Un joven caballero de la Restauración inglesa.
Charles Mordaunt, que llegó a ser el tercer conde de Peterborough, vino al mundo en el 1658, el mismo año de la muerte de Oliver Cromwell, el férreo Lord Protector que había terminado capitalizando en su favor la revolución parlamentaria contra Carlos I de Inglaterra. En 1660 su hijo Carlos tomó tierra en Dover y la monarquía inglesa fue restaurada. Los alegres y frívolos años del comienzo de la Restauración, en contraste con la precedente rigidez puritana, brindaron al joven Mordaunt notables oportunidades. Hijo del vizconde John Mordaunt y de la nieta del primer conde de Monmouth, recibió una educación acorde con su posición social.
En la primera mitad del reinado de Carlos II, el Parlamento se mostró acorde con el nuevo monarca, que obró con prudencia en atención a lo acontecido en Inglaterra a mediados del siglo XVII. Para la alta nobleza y para los caballeros era una oportunidad para intervenir en la vida política y brillar en sociedad aún más si cabe. Mordaunt haría más tarde carrera parlamentaria, pero antes acreditó sus méritos militares. En 1674 se distinguió en la expedición contra la regencia otomana de Trípoli y después en la segunda campaña contra la plaza de Tánger. Ya entonces Inglaterra manifestaba unas vivas apetencias por fortalecer su posición en el Mediterráneo, coaligándose ventajosamente con Portugal y poniendo sus ojos en Tánger, Gibraltar y Alicante, en pugna con las Provincias Unidas y, sobretodo, con la Francia de Luis XIV. De la asediada España coetánea trató de aprovecharse lo que pudo.
Un aristocrático opositor a la autoridad real.
A finales del reinado de Carlos II, las relaciones con los parlamentarios se hicieron más tirantes por la voluntad de aquél de afirmar su autoridad, en una Europa en la que el absolutismo real se imponía. Ni la Cámara de los Lores ni la de los Comunes eran asambleas democráticas, pero sí reuniones de personalidades muy influyentes capaces de moderar los apetitos regios, al modo preconizado años más tarde por Montesquieu. La situación se agravó con el ascenso al trono del hermano de Carlos, Jacobo, el antiguo conquistador de Nueva Amsterdam a los holandeses. Dentro del Parlamento se fue verificando la división entre los que pese a todo aceptaban la superioridad real o tories y los whigs o defensores más claros de las prerrogativas parlamentarias. Su política de tolerancia hacia los católicos encendió las iras de muchos. Al español duque de Béjar llegaron rumores de la supuesta renuncia del difunto Carlos II al anglicanismo y de las intenciones de su hermano Jacobo II de abolir las leyes anticatólicas.
Mordaunt se situó en las filas de los whigs y al final marchó a las Provincias Unidas de los Países Bajos en 1686, donde entabló amistad con Guillermo de Orange. Fue uno de los que acabaron convenciéndolo para que invadiera Inglaterra invocando sus derechos dinásticos de yerno y su condición de protestante. Aquel movimiento terminaría llamándose la Gloriosa Revolución, que desplazaría a los Estuardo al exilio.
En la Inglaterra de Guillermo de Orange ocupó nuestro hombre importantes responsabilidades. En 1689 formó parte del Consejo Privado y fue Lord del Tesoro. Dentro de la política contra la expansiva Francia de Luis XIV, acompañó a Guillermo III a Holanda en 1691. Alcanzó el condado de Peterborough por herencia. Sin embargo, las cosas se terminaron torciendo. Hombre de carácter independiente y hasta cierto punto extravagante, fue acusado de intentar asesinar al rey Guillermo en complicidad con el jacobita sir John Fenwick. Por ello se le confinó en la Torre de Londres en 1697.
El incombustible político.
El 8 de marzo de 1702 falleció Guillermo III tras un accidente de cacería. Al morir sin descendencia directa, el cetro pasó a Ana, la hermana de su esposa María. Ello facilitó el retorno pleno de lord Peterborough a un bullicioso Parlamento, enfrentado a la enorme crisis internacional de la sucesión de la Corona de España.
