MIXTIFICACIÓN DE LAS FIDELIDADES.
RELIGIÓN Y POLÍTICA EN LAS VILLAS DE LA MESETA DE REQUENA Y UTIEL, SIGLOS XVII-XVIII.
1. Objetivos.-En unas pocas páginas pretendemos poner al día algunas ideas acerca de la idea de fusión de religión y política durante la época moderna. Que ambas esferas iban unidas, confundidas, mezcladas durante el Antiguo Régimen, es cosa conocida, Desde que la monarquía abanderó la defensa del catolicismo, en la etapa final de Carlos I, pero muy especialmente durante el reinado de Felipe II, el complejo religión-política conformaba un todo en el que no se podían diferenciar bien propósitos religiosos y políticos. Con ser clara esta realidad, me gustaría llamar la atención sobre el componente individual de esta mixtificación de lo religioso con lo político, y viceversa. De esta forma, lo que quiero subrayar es la confusión de fidelidades que existe entre determinadas personalidades, al tener que servir a dos esferas diferentes. Me refiero ahora, ya tendremos oportunidad de hacerlo con otros, a los eclesiásticos.
Vamos a ofrecer algunas pinceladas comparativas de dos personalidades importantes de nuestras dos villas. He querido elegir un personaje requenense y otro utielano, con el fin de proporcionar ciertos paralelismos que permiten comparar cómo las funciones religiosas llegaban a confundirse con las políticas, y es posible que esto condujese a determinados problemas a la hora de plantearse la escala de fidelidades. Me parece que la cuestión de las fidelidades de los hombres de iglesia es muy importante. Paolo Prodi analizó en su momento la figura del Papa, afirmando que se trataba de una potestad con dos almas: la temporal y la propiamente espiritual. Sin llegar a asimilar -sería absurdos, además de vano- a los dos personajes que sustentan este comentario con la figura del Papa romano, sí que es importantísimo intentar trazar el contenido de su papel como hombres eclesiales y como hombres políticos. Hay que saber dónde se encontraban los límites; o si eran límites inexistentes y sus funciones aparecían como un conjunto global para toda la sociedad.
Parece evidente que esta es una cuestión importante hoy para nosotros, pero quizás no lo fue tanto para los contemporáneos. La revolución liberal, aparte de otros logros que ahora no tocan, proporcionó la distinción entre lo religioso y la faceta política y social. En nuestras sociedades actuales, estas esferas aparecen perfectamente disociadas. La Ilustración cortó con un tajo estas dos almas. Siempre se ha recordado el caso de Mercurino Gattinara, que tantos servicios prestó a Carlos I, pero que se retrató como político, siendo cardenal, con el fin de postularse a sentarse en el trono de Pedro. ¿Mixtificación del poder temporal con el puramente religioso? ¿Deseo de instrumentalizar la cercanía al poder imperial para obtener el Papado? De lo que no hay duda es que la doble fidelidad aquí se transmitía como una realidad que se pretendía posible. No tuvo empacho el canciller en presentarse como candidato; no pareció importarle lo más mínimo que hubiera servido a los Austrias. Como el canciller no llegó a colocarse la tiara papal, esta posibilidad quedó en un propósito únicamente teórico, pero al menos parecía posible conjugar ambas fidelidades en una misma persona.
2. Objetos comparativos.-Los personajes que traemos aquí están escogidos, en cierto modo, al azar, pero teniendo en cuenta que comparten el desempeño de una doble responsabilidad, que en cierto instante llega a ser de una doble lealtad. Me refiero al requenense Pedro Domínguez de la Coba, clérigo, arcipreste, y el utielano fraile trinitario Pedro Ponce de León. Estos dos personajes son señeros porque representan con claridad la presencia en sus mismas personas de la doble fidelidad: la temporal y la religiosa. El lector encontrará sobre ambos noticias en las obras cronísticas de la comarca: Ballesteros, Bernabéu y, como no, en el manuscrito atribuido a Pedro Domínguez de la Coba, el primero de nuestros protagonistas.
Ponce de León es un personaje poco conocido. Apenas dos páginas le dedica el trabajo de Ballesteros. Era miembro de una importante familia utielana, pues entre sus familiares había distinguidos regidores. Esta oligarquía utielana, plenamente identificada con los intereses de la propia villa, estaba empeñada en sacudirse el yugo del corregimiento ajeno, incluso -como dice Ballesteros- :
“Desconsolador y hasta humillante sería para aquella genración, que tras largos años de luchas y desenvolsos, Utiel rindiera feudo á la vecina villa (de Requena si ahora cayera dentro de su regimiento)… era menester reducirse casi al estado de pobreza, antes que sujetarse al fuero requenense…” [pág. 367].
