IBEROS, CELTAS, CELTÍBEROS. ¿QUÉ FUIMOS EN REQUENA Y LA MESETA DEL CABRIEL?
En principio, los iberos han sido tal desde que antiguos escritores, los que constituyen las “fuentes” históricas, los nombraron así para distinguirlos de los pueblos del interior de la península ibérica. Heródoto nombra en el S V a.C. a Iberia, refiriéndose a la zona de Huelva. Para Polibio, en el S II a.C., Iberia era la parte costera mediterránea. Para Estrabón, en el S I a.C., Iberia abarcaba toda la península. Rufo Festo Avieno en el S IV d.C. dice que “era llamada ahora Hispania en lugar de Iberia por algunos”. Tito Livio, en el S I a.C., se refiere a la península como Hispania.
Los distintos pueblos peninsulares son nombrados variando sus topónimos según época y autor: celtíberos, carpetanos, olcades, lusitanos, beribraces, vascones, ceretanos, astures, edetanos, contestanos, turdetanos, turbuletes, ausetanos, vacceos, ilergetes, ilercavones, pelendones, belos, titos….Pero cuanto más antigua es la fuente, parece referirse más a ciudades que a regiones, como sucede con Helmántica, Munda, Astagi, Carteia, Segeda, Numantia, Saguntum, Turdam, etc… Las únicas referencias toponímicas iberas que han llegado hasta nosotros grabadas por ellos mismos y en su propia época, son las monedas. Al correr el tiempo tendremos también referencias latinas sobre los íberos; pero, en epigrafía ibérica, del S IV, III, II y I a.C., principalmente las monedas, pues sobre otras superficies materiales son escasas y aún no aclaradas. Las primeras monedas iberas fueron acuñadas a imitación de las dracmas griegas en Emporiton (Ampurias, Gerona) entre 450-425 a.C. en escritura griega, y en el sur en escritura púnica. Las acuñaciones en signatario ibérico no se dieron hasta finales del S III a.C. (215-210 a.C.), con la 2ª Guerra Púnica. Pero las acuñaciones en signatario ibérico se dieron sobre todo en la 1ª mitad del S I a.C., en plena ocupación del Imperio Romano de la península ibérica.
En el S I a.C. las ciudades iberas aún perduraban; la política y costumbres romanas se habían impuesto, pero los hábitos y las tradiciones iberas no habían desaparecido. Estas monedas pudieron hacer referencia a las “regiones” que nombran las fuentes históricas citadas, pero no fue así, las cecas que aparecen grabadas en signatario ibérico no hacen mención a las grandes regiones nombradas por Claudio Ptolomeo en su Geographia, en el S II d.C., o por Avieno en el IV d.C. , sino a ciudades (o ciudades-estado), que sí nombran como tales muchas veces estos autores, como Secobirices (Segóbriga), Orosis, Secaisa, Arse, Iltircesgen, Bilbili, Beligiom, Turiasu, Barscunes, Bencota, Bolscan, Emporion, Icalosgen, Saiti, Alagun, Ildugoite, Celse, Lacine, Setei, Usecerte (Osicerda), Ercávica, Damaniu, Contebacom Carpica, Kelin, Gili, Icesancom, Belaiscom, Arecoraticos, Caisesa, Bornescom, Arcailicos, Coloniuocu, Loutiscos, Secotias, Teitiacos, Usamus, Ecualacos, Ocalacom, Segisanos, Tabaniu, Caiscata, Calacoricos, Caralus, Cueliocos, Letaisama, Oilaunicos, Olcairun, Titiacos, Varacos, Virivias, Ildiraca, Laiesgen, Castele, Launi, Tanusia, Urcesgen, Ildurir, Unticesgen, Baitolo, Ilduro, Lauro, Eso, Iltirta, Abarildur, Cesse, Masonsa, Caio, Araticos, Bursau, Nertobis, Samale, Tertacom, Nerongen, Ebora…
Para mí, ¿qué quiere decir todo esto? Pues que la distribución geográfica-política del mundo ibero estuvo más relacionada con el ámbito de las ciudades-estado que con la pertenencia a un grupo “regional”, hecho que se dio después, rigiendo los destinos de Iberia los estrategas romanos. Lo cierto es que hasta casi el S I a.C. -según comprobamos en las leyendas de las monedas ibéricas- la referencia a topónimos geográfico-políticos se concreta en ciudades, que representan a unos linajes o grupos, y que controlarían un área territorial suficiente para mantener una economía, un ejército, un poder político y una entidad propia, es decir, un espacio que les permitiera funcionar como un “pequeño Estado”.
Con todo esto podemos establecer un punto de partida para auscultar qué tipo de entidad político-geográfica pudo comprender el área donde se sitúa Requena y la Meseta del Cabriel. Pero primero, a la típica pregunta de si fuimos iberos, celtas o celtíberos, habría que responder que depende. El hecho no es tan definitorio, pues esas denominaciones fueron incorporadas por fuentes históricas exteriores antiguas, mientras que la realidad interna decía otra cosa. Esa realidad nos habla de una continuidad de poblamiento en los mismos lugares desde el II milenio a.C. hasta el S I a.C., de unas poblaciones fijas, de unos mismos linajes ancestrales. Posiblemente tendrían su propia denominación, que los colonizadores e invasores foráneos generalizaron llamando iberos o celtas. Aunque también incorporaron otras denominaciones “regionales” que, esta vez sí, están más implicadas toponímicamente con la realidad de las distintas sociedades nativas. Por ejemplo, la Edetania fue llamada así porque la “caput” de esta región (pienso que la palabra latina «caput», en este contexto, significaría “ciudad límite de un territorio y más alejada de Roma”) fue la ciudad fortificada de Edeta (Cerro de San Miguel, Liria, Valencia); la Bastitania, que por la misma razón, tuvo como “caput” a Basti (Cerro Cepero, Baza, Granada); o la Celtiberia, a la que debieron llamar así porque sus tierras limitaban con la Iberia primeramente romanizada (finales de S III a.C. a 1ª mitad del S II a.C.). La misma derivación del nombre de su «caput» se aplicaría a los ausetanos (Ausa), oretanos (Oretum), Ilergetes (Ilerda). Para otros pueblos, laietanos, vacceos, lusitanos, pelendones, vascones, ceretanos… la derivación toponímica es menos clara.
Continuación en el 2º capítulo.
