Durante la Edad de Oro utielana la ciudad ofreció una serie de importantes políticos que tendrían un papel importante en la Historia local, provincial de Valencia y nacional. Uno de estos distinguidos hombres fue Marín Lázaro, político conservador y abogado con una importante trayectoria en las primeras décadas del siglo XX.
D. Rafael Marín Lázaro (8 de junio de 1878 – 12 de abril de 1945), de padres valencianos, estudió Enseñanza Primaria y Secundaria en el Colegio de los Escolapios. Continuó estudios con la carrera de Derecho en Valencia, con el Premio Extraordinario de licenciatura, y se doctoró posteriormente en Madrid, donde también estudiaría la carrera de Filosofía y Letras.
Profesionalmente alcanzó fama como jurista a nivel nacional, estando adscrito en los colegios de abogados de Madrid, Valencia y Sevilla. Su reconocimiento que le permitió viajar por el mundo y en especial a Filipinas, donde impartió varias conferencias en el Casino Español y la Universidad de Manila.
Su personalidad estuvo condicionada por su fuerte pensamiento católico y conservador. Fue Socio Emérito de Acción Católica y es destacable su intervención en el Congreso Internacional de Estudiantes Católicos (1900), además de pertenecer a la Congregación Mariana de Valencia, y ser miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y de la Jurisprudencia. Recibió por su labor la “Gran Cruz de Isabel la Católica” y la “Cruz Meritoria de San Raimundo de Peñafort”.
En su amplia obra escrita estudia la combinación de las cuestiones sociales con los principios cristianos que él defiende. Sus escritos más remarcables son La doctrina de Santo Tomás de Aquino en la ciencia del siglo XIII y en la de nuestros días, Los ideales del movimiento católico universitario, La ciencia y la educación popular, El divorcio, La familia cristiana, y estudios sobre la Supresión de la enseñanaza religiosa en las escuelas, y Las órdenes religiosas y la Ley de Asociación, en colaboración con Díaz Cobeña y Fernández Prida.

Su carrera al servicio público fue aún mayor. Fue Diputado en Cortes durante el gobierno conservador del Presidente Eduardo Dato tras haber ganado las elecciones de 1920 en el distrito de Requena-Utiel-Ayora. Se convirtió en el más firme defensor de los ideales tradicionales y católicos en Utiel y Requena, territorio que hasta entonces había sido controlado por los liberales seguidores de los García Berlanga. Desempeñó Marín Lázaro el cargo de Subsecretario de Gracia y Justicia desde mayo de 1921 en el ministerio de D. Pío Vicente de Piniés. Su situación profesional le permitió conocer y entablar una gran amistad con el rey Alfonso XIII, que visitaría Utiel en varias ocasiones para ver a Marín Lázaro en su finca de El Terrerazo, cerca de la pedanía de Las Cuevas y hoy más conocida como Bodegas Mustaguillo.
En la escena local, este político aprovechó sus influencias para conseguir la confirmación oficial del Estado del título de Ciudad para Utiel, hasta entonces meramente anecdótico, pues no existía una confirmación escrita del privilegio de Ciudad concedido por Felipe IV. Marín Lázaro consiguió para su pueblo la ratificación oficial de que Utiel era lo que a efectos prácticos ya era, una ciudad.
Pero su gran papel para la historia de España, la protagonizaría gracias a su participación en el llamado Expediente Picasso por el desastre militar de Annual, en el cual había pruebas de la responsabilidad de los altos mandos militares y del mismísimo rey, así como actos de corrupción que dañaron aún más la reputación del régimen político, el de la Restauración, ya por sí muy demacrado, lo que conducirá a corto plazo al golpe de Estado de Primo de Rivera, la Dictadura Militar de este general y que acabará con la caída de la monarquía y la proclamación de la II República.
D. Rafael Marín Lázaro abandonó la política durante la Guerra Civil y la posterior postguerra hasta su muerte en su casa palaciega en la Calle Travesía del Río (hoy de D. Fidel García Berlanga). Su pueblo le homenajeara nombrándolo Hijo Predilecto así como dedicándole una calle con su nombre. En el discurso del acto el político recordó aquella tierra, su comarca, que tanto quería y tanto le había dado:
“En efecto, después de haber visto y admirado las mayores bellezas del mundo, nada me ha producido impresión tan grande como el espectáculo que a mis ojos ofreció el pueblo de Utiel contemplado desde lo alto de la Cuesta del Tollo. Allá a lo lejos, recortando el horizonte, la Sierra Negrete, que entre sus repliegues encierra, como resguardándolo del cierzo helado, el rico tesoro del Santuario del Remedio; a los pies de esta, como cinta de plata que enlaza el pueblo con su Patrona, la carretera, que deja a su derecha el campo santo donde duermen el sueño eterno vuestros padres y el mío; hacia levante, extiéndanse las fértiles vegas de mi querida Requena, para la que guardo gratitud eterna por haberme honrado con su representación en las Cortes Españolas; entre poniente y norte se alza, como gigante que vigila y custodia la rica llanura, el Pico de Ranera y bastante más cerca, como escudero de aquel, se levanta el Molón de Camporrobles. Dentro de este panorama ya veo a mis pies un primer escalón formado por la Cuesta de San Agustín, y más abajo, como foso abierto para defender el pueblo como si fuese un castillo, el rio Magro, ahora manso y sosegado, sin permitir sospechar siquiera que puede encresparse luego hasta tragarse vidas y haciendas como las inundaciones de la Ribera de Valencia. Serpentea por medio de la riquísima huerta que desde Caudete, por un lado, y desde Casas y Corrales de Utiel, por otro, se extiende sin interrupción hasta el término de Requena, y más allá de ese caserío y de esa huerta, veo ya a mi entrada desde Madrid, el caserío de Utiel como rebaño blanquecino que se agrupa en torno de la masa ingente de la Iglesia Parroquial, enseñoreada del pueblo por sus gigantescas alturas más la hermosa torre coronada por cuatro pirámides y un lucernario a cuyos pies voltean las campanas que alegraban mi vida estudiantil cuando anunciaban las vacaciones del día siguiente; que han entristecido mi existencia doblando a muerto al fallecimiento de mi propio padre, y que cada día nos llaman a todos a la oración, recordándonos que somos hermanos y que hemos de unir nuestros corazones, juntándolos todos a través de las distancias para levantar los ojos al cielo”.
Para más información:
– MARTÍNEZ ORTIZ, José. 33 personajes de Utiel: biografías ilustradas. Valencia, J. Martínez, 1992, 152 p.
– CREMADES MARTÍNEZ, Miguel. La historia de Utiel en sus documentos: privilegios y confirmaciones. Utiel, 2005, 2 v.