Utiel estaba batallando por poseer corregimiento propio, por no depender de uno ajeno. Menos de Requena; por otra parte, la aversión a un corregimiento utielano era la misma en Requena. Igualación por tanto de las fobias, antológicas por otra parte en la comarca. Pero lo importante es que fray Pedro Ponce de León ayudó en las gestiones que se realizaron ante la Corona. Ésta naturalmente sólo estaba dispuesta conceder un corregimiento exclusivo para Utiel, si la villa castellana se mostraba pródiga en efectuar un pago lo más sustancioso que pudiera. Las negociaciones estaban teniendo lugar a finales de la década de 1620. Las necesidades de dinero por parte de la Corona eran inmensas. Todo el mundo en la corte sabía que con una cantidad apropiada se podían conseguir muchas cosas del gobierno.
El gobierno de Olivares estaba cosechando derrotas que llevaban al retroceso de las posiciones españolas en Europa. En 1628 se suscitó la crisis de Mantua, al producirse el paso de la herencia del ducado al francés duque de Nevers. Olivares había decidido intervenir militarmente, pero la operación supuso el empleo de numerosas fuerzas militares y muchos recursos económicos, para enfrentarse finalmente a un rotundo fracaso. Las cosas en el Norte no iban bien, dentro del complejo entramado político militar de la llamada Guerra de los Treinta Años. En 1628 el avance de los daneses y suecos era evidente. En las Indias Piet Heyne atrapaba a la flota. No había noticia buena, quizás únicamente que en 1630 se había firmado la paz con Londres.
En este contexto de necesidad, de urgencia, el padre Pedro Ponce realiza sus buenos oficios. Quizás llega a contactar con el entramado, muy numeroso, de hombres de iglesia junto al rey, incluso con el propio confesor real. Los confesores de los Austrias fueron sobre todo jerónimos, jesuitas y dominicos. En esos momentos el confesor de Felipe IV es fray Antonio de Sotomayor, de la orden de predicadores. Llegar hasta estos guardianes de la conciencia real era decisivo para mover altas voluntades.
Fray Pedro era en 1630 un religioso con buena reputación, “de fama universal” al decir de Ballesteros, pues había desempeñado funciones de la orden en Madrid y viajó a los puertos del Norte de África con el fin de redimir cautivos. En la España de la confesionalización barroca este último aspecto era bastante importante. Su villa, su gente y su familia le requirieron para otro menester: defender los intereses utielanos ante la corte a propósito del asunto del corregimiento.
Parece que fray Pedro cumplió bien con su cometido: la villa pudo acceder a los oídos y voluntades del gobierno de Madrid y aportar una jugosa cantidad de dinero. Lo importante para nuestro análisis no es ni siquiera este detalle, por otra parte habitual en la época. Lo significativo es la confusión, primero, de las lealtades. Cuando fray Pedro se acerca a la corte lo hace movido por su lealtad política a su villa natal. Ha recibido del regimiento utielano una petición de ayuda para conseguir que Utiel sea escuchado ante el gobierno. Aquí desempeña un papel político. El problema es que no es su única lealtad. Hay otra más. Destacados miembros de su familia se sientan en el consistorio utielano. Hay una lealtad puramente familiar. Por tanto, la labor diplomática de fray Pedro se realiza entremezclando diferentes fidelidades:
– una fidelidad eclesial, puesto que debe obediencia a su orden y al Papa;
– una fidelidad política, de tono local: la que debe a su villa;
– una fidelidad familiar: al desarrollar una misión en la que están perfectamente mezclados lo intereses de su familia, que forma parte de la oligarquía gobernante de Utiel.
Así que la figura total de fray Pedro se inserta dentro la fase de la política de Olivares, en lo referente a sus gestiones civiles. La carrera religiosa del utielano, desde luego, se enmarcaba también en una sociedad que vivía una crisis profunda, en la que sólo la Iglesia era capaz de ofrecer carreras honrosas y seguridad. La personalidad y actuación en sociedad de Pedro Domínguez de la Coba se inscriben en otros parámetros: los de la transición secular y el paso de la gobernación de los Austrias a la de los Borbones. Tiempos diferentes. Pero lo que compartieron tiene que ver más con el ambiente general que con otra cosa. Ponce había nacido en los tiempos de Felipe II, cuando la hegemonía española parecía incontestable, cuando el poder de los Austrias llegaba a su cumbre. La monarquía de entonces se basaba en un catolicismo muy hispánico, quizás nacido de las entrañas de la Edad Media, con su devoción a Santiago y las viejas prerrogativas que habían conseguido los Reyes Católicos sobre el episcopado español. Domínguez vino en un tiempo diferente: la España de Carlos II, a la defensiva en tantos aspectos, en la que el recuerdo de los Austrias mayores era algo lejano por ser tan diferente a la situación de la monarquía entonces.
