Un general absolutista.
El 4 de mayo de 1814 Fernando VII firmó el decreto, elaborado por Juan Pérez Villamil y Pedro Gómez Labrador, de abolición de la Constitución de 1812. Al reasumir los poderes absolutos, el rey echaba por la borda la labor de los liberales españoles durante la guerra contra el imperio napoleónico. ¡Vivan las caenas!, vociferarían algunos. De todos modos, Fernando VII no hubiera llegado tan lejos de no contar con la inestimable colaboración del general en jefe del II y del III Ejército, el navarro Francