Las interminables guerras de los Austrias empeoraron considerablemente los problemas epidémicos y de abastecimiento que flagelaron Castilla desde fines del XVI. Requena se quejó al rey en 1641 de las empobrecedoras levas, avituallamiento de presidios, alojamientos y tránsitos de tropas por ser punto de paso y de frontera. El servicio en las grandes ocasiones fue un duro golpe para los contribuyentes. Los cuatro días de ingresos que se detrajeron a un pobre jornalero en 1644 pasaron a once en 1660. Las alteraciones monetarias agravaron la carga. El ejercicio de las armas descendió en atractivo, y los exclusivistas caballeros cedieron lugar en el campo de batalla a los más prosaicos soldados, cuya vida estuvo llena de sinsabores, lejos del alegre servicio en Italia encomiado por Cervantes. Desde 1633, con veintinueve años, el requenense Andrés Martínez sirvió en la Armada, y a sus treinta y seis se dolió de mal de corazón. El requerimiento de cuatro soldados en 1641 pasó con otras condiciones a cuarenta y nueve en 1693. Se aborreció el servicio, y en 1639 de los cincuenta y seis requenenses llamados a milicia no se personaron la mayoría. Los ociosos y malentretenidos completaron de la peor manera los cupos asignados. En 1640 los guardas del término persiguieron a los prófugos del Ejército de Aragón, y se atendió con limosnas a las esposas e hijos de soldados, cuya retribución era inferior a la de un jornalero. Los problemas de indisciplina militar y de conducción de reclutas se cargaron sobre las espaldas municipales. Al final se optó por redimir económicamente sus plazas, valoradas en 1653 cada una en cincuenta ducados.
La población de la Tierra de Requena padeció los males del crítico siglo: los 964 vecinos de 1591 descendieron en 1646 a 903. En la segunda mitad de la centuria remontó con tenacidad, alcanzándose los 1.026 en 1691. El estudio crítico del número de contribuyentes de varios impuestos a mediados del XVII nos permite distinguir una serie de categorías. Los pobres absolutos o de solemnidad, incapaces de pagar lo más mínimo, representaron el 10% de las gentes; los pobres a los que el fisco arrancó algo, el 8´6%; las familias muy modestas que con dificultades consiguieron su pan diario y que cargaron con la quiebra de millones, el 30´5%; los que vivieron en una estrecha mediocridad, los pequeños agricultores que adquirieron parte de su alimento en el mercado, el 15´2%; los medianos que podían verse desplazados, perdiendo su condición de cosechero modesto o necesitando acuciantes ayudas, el 17%; los labradores y artesanos de posición más desahogada, el 13´5%; las personas con cierto bienestar, el 3´5%; y los poderosos ricos, el 1´5%. Mientras un jornalero compró con dificultad el pan diario de su familia, valorado en un mínimo de dos reales, un caballero como Francisco de Carcajona ofreció 500 ducados (unos 5.515 reales) por el oficio de alguacil mayor, cantidad apreciable si tenemos en cuenta que el salario anual del corregidor rondó los 227 ducados y los ingresos de los propios y arbitrios más de los 900, aunque dentro del mundo de las grandes fortunas castellanas se antojara muy discreta la suma. La riqueza, asimismo, se distribuyó con matices por sectores económicos. Mientras en la viticultura los pequeños posesores representaron el 90´9% del total, en la ganadería sólo alcanzaron el 49´2%.
El estado crítico alentó la escapatoria particular, y el encapsulamiento de ciertos grupos en sus privilegios, valladar contra el temporal social. En la segunda mitad del XVI los linajes de los Pedrón, de la Cárcel, Zapata, Ibarra y Ferrer de Plegamans reforzaron sus vinculaciones familiares, conformando un grupo endogámico que estuvo en el corazón del regimiento perpetuo. La formación jurídica les resultó de gran valía, y de gran atractivo los hábitos de una orden militar como la de Santiago y el rango de familiar del Santo Oficio. A lo largo del siglo XVII se incorporaron plenamente a sus filas los Nuévalos, Carcajona y Enríquez de Navarra, desplegando riqueza e influencia social. En ocasiones ampliaron su círculo territorial y social. Doña Catalina María Ferrer Pedrón contrajo matrimonio con don Diego González de Mendoza y Pacheco mediado el siglo, y más adelante doña María Ferrer Pedrón y Olate con el alicantino don Carlos Vaillo de Llanos, siendo padres del primer conde de Torrellano.