Las tonalidades sombrías del tiempo del último de los Austrias se han dulcificado en las últimas décadas. Para aquellos que adoran las tesis de Weber, la España del siglo XVII, con su acendrado catolicismo, su acentuado conservadurismo social, atento al honor y pegado a la pureza de sangre, difícilmente podía introducir profundas transformaciones en sus estructuras socioeconómicas y en su marco sociocultural. El trabajo de Galán sobre el siglo XVII revela un interesante dinamismo económico en la villa de Requena a lo largo del último tercio del siglo XVII y no está precisamente tan claro que el cambio cultural fuera una quimera, porque ateniéndonos sólo a lo local hay que afirmar con rotundidad la presencia de vectores de modernidad muy importantes en el manuscrito atribuido precisamente a nuestro personaje: el manuscrito Domínguez de la Coba.
La labor de Pedro Domínguez de la Coba también permite identificar diferentes perfiles y lealtades plurales. Es un clérigo formado en Cuenca, en el Seminario, algo natural en la carrera eclesial de muchos. Su hermano es precisamente un miembro de la elite dominante de Requena, de hecho es un importante propietario de ganado. Pero también existe un sector de la familia de la Coba que es tremendamente pobre. Sobre esta base familiar construye Pedro su personalidad como clérigo. Párroco, arcipreste, son posiciones que irá desempeñando en la estructura eclesiástica comarcal.
De los componentes biográficos del autor se ha ocupado César Jordá en un estupendo trabajo. “El autor del relato (se refiere al manuscrito) fue un hombre que viajó, que leyó, que observó, que tuvo a su alcance (…) importantes bibliotecas y que supo utilizar los archivos” [Jordá, 2012, 19]. El padre Domínguez de la Coba habría de significarse políticamente, o mejor, cívicamente, a partir del asedio a la villa de Requena en 1706. Se convierte en el representante de facto de una villa que ha perdido a su elite gobernante, porque ha huido de la llegada de las tropas austracistas. Desarrolla entonces un papel protagonista al servicio del interés común. En otras palabras:
– despliega una labor en la que su lealtad está ahora del lado de los intereses comunitarios de una sociedad sometida a asedio y ocupación;
– hay también una lealtad política al nuevo rey Felipe V, aunque alcanza su desarrollo a través de la defensa del pro común de la villa ante el invasor;
– como clérigo está claro que tiene que servir, ya de entrada, a una lealtad doble: al Papa y al obispo de Cuenca.
El cuadro de las fidelidades que contiene la figura de don Pedro Domínguez de la Coba es también complejo. ¿Dónde llegaba la fidelidad? ¿Qué lugar se reservaba a los intereses? Es evidente que desempeñar funciones de mediación, como las de Ponce, desarrolladas entre la corte y la villa de Utiel, o las efectuadas por el padre Domínguez entre su villa y los ejércitos austracistas, supone materializar lealtades. La cuestión es saber si esas lealtades coexistentes están ordenadas de alguna manera por quienes las ponen en funcionamiento.
Fray Pedro Ponce de León quizás no recibió una compensación directa por su trabajo a favor de su villa natal; o quizás sí. Tal vez quien más beneficio honorífico obtuvo fue su propia familia utielana, que pudo lucir el papel desempeñado por su hombre de fe. Domínguez de la Coba obtuvo rédito directo de su protagonismo cívico en los trágicos momentos de la guerra. Fue elevado al puesto de arcipreste seguramente por sus dotes de liderazgo y el prestigio social alcanzado.
Esto es lo que no está perfectamente claro. La actuación de fray Pedro Ponce de León es puntual, importante desde luego para los objetivos de Utiel en 1630; pero después su papel se circunscribió a lo exclusivamente religioso, al parecer como escritor de alguna obra sobre el culto a la Virgen de Tejeda. El sello de Domínguez de la Coba es más indeleble, pero sobre todo porque puso sobre el papel su actuación. En la figura de éste, la memoria construida por el mismo es fundamental para pasar a la posteridad. No cabe duda que el manuscrito fue cuidado con mimo y quizás enriquecido en algunas porciones; sin embargo, nunca llegó a la imprenta.
Por tanto, la fidelidad no existió como algo singular. Hay fidelidades. Fidelidades que conviven unas con otras en las mismas personas. Es claro que este pluralismo de lealtades podía crear conflictos y colisiones en determinados momentos críticos. No conocemos si esto se produjo en el caso del utielano o en el del requenense. Evidentemente la fidelidad remite a una sociedad de órdenes, en las que hay redes que prestan servicios y existen lealtades recíprocas. Estas lealtades plurales y diversas no parecen encajar bien con una teoría histórica basada en la oposición de clases, porque los individuos se mueven con diferentes acciones, reciprocidades e intereses. Y aunque existan intereses de tipo económico, no son esencialmente visibles porque no son prioritarios, tal como sí lo serían en una sociedad definida por la pertenencia a una u otras clase social.