El difunto Guillermo de Orange se había inclinado por el reparto de los dominios hispanos de común acuerdo con Luis XIV, pero cuando éste aceptó el testamento de Carlos II de España, que transmitía a su nieto Felipe toda la Monarquía, no puso objeciones al mantenerse separadas las coronas española y francesa. Las acciones del Rey Sol tendentes a difuminar toda división, como si Felipe V fuera su títere, condujeron a la coalición de Inglaterra con las Provincias Unidas y los Habsburgo de Viena para mantener el equilibrio de poderes europeo.
Tories y whigs coincidieron en su interés por el imperio español en lo comercial y en lo político, pero con estrategias distintas. Los tories se inclinaron por hacer la guerra por mar al modo de Isabel I y los whigs por comprometerse más en la lucha terrestre con la aportación de importantes sumas de dinero para costear las tropas. No olvidemos que se asoldaron regimientos alemanes mercenarios en varias de las campañas europeas de una Inglaterra a punto de convertirse en Gran Bretaña. El control parlamentario de semejante fuerza había ocasionado no pocos debates.
Se ensayó al comienzo la primera opción, contra Cádiz, cuya toma iniciaría la insurrección de Andalucía a favor de los Austrias. No se consiguió ni lo uno ni lo otro, pero al menos se apresaron frente a Vigo varias naves de la Flota de Indias, con perjuicio de más de un comerciante inglés. La entrada en guerra de Portugal contra Felipe V hizo triunfar los puntos de vista de los whigs plenamente. Con la toma de Gibraltar en 1704, en sustitución de Cádiz, por los ingleses (teóricamente en nombre de Carlos III de Austria) se consiguió un notable activo estratégico.
Lord Peterborough se mostraba a la sazón muy activo en el Parlamento y en parte para evitar problemas políticos se le enviaría a España al frente de las tropas inglesas de tierra, en la gran expedición que debería de derrocar a Felipe de Borbón.
El independiente general de Carlos III de Austria.
Desde Portugal se había reclamado la presencia del archiduque Carlos en la Península para emprender un esfuerzo bélico acorde con la situación. Arribó a Lisboa en consecuencia y pronto también llegarían las fuerzas que deberían entronizarlo en las Españas.
El conde de Peterborough fue designado comandante en abril de 1705 y el 20 de junio se encontró ya en Lisboa. Las tropas se dirigieron hacia el Este, hacia una inquieta Corona de Aragón, y en agosto desembarcaron en Barcelona, que no parecía fácil de ganar. Peterborough fue de los que se inclinaron al principio por desistir de su toma y recomendó poner rumbo a la Italia hispana. La determinación de Carlos de Austria lo impidió y el asedio prosiguió. No fue la última vez que chocaron ambos hombres. En el curso de las operaciones, Peterborough se dio cuenta de la debilidad defensiva de las posiciones de Montjuic y las unidades austracistas atacaron con vigor. El 14 de octubre cayó Barcelona en sus manos.
Entre soldados ingleses, alemanes, holandeses y españoles, Peterborough dejó en Cataluña una fuerza de unos 7.100 soldados y emprendió el camino hacia Valencia, donde entró el 24 de enero de 1706 tras burlar las posiciones borbónicas de Burjasot. Su desplazamiento a Valencia no agradó a varios de los comandantes austracistas, empezando por el mismo don Carlos, que consideraron que había debilitado peligrosamente la posición de Cataluña, lo que incitaba a los borbónicos a tratar de recuperar Barcelona. Estas previsiones se cumplieron, pero los de Felipe V tuvieron que levantar el asedio de la Ciudad Condal el 11 de mayo. Con las fuerzas borbónicas en retirada, se planteó el asalto a Madrid.
Requena, en el camino de la Villa y Corte.
La toma de la ciudad de Valencia, donde Peterborough impuso la autoridad de Carlos III frente a sus seguidores socialmente más radicales, había convertido Requena en una posición avanzada del campo borbónico, a donde marcharon fugitivos de toda condición y distintas unidades militares. De la mejor manera que pudo se fortaleció, municionó y se preparó para el ataque.
En la Junta de Estado y Guerra de don Carlos se aprobó que Peterborough se encaminara hacia Madrid por Requena, mientras aquél se dirigía por Zaragoza. Desde Portugal lord Galway y el marqués de Las Minas completaron el despliegue en tenaza. En mayo de 1706 las vanguardias austracistas alcanzaron las cercanías de Madrid.
