Cuando los españoles llegaron a América, a las Indias, descubrieron mucho más que un mundo nuevo, pues accedieron a una enorme cantidad de sabores y sensaciones hasta entonces desconocidos por ellos. El chocolate elaborado a partir del cacao pronto conquistó a los conquistadores: pizpiretas damas y religiosos severos lo tomaron con gusto, ya por placer, ya por no faltar a los ayunos. Al rey chocolate pronto acompañaron en animada corte otros suculentos príncipes y princesas, como la canela, viajera desde Asia a América. Con semejantes compañías, las penas no lo eran tanto. El padre Joan Andrés Coloma pidió en 1711 encarecidamente al duque de Gandía chocolate y dinero, mientras los miqueletes le hacían la vida difícil. Fue tal el auge del chocolate que en ciudades como Barcelona se crearon Colegios de Drogueros y Confiteros.
A Requena también llegó tan golosa tendencia, pues sus gentes se mostraron mucho antes de 1492 proclives a lo dulce. La apicultura tenía entre nosotros una gran tradición y en la Baja Edad Media se documenta con fuerza. Más tarde, el azúcar también haría fortuna y en 1638 los más afortunados de sus vecinos se permitieron confituras, azúcar y chocolate, un lujo en el hambriento siglo XVII. Los refrigerios caballerescos de solemnidades como las del Corpus se honraron con su buen chocolate.
El negocio del dulce hizo fortuna entre nosotros y entre los géneros vendidos en 1788 por un comerciante como Juan Sánchez no faltó el chocolate, el azúcar, higos, pasas, piñones y almendras, además de otros muchos. Los beneficios eran no menos sabrosos, pues en aquel mismo año se vendió en la villa chocolate por valor de 6.525 reales, canela por 3.750, dulces secos por otros 3.750, cacao por 2.400, turrón por 1.500, almendra por 1.350, confites por 1.125, bizcochos por 816 o caramelos por 500. Considerando todos los géneros los beneficios sumaban los 28.710 reales, un poco más de la tercera parte del valor del encabezamiento de las rentas provinciales como las alcabalas o los millones.
Fuera de la villa, en los extensos términos requenenses, el gusto por el dulce no era menor y rendía al comercio unos provechosos 5.991 reales, aunque aquí la primacía la ostentaba el turrón, seguido de los confites.
Tanto dulce, sin embargo, tenía su componente amargo. En 1767 el confitero y cerero Joaquín Rama se quejó de pagar comparativamente más alcabala que muchos fabricantes y mercaderes de seda. Pretendió alcanzar una gracia que beneficiaba a algunos comerciantes y arrieros que iban a Valencia. En su tienda vendía chocolate, cacao y azúcar. Se valoró tales géneros extranjeros en 1.800 reales y en 400 el montante de la alcabala. El erario regio consumía otras golosinas igualmente suculentas.

Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Expedientes de formación del encabezamiento y de los frutos civiles, 1785-1811 (nº 4726).