El clero reforzó su influjo en aquellos atribulados tiempos de la Contrarreforma. Se hicieron procesiones en los conventos ante la gran sequía de 1610, el Cabildo rogó por el triunfo de las armas reales en Cataluña en 1640, y se hicieron solemnidades en honor de San Miguel y de Santiago por la victoria en 1643. Los regulares acrecentaron sus integrantes con los franciscano desde 1569 y las agustinas recoletas en 1629-31. Percibieron réditos por censos a veces establecidos sobre dehesas, y ante el afán recaudatorio de la Monarquía no solo esgrimieron privilegios fiscales. En 1643 los franciscanos adujeron la terminación de su iglesia para conseguir mayores ingresos. De todos modos los regulares disputaron con el Cabildo en 1662 por las ganancias de entierros y obsequios. A título individual, algunos eclesiásticos pertenecientes a las familias de los prohombres locales amasaron una importante fortuna, invirtiendo en negocios prometedores como el de la viticultura.
Las granjas de Requena (Camporrobles, Caudete, Villargordo, Fuenterrobles y la Venta del Moro) se convirtieron en aldeas a fines de la centuria, pese a todas las dificultades, proceso indisoluble del de la consolidación de una minoría rectora particular, especialmente en Camporrobles, que pretendió el villazgo en 1640. El manejo de su hacienda particular y el arrendamiento de sus tributos y recursos brindaron oportunidades de negocio, como a Juan Ponce Martínez, avalado por José y Bartolomé Gómez en 1661.
En Requena hubo alborotos contra el servicio de milicias bajo Carlos II, pero no se generalizó la rebelión porque sus dúctiles prohombres consideraron más útil la fidelidad al rey que la disidencia, a diferencia de lo acontecido en Cataluña. También ofrecieron a los más modestos una versión más protectora de la república. El pósito socorrió a los cultivadores necesitados, moderando el alza de los granos durante la epidemia de peste de 1649, cuya modesta incidencia se atribuyó al patronazgo de San Roque, celebrado por los caballeros con comedias y lidias taurinas de gran valor simbólico. Los requenenses no se arredraron ante los males seculares. Se respondió a los mayores embates de la mortalidad con el aumento de las nupcias, quizá porque las defunciones brindaron empleos y oportunidades a los vivos. El espíritu de ganancia no se encastilló en el arrendamiento de las hierbas de las dehesas, sino que buscó fortuna en la labranza de nuevos terrazgos ganados al bosque, la viticultura, la artesanía y el comercio. La preocupación por la atención médica honró a la Requena del XVII. En el aciago 1647 el doctor Vicente Cucarella previno contra los tejidos venidos de la enferma Valencia como transmisores de la peste. El estado de salud requenense animó a varios artesanos a establecerse aquí, en el camino entre Valencia y Toledo, caso del tintorero valenciano Ignacio Cucarella a fines de siglo.
El Siglo de Hierro fue para Requena más de transformación que de regresión, pero la guerra de Sucesión la puso a terrible prueba. Entre 1701 y mayo de 1706 atendió pagos sufragados con impuestos sobre el consumo a la par que algunos del Común y los caballeros regidores disputaron, pese a que ni unos ni otros vieron a Carlos III como rey. La ocupación austracista resultó lesiva por sus exigencias y profanaciones. Desde junio de 1707 a 1714 los requenenses se enfrentaron al bandolerismo y a la pobreza. La remisión tributaria quinquenal desde el 1 de enero de 1707 para reedificar el Hospital de la Reina no ahorró peticiones. Curiosamente cuando la misma tormenta descargó sobre todas las Españas, sus componentes no cejaron de reclamar su idiosincrasia como medio de supervivencia, complaciéndose los requenenses en su condición de fieles castellanos aledaños a la rebelde Valencia.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas municipales de 1608-15 (3267), 1637-47 (3268), 1660-69 (3270), 1696-05 (3266) y 1706-22 (3265).
Libro de cuentas de propios y arbitrios de 1594-1639 (2470) y 1648-1724 (2904).
Libro del pósito, 1583-1657 (3550).
Reparto de la quiebra de millones, 1646-48 (2358).
Reparto de la sisa del vino, 1654 (2356).
Reparto de los gastos para caza de lobos, 1676-93 (10362).
Padrón de peonadas de viña, 1651-1711 (2858).
Quintas, 1636-1834 (3533-3535).