Sin embargo, Peterborough no se apresuró. Hizo avanzar primero a su lugarteniente Windham con 1.500 soldados, que en Chiva tuvieron que deplorar el incendio de su pólvora, que el borbónico padre Miñana atribuyó a sus excesos alcohólicos. Aun así, el 13 de junio los de Carlos de Austria llegaron a Requena, que tras un enconado asedio capituló el primero de julio.
Lord Peterborough y varios cientos de ingleses en Requena.
Las imperativas necesidades de los soldados y sus brutales comportamientos hicieron trizas muchos de los puntos de la capitulación y conculcaron la pretensión de los seguidores de Carlos de Austria de ser reconocido como verdadero rey. En la obra atribuida a Domínguez de la Coba, se desgranan algunas de las destrucciones y muchos sacrilegios cometidos por los aborrecidos ingleses, algunos de otras procedencias nacionales. El Hospital de Pobres y el Archivo Municipal los padecieron. Sus depredaciones de objetos litúrgicos alimentaría la propaganda borbónica contra los servidores protestantes del archiduque Carlos. Su alojamiento en el convento de San Francisco junto a distintas mujeres acrecentó su pésima reputación ante la población católica sometida a notables exigencias.
El paso de Peterborough por Requena fue fugaz. Atendió protocolariamente algunas de las peticiones de Domínguez de la Coba en nombre de la población, pero sin voluntad de cumplirlas. A su modo, representa a todos los conquistadores que han pasado por esta tierra con todas sus urgencias y ambiciones.
De retorno a Valencia y a Inglaterra.
Con semejantes mimbres la causa de Carlos III no resultó popular en Castilla y a comienzos de agosto de 1706 tuvo que abandonar un díscolo Madrid. En esta ocasión se siguió el parecer de Peterborough, que le recomendó retirarse hacia Valencia en lugar de seguir la ruta en dirección a Lisboa. Por entonces, intentó conseguir un acuerdo comercial lo más favorable posible a los intereses ingleses en los territorios de la Monarquía hispana. Se supuso que la hostilidad castellana forzaría a los súbditos aragoneses de Carlos III a ser más complacientes con el comercio inglés.
De todos modos, la relación entre el conde y el archiduque fue pésima. Carlos nunca lo consideró un servidor fiel, sino un intrigante atento a otros intereses, y Peterborough lo contempló como un príncipe débil, demasiado oneroso para el tesoro inglés. Llegó a insinuar su buena disposición hacia el duque de Saboya en caso de muerte de don Carlos y se mostró partidario en economizar esfuerzos militares en la Península.
Gran lector del Quijote y muy aficionado a cortejar a las bellas valencianas, fue llamado a Inglaterra en marzo de 1707, en vísperas de la gran batalla de Almansa, para dar cuenta de graves cargos de falta de determinación y de malversación de fondos. La coalición contra Felipe V y su abuelo Luis XIV se mantuvo con fuertes dificultades.
El acercamiento a los tories.
A su retorno a Inglaterra no se amilanó el duque y supo defender su actuación ante la opinión pública de su tiempo y ante el Parlamento. Parte de su correspondencia se publicó en forma de libro para demostrar su buen hacer en España. Como defendió no subordinarse a los intereses de los Habsburgo, economizar dinero y emplear a las tropas en campañas de interés propio se ganó el aprecio de los tories, cada vez más populares en un país crecientemente harto de los dispendios y sacrificios de una guerra que se alargaba demasiado.
Su conducta fue restituida y en 1708 se le agradecieron sus servicios y experiencia con la misión diplomática en Viena, donde abogó para que los Habsburgo asumieran mayores compromisos materiales en la coalición contraria a los Borbones.
Cuando en 1712 se planteó la asistencia a la causa catalana, una vez entronizado en el Sacro Imperio don Carlos, se mostró remiso a secundarla al encontrarla contraria a los intereses de su país, entonces enfrascado en negociaciones de paz, y no ser afín a los mismos catalanes.
Sus últimos años.
En 1714 subió al trono británico el hannoveriano Jorge I y Peterborough perdió su influencia dada su reciente afinidad con los tories. En 1722 nuestro mujeriego personaje se casó en secreto con la cantante Anastasia Robinson. Murió en Lisboa en 1735.
Con fama de enredador como de enérgico, Charles Mordaunt ejemplificó los ímpetus de la Inglaterra de su tiempo, que en más de una ocasión tuvieron que sufrir españoles como los de Requena.
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