A finales del siglo XVIII, los festejos taurinos gozaban de gran popularidad, y más de uno los consideraba una magnífica oportunidad para ganar unos buenos dineros. Los requenenses Francisco Bonilla, Pedro Picazo y Juan Antonio y José Navarro se asociaron para ofrecer por la festividad de la Soterraña una corrida de vacas. Cursaron su petición al ayuntamiento el 30 de agosto de 1793.
Sus perspectivas eran halagüeñas, pero el 7 de septiembre encajaron un auténtico jarro de agua fría. Aunque en años pasados no se habían celebrado festejos taurinos, como correr reses enmaromadas, se desaprobó su iniciativa, por mucho que los “menos juiciosos” se lo tomaran a mal. La falta de víveres y la correlativa escasez de jornales desaconsejaban distraer (o malgastar) los contados recursos de los más humildes, que debían comprar las entradas, y los comprometidos dineros municipales.
Aquel año de 1793 no comenzó nada bien para las gentes de Requena, cuando las heladas hicieron estragos. Marzo trajo el inicio de la guerra con la Francia revolucionaria, motivo de nuevos quebraderos de cabeza. Y por mayo, para colmo, el precio del pan empezó a subir. La junta del pósito se reunió para comprobar el estado de granos acopiados para el abasto de pan cocido y del común del vecindario, y el 17 del mes se decidió subir el precio del “pan común” un cuarto en cada dos libras de dieciséis onzas, y dos cuartos en el más selectivo “blanco”, consumido por los carmelitas y particulares adinerados.
En la canícula, las cosas no mejoraron. Al contrario: la cosecha había sido escasa. Se acusó a los panaderos el 7 de agosto de granjear con el candeal que obtenían del pósito, vendiéndolo a otros en lugar de panificarlo. Lo cierto es que entre unas cosas y otras faltaba trigo. Para evitar demoras que empeoraran la situación, se destacó a La Mancha y a la Sierra a Luis Pedrón, Antonio Penén y Francisco Celda para conseguirlo.
La carencia de pan a precios asequibles podía desencadenar un alboroto, algo temible si se atendía a lo que estaba aconteciendo en Francia, y los regidores de Requena también enviaron al procurador personero del común Francisco Ibáñez, acompañado por José Gómez de Esteban. El reformismo municipal de tiempos de Carlos III fue puesto a prueba.
El mal momento también pasó factura a la fabricación de tejidos de seda, y no se circunscribió a tierras requenenses. A 7 de septiembre se recibió una orden del 13 de agosto del director general de los pósitos del reino, respaldada por toda la autoridad del Consejo de Castilla. Se exigió que se declararan las existencias de cereal y la disponibilidad de caudal del pósito.
La respuesta de la junta del de Requena fue elocuente. Atendiéndose a las necesidades de los labradores y pegujaleros de la villa, caseríos de la vega y del campo, junto a los moradores de las tres aldeas de su dezmería (Caudete, Fuenterrobles y Venta del Moro y Jaraguas), se requerían 4.000 fanegas anuales.
Además, se necesitaban 8.000 fanegas más al año de panadeo por la importante concurrencia de arrieros y trajinantes, y el paso de tropas hacia Valencia y Barcelona, con el frente del Rosellón en plena actividad.
Las exigencias eran verdaderamente sustanciales, ya que en años de escasas cosechas como los de 1779 y 1789 se consumieron imperativamente de 12.000 a 14.000 fanegas. En 1793 se hubieran requerido más de 12.000 de gozar los trabajadores de la sedería de una situación más desahogada. Quitarse el pan de la boca era la solución de muchas personas.
También el dinero era más que necesario para auxiliar a las gentes del campo en la escarda y la recolección. Se requerían anualmente unos 44.000 reales para tal fin.
Cumplir tales exigencias no resultó nada fácil, y en años agrarios como el de 1802-3 las reservas del pósito no sobrepasaron las 11.000 fanegas. Resulta lógico, desde la perspectiva del despotismo ilustrado, que en 1793 se prefiriera el pan al espectáculo taurino.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas municipales de 1792-4, nº. 3334.
