El 14 de octubre de 1601 llegó a Requena una carta del 27 de septiembre notificando el feliz parto de la reina, alumbrando a la infanta Ana, hija del rey Felipe III.
Ana María Mauricia de Austria y Austria había nacido en Valladolid el 22 de septiembre. Nieta de Felipe II y madre de Luis XIV, fue hermana del rey de España Felipe IV y esposa del rey de Francia Luis XIII, cabezas coronadas de monarquías enfrentadas. Se le atribuyeron amoríos con el duque de Buckingham, favorito de los reyes de Inglaterra Jacobo I y Carlos I, y un matrimonio secreto con el cardenal Mazarino. Gobernó Francia como regente entre 1643 y 1651, enfrentándose a la rebelión de la Fronda. Un 20 de enero de 1666 murió esta enérgica vallisoletana en París, cuya figura inspiró al Alexandre Dumas de Los tres mosqueteros y cuyo nacimiento fue celebrado por los requenenses.
El regocijo de los fieles vasallos se hacía patente a través de las alegrías y fiestas de una sociedad tan atenta al honor y al qué dirán como la de principios del barroco. Celebrar el nacimiento de una infanta en una época de tantas desdichas, con la peste amenazando a propios y extraños, tenía una importancia casi taumatúrgica. Daba a entender, pues, que los Cielos estaban de parte del señor rey, proveyéndolo de mercedes que gozarían sus súbditos.
Se comisionó al alférez mayor Miguel Zapata de Espejo y al licenciado Pedro Ferrer, regidores del consistorio municipal, a tal efecto. El municipio conformaba uno de los pilares de lo que hoy en día llamamos administración pública. El alcalde mayor tomaría buena nota de las ideas y sugerencias de los oficios como los sastres, pañeros, lenceros, peraires, etc.
La procesión y el toque de campanas para dar gracias a Dios en una Castilla como la de la época eran obligadas.
Los vecinos tenían que disponer, bajo pena pecuniaria, luminarias en las ventanas y lumbres en las calles, no siempre económicas, para presenciar los disfraces nocturnos promovidos por los oficios. La amenaza de multa nos indica que no todos los trabajadores y oficiales se mostrarían dispuestos a pagar el lucimiento social de los maestros, que podían llegar a ejercer de veedores o inspectores de las tareas y géneros de sus respectivos oficios. La fiesta era un buen momento para silenciar tensiones más o menos declaradas y de reclamación del protagonismo social de los oficios, justo en un tiempo en el que Castilla comenzaba a acusar su declive, tan grave para municipios como el de Cuenca, Segovia o Soria.
Los caballeros participaban en estos fastos exhibiendo sus habilidades marciales, aunque fueran más cosa del pasado que de su presente, tan marcado por el impacto de la revolución militar de renovados sistemas de amurallamiento, crecimiento de los efectivos humanos y nuevos conocimientos técnicos, por una profesionalización militar cada vez más ajena a ellos.
Harían los caballeros juego de sortija, anunciado a las gentes por un cartel, en el que probarían su habilidad y para acreditar su dominio de las lanzas a lomos de sus caballos dispondrían un estafermo o figura de madera sobre una barra giratoria provista de un escudo a la izquierda y a la derecha con una maza, que golpearía y dejaría en mal lugar al más torpe o al más desafortunado.
En tales celebraciones no podían faltar ni los toros ni la música. Se ordenó la compra de cuatro toros para que se corrieran al uso de su tiempo y se habló con los menestriles para que tocaran las veces necesarias.
El gran problema, como casi siempre, era el dinero y el 17 de octubre el exhausto erario municipal tuvo que echar mano de las rentas de las dehesas de Hortunas y Fuencaliente. La alegría en la casa del pobre ya se sabe que no dura mucho.
Fuentes.
ARCHIVO MUNICIPAL DE REQUENA. Libro de actas municipales de 1600-07, nº. 2894