3. Fidelidades plurales.– Una vez que hemos comparado someramente estos dos personajes, destacando las diferentes fidelidades que representaron en sus mismas personas, podemos atisbar algún tipo de conclusión. Es, como no podría ser de otro modo, extremadamente provisional. En realidad, lo que he realizado aquí es una primera y superficial aproximación a la cuestión de la mixtificación de las lealtades en la Meseta de la época moderna.
Para empezar nos encontramos ante dos hombres cuyo protagonismo es muy diferente. Trabajan, desempeñan funciones para sus villas, pero evidentemente también desarrollan sus funciones dentro del entramado de la Iglesia española de su tiempo. Pero el caso de Domínguez de la Coba parece extenderse más en el tiempo. Este mayor recorrido temporal de los desempeños de don Pedro se da en una coyuntura muy problemática: la guerra. Las tareas de fray Pedro Ponce tenían relación con la guerra pero de manera indirecta, al manifestarse ésta en sus repercusiones económicas sobre la hacienda regia. Las tareas civiles de Don Pedro Domínguez tienen que ver con una guerra que la villa de Requena y la comarca entera viven sobre sus propias carnes. Circunstancias diferentes.
No fueron contemporáneos. Ponce había muerto hacía tiempo cuando llegó la guerra de Sucesión. Pero Pedro Domínguez de la Coba aún tuvo contacto con la estructura de gobierno de Utiel cuando fue comisionado por su villa para tratar de los eternos contenciosos con la villa de Utiel. Si acaso estaban unidos por ser miembros del clero, y quizás porque en algún momento de sus vidas debieron de plantearse la relación existente entre fidelidad y obediencia. Puede que del lado de fray Pedro, el clérigo utielano, esta posible contradicción no se presentara muchas veces. Pero en la etapa cívica -por llamarla de algún modo- del padre Domínguez la cuestión tuvo que presentarse en bastantes ocasiones: fidelidad a su villa, a sus fieles; obediencia a los ejércitos ocupantes.
Finalmente, ¿qué relación existe entre este complejo haz de fidelidades que podemos observar en estos dos destacados personajes? ¿Existe algún tipo de jerarquía? Es difícil que se pueda ver en el caso dos personalidades de este tipo, sobre todo porque sus posibilidades de desarrollo político en sus respectivas villas eran de corto alcance. Aunque hay que anotar un cierto ensombrecimiento de Pedro Domínguez de la Coba en la etapa posterior a la guerra, una especie de silencio a gritos, como si lo próceres requenenses tuviesen celos de un personaje de iglesia que ha tomado un protagonismo que les puede hacer sombra. En realidad, lo que hay en la labor de Ponce y de Domínguez es un entramado muy complejo de fidelidades. Hay sobre todo redes de fidelidades: familiares, políticas, de intereses económicos y de honor, religiosas, etc.
No quiero extenderme más, pero creo que debo apuntar aún a otro elemento significativo. Hay también un factor añadido: los hombres de iglesia también predican la fe y con ella la fidelidad a un gobierno; se mezclan aquí de nuevo religión y política, teniendo ahora en cuenta que, ofreciendo la confianza municipal a personajes como fray Pedro Ponce o el padre Domínguez, se está más cerca de que el púlpito pueda transmitir un mensaje de fidelidad a la república tanto utielana como requenense. La predicación oral es muy importante en un tiempo y en una sociedad en la que impera la gente iletrada; el mensaje oral es casi la única fuente, y desde luego la más importante, en este tiempo. La oligarquía podía así contar con un aliado para salvaguardar sus posiciones de poder, amenazadas periódicamente por las tensiones y conflictos sociales, propios de una sociedad tan desigual.
PARA SABER MÁS.
– Ballesteros, M., Historia de Utiel, Utiel, 1999.
– Antigüedades y cosas memorables … , manuscrito atribuido a don Pedro Domínguez de la Coba. Requena, 2012.
– Galán, V., “Requena ante la crisis del siglo XVII”, en Oleana. Cuadernos de Cultura Comarcal, núm. 27, Requena 2013, págs. 89-130.
– Jordá, C., “ El manuscrito y su autor”, en el manuscrito anterior, pág. 11 y siguientes. Requena, 2012.
– Jordá, C., “Sitio y ocupación de Requena por las tropas del archiduque Carlos en el contexto de la Guerra de Sucesión”, en el manuscrito anterior, págs. 35 y siguientes. Requena, 2012.

En Los Ruices, a 26 de mayo de 2015.