Pudieran quitarle su buena mesa: su embutido digerido entre caldos de la denominación de origen; dejar a su emblemático castillo caer y no viera más pasar la historia, que a los pies de su mampostería los cisnes volaran y secados quedaran sus sifones; enfermos los plataneros no pudieran ser de sombra, así borrar la primavera y el otoño a los paseantes; y hasta hacer desaparecer el monumento a la vendimia, y ya por quitar monumentos, quitar el levantado en honor a Loreto Gallego, aunque hubiera que levantarlo primero; pudieran hasta no volver a colgar “estelas” a la entrada de los jubilados…. Pudieran quitarle todo eso a Requena, mas, ¿quién pudiera quitarle el frío de su invierno? ¿Qué sería cuando forasteros no pudieran decir nunca más: “¡Qué frío hace en este pueblo!”?
Pudieran ser varios los ladrones. El vértice polar, guardián de la noche mantiene un sólido muro desde donde no deja al frío cruzar hacia el sur. Un tal Jet Stream, una corriente de chorro que se ondula al llegar a las Azores y asciende hacia el norte, para dejar las puertas abiertas a las temperaturas africanas, con la ventaja de no necesitar pasaporte. Además, el cambio climático, ese indiscutible tan discutido, sesudos tratados circulan por internet a favor y en contra… Cuando se lee Requena bajo los Austrias, se concluye que la lucha de la comarca contra el clima ha sido feroz, años de sequía y calor como todo lo contrario acontecen de siempre, con la diferencia de que a día de hoy, por fortuna, ya no suponen una lucha a vida o muerte contra el hambre.
Los 9 de invierno por 3 de infierno vienen borrachos, sin saber cuál es la alineación correcta. El almendro y la viña engañados creen que por ahora las golondrinas ya estarán buscando a la fortuna en forma de nidos añejos, todavía colgados en los tejados; pues, quien pudiera haber robado el frío, devolviera los verdes negativos en los termómetros de las farmacias, ya para Todos Santos o por ahí… Ay, pareciere y padeciera aquello que escribía el poeta: “Cuando de nada nos sirve rezar”…

Dicen los tibetanos que “nada es permanente menos el cambio”, y esos de frío debieran saber mucho. Fuese esa la esperanza y volviera el cambio hacia lo habitual, que la única inmersión contra la que batallar sea tan sólo la lingüística. Y que esa se hiele también.