolor en su cara.
Bibliografía
– GARCÍA TERRONES, P.; PLATERO GARCÍA, C.; Tres periodos dentro de los carteles de la Fiesta de la Vendimia de Requena. Primeros resultados de un estudio iconográfico e iconológico, en Oleana: Cuadernos de Cultura Comarcal, nº 32, Centro de Estudios Requenenses (CER), Requena, 2018.
– RODRÍGUEZ GARCÍA, A.; Sánchez Domingo, Ed. Monos Comunicación, Requena, 2016.
– Revista gráfica El Trullo, editada por la Asociación de la Fiesta de la Vendimia de Requena (1948 hasta la actualidad). Digitalización y ayuda de hemeroteca de Mª Luisa García Cano.
– Álbum Fiesta de la Vendimia de Requena, 1948-1996, del M.I. Ayuntamiento de Requena, disponible en su página de Facebook desde 2017.
– https://circuloartisticorequenense.blogspot.com.es/2010/11/exposicion-retrospectiva-de-sanchez.html