Teniendo presente la semana de San Isidro Labrador a punto de comenzar y viendo que mañana empezará la fase inicial de la desescalada, quería aprovechar para hacer – una vez más y espero poder seguir haciéndolo, siempre contando con el beneplácito de lectores y administradores – otro alegato favorable de la agricultura y de todas las actividades del sector primario. Agradezco con todo mi ser a Crónicas Históricas de Requena, página que tan esforzada y buenamente lleva el gran nombre de nuestra comarca por aquellas zonas donde se preste y que me da pábulo y facilidades de expresión, por permitirme que escriba este artículo.
Así lo atestigua el título de esta entrada, orgulloso de ser agricultor. Empezaré haciendo una breve introducción, donde más que utilizar la ya manida frase de Cicerón, de “la agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna de todo hombre libre”, haré una referencia a nuestro Quijote, a nuestro Alonso Quijano, “Don Quijote de La Mancha”, quién decía lo siguiente: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los Cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Y así es. La agricultura es libertad, una libertad que emana de la sabiduría de los hombres de campo, tan avezados a su ancestral y milenaria actividad, que no le han de rendir cuentas a nadie; y también de la sencillez del que ha pasado etapas de carestía y que si viene indefenso al mundo como todo humano sabe también lo que es pasar dificultades y vivir con lo justo. Y por la agricultura, se aventura la vida.
En nuestra comarca sabemos de sobra lo que es vivir de la agricultura. Se encuentra en la noble población de Los Duques, el yacimiento de las Pilillas, donde entre el siglo VII y V a.C. se localizan los primeros cultivos de la vid y una técnica rudimentaria para poder convertir el grano de uva en vino. Es, por tanto, el centro productor de vino más antiguo de España, encontrándose en esta “pequeña” bodega, todo elemento característico para la producción de vino como bien son los trullos donde se contiene el mosto de uva recién pisado o los lagares donde esta última es pisada. Mucho tiempo antes de que se anotasen las reacciones químicas que podían hacer que la levadura pudiera convertir el azúcar en alcohol – lo que viene siendo la “fermentación” – ya se practicaba en esta población, tras ser machacados los granos de uva y contenidos en un recipiente cerrado.
Lo más interesante de estos yacimientos no es únicamente las prácticas vinícolas, sino el comportamiento de la población allí asentada, pasando de prácticas nómadas – como lo era el pastoreo, uno de los “configuradores” de la unidad de España – a establecimientos fijos y perfectamente consolidados. Establecimientos fijos y perfectamente consolidados en una Europa, recordemos, donde las zonas auténticamente civilizadas no estaban en el interior, sino en la costa. Todo esto realza mi teoría de que la agricultura es libertad y es autonomía.
Al margen de este reconocimiento histórico, y mencionando también a otros ilustres comarcanos nuestros como el ingeniero agrónomo de origen pontevedrino D. Fernando Oria de Rueda y Fontán o los grandísimos Ministros de Agricultura, D. Cirilo Cánovas García – en su gestión se aprobó la Ley de Montes de 1957, una ley con clara vocación ecologista, pero del ecologismo de verdad y no de boquilla – y D. Jaime Lamo de Espinosa y Michels de Champourcin – quién además presidió la Conferencia Mundial de la FAO y que inició el proceso modernizador de la agricultura en España, destacar que a su gestión siempre cercana con la gente del campo, ningún otro ministro se ha acercado – querría hacerlo por toda esa gente del campo, a quién irán dedicadas mis siguientes palabras.
Yo también – no se me caen los anillos al reconocerlo, porque parece ser que es algo que quite un supuesto “pedigrí” – soy un hombre de campo, y no veo el por qué supone vergüenza o algo de rareza. Yo sé lo que es levantarse al primer albor de la mañana, aprovisionarse de todo e irse a la viña a quitar cardos, poner “carruchas” en los postes, sacar la goma de la tierra o atar cepas – en tiempos prevendimiales – y, ya en los últimos días de agosto y durante todo septiembre y gran parte de octubre, vendimiar hasta llenarse entero de mosto, llenando las pozas de uva hasta los topes. Pero antes que mí, he tenido predecesores que lo han desempeñado con una práctica y un tino insuperables, de una manera jamás enseñada en colegios. Mi familia, vive enteramente de al agricultura, somos autónomos del campo, y es nuestro mayor sustento. He visto a mi padre derrengarse los riñones de tanto agacharse para quitar molestas hierbas y, como un fortachón Hércules, clavar postes en la viña. A mi madre colocando con infinita precisión el hilo en la atadora de cepas y dando con todo el vigor a la azada para arrancar cardos. Fotos de mi abuela vendimiando con catorce años desde la más clara mañana hasta la más oscura noche o aplastando la uva en los lagares. Y como mi abuela, mucha gente en aquellos tiempos y ahora.
Yo se lo dedico a ellos y se lo dedico a todos mis compañeros agricultores, a todos aquellos que sufren y se dedican con gran entereza al cultivo, que tienen las manos sucias y callosas, y que muchas veces ven como su trabajo no es recompensado y tienen que aguantar necios comentarios.
Por vosotros van estas humildísimas palabras y una feliz víspera de San Isidro Labrador, un santo humilde, que – recordemos – fue el primer laico casado en ser canonizado. Una persona de carne y hueso, un incansable trabajador, un sufridor y un obstinado. A la eternidad se acercó por su buen hacer y su amor por la agricultura. Recuerden – como en un artículo precedente – que la agricultura es disidencia contra el mundo contemporáneo, contra el mundo que premia la holgazanería, la indecencia y las leccioncitas morales de postín.
Al acabar la entrada querría mandar mis mejores recuerdos a todos los fallecidos y afectados por el COVID-19 y también a los que – como consecuencia del colapso sanitario – han fallecido por otras dolencias. A ellos les ofrezco mis pensamientos, oraciones y buenos deseos, a ellos, a sus familiares y a sus más allegados.
