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REQUENA, CENTRO DEL SERVICIO DE INTELIGENCIA ANTINAPOLEÓNICO

  • Por Víctor Manuel Galán Tendero
  • 05/12/2018
  • Época Contemporánea

Requena, atalaya de la España patriota.

En 1810 las fuerzas de Napoleón proseguían su avance por España, a despecho de la resistencia patriota y de sus aliados británicos. Los españoles no se dieron por abatidos. Destacaron a informadores como Antonio Capetillo a tierras conquenses para que dieran buena cuenta de los movimientos enemigos. En la correspondencia con su jefe el secretario Eusebio de Bardají y Azara refirió jugosos detalles sobre la guerra de la Independencia. Si el 8 de diciembre de 1810 escribió desde el Campillo de Altobuey, el 8 de enero de 1811 ya lo hizo desde Requena.

Enclavada en una encrucijada de caminos, Requena era una importante posición para reunir noticias. Aquí llegaron las de los confidentes de Madrid e Irún, donde se tomaba el pulso del tránsito de las tropas napoleónicas. También se tuvo cierto conocimiento de lo sucedido más allá de los Pirineos, como del descontento de una Francia agobiada por la carga militar y temerosa de la posible ruptura con Rusia. En Italia también existía malestar. Las deserciones castigaban el ejército imperial, y el gobierno de José I no tuvo más opción que economizar. Sus discrepancias con su hermano Napoleón no pasaron inadvertidas.

Las flaquezas del imperio napoleónico hacían concebir a los patriotas esperanzas de victoria. Deberían ser lo suficientemente resistentes para aprovechar las circunstancias que les brindara la situación general.

Un enemigo implacable.

Resistir no era nada sencillo. Por la provincia de Cuenca se movieron los napoleónicos a placer. Causaron muchos males, según Capetillo, en Belmonte, San Clemente y otros puntos. En Tarancón establecieron su gobierno territorial. La caída de Tortosa causó consternación. Derrotas como las de Tarragona y Valencia sumaron mayores pesares.

Los napoleónicos también blandieron las armas de la propaganda, y pretendieron aprovechar el desánimo de los combatientes españoles ante un revés. Cuando cayó Tarragona, difundieron cartas entre los valencianos presentando toda resistencia como autodestructiva y solo favorable a los intereses de Gran Bretaña, la anterior rival de España. Los métodos de seducción del mariscal Suchet podían ser muy corrosivos para la causa patriota, especialmente cuando se encontraba fracturada.

Las flaquezas de los patriotas.

A 24 de enero de 1811 el mariscal de campo Marco del Pont llegó a Requena al frente de la división de Villacampa. Parecía a punto de emprenderse una gran acción, pero mediado el mes de febrero se impuso una amarga realidad. Los napoleónicos conocían los movimientos de la expedición de la división mencionada, la provincial mandada por San Martín y la del Empecinado. Villacampa fue perseguido de Albarracín a Cuenca, y huyó por Moya, Ademuz y otras localidades serranas. Los napoleónicos desplegaron sin dificultades sesenta jinetes y novecientos infantes.

Tal fortaleza, según Capetillo, provenía en el fondo de las debilidades políticas del bando español, con demasiados particularismos. Aprobó el proceder autoritario del general Bassecourt frente a la junta y el congreso de Valencia, a despecho de la amenaza de movilizar a las milicias urbanas y a las guerrillas de la Huerta. Consideraba que las cosas irían mal mientras existieran juntas. En sus cartas no ocultó su pensamiento político, favorable a una mayor autoridad.

Puso como ejemplo la de Cuenca, que ofreció el mando militar al Empecinado. San Martín se negó a contestar a su oficio por no corresponderle en la cadena de mando militar. Tales desavenencias entre jefes eran fatales: Villacampa, desde que tomara el mando Carvajal, había dejado de propinar golpes al enemigo, como los anteriores en Aragón. Su fuerza había descendido de 5.000 a 2.000 hombres, que vagaban por los pueblos de la provincia. La división provincial de 2.000 hombres no iba mejor, víctima de las querellas. La quinta de hace dos años había sido entorpecida por la falta de un vocal de la junta de agravios. La conclusión de Capetillo era clara:

“No son los franceses los que nos hacen la mayor guerra, porque su poder debía mirarse con desprecio. El carácter de inacción y desidia es nuestro mayor enemigo. Si en los que mandan hubiera uniformidad y un mismo deseo, pronto estaba decidida la disputa.”

En abril de 1811 una fuerza napoleónica de 1.500 infantes, 600 jinetes y dos cañones salió de Tarancón para batir a la división provincial. Irrumpió en Cuenca, donde hicieron 400 prisioneros antes de retornar allá. Capetillo lo consideró un movimiento de diversión para facilitar la huida de José I, pero los napoleónicos no parecían ceder un ápice.  

Con tintas más oscuras dio cuenta de los avatares de la división del Empecinado. O´Donnell ordenó que se sumara a las fuerzas regulares alrededor de Valencia, pero sus hombres se dividieron en bandos que se llegaron a disparar entre sí. No todos quisieron abandonar la forma de combatir guerrillera, y una agresiva fuerza de 4.500 combatientes quedó considerablemente reducida en julio de 1811. Sintomáticamente, la desmembración de las fuerzas españolas fue pareja al aumento del número de asistentes de la oficialidad.

Energía indomable a pesar de los pesares.

Los españoles plantaron cara en la medida de sus posibilidades, lo que fue celebrado por nuestro entusiasta informante. A finales de marzo del 1811 refirió el infructuoso intento de expulsar a los franceses de Barcelona desde Tarragona, cuya caída meses después deploraría. La toma del castillo de Figueras fue una gran satisfacción en aquellas circunstancias.

Se concibieron distintas maniobras para abatir a los de Napoleón. En Villel se unirían las fuerzas de Villacampa y de Obispo, que había partido de Utiel, para atacar Teruel y Molina de Aragón, en manos enemigas. De tener éxito, se abriría el camino militar hacia Zaragoza por Daroca, Calamocha y Cariñena, y se podría enviar ganado a la asediada Tarragona.

La resistencia del castillo de Murviedro contradijo las expectativas de los napoleónicos, también al acecho desde Cuenca. Con todo, la fortaleza también terminó cayendo, y aquéllos asediaron Valencia. Desde Requena, Freire pasó las Cabrillas a fines de diciembre de 1811 para auxiliarla. Los franceses también se movilizaron, y desde Tarancón la columna de D´Armagnac, con 300 jinetes, se dirigió contra Requena. Capetillo supo de las complicaciones del Imperio en el Este de Europa y en otros frentes peninsulares, y vio claro que iba a ser embolsado o metido en un saco si no escapaba hacia Aragón por Moya. Caídas Valencia y Requena, se encontraba el 2 de febrero de 1812 en Tarazona de la Mancha, atento a las noticias de Madrid y Alicante, entre otros puntos.

Capetillo contó con un ejército no siempre reconocido en los libros sobre nuestra guerra de la Independencia, el de los emisarios y confidentes, a veces detenidos por las propias autoridades patriotas a pesar de llevar el pasaporte del comandante de armas de Requena. Sus heroicos  correos a veces tuvieron que deshacerse de sus cartas. El padre guardián de Valverde llegó mojado y cubierto de barro para dar cuenta de las provisiones napoleónicas en Castilla la Nueva. Todo sirvió para mantener el fuego de la resistencia en medio de una Europa con las espadas en alto.

Fuentes.

   ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL. Secretaría de Estado y del Despacho de Estado, 3010, expediente 1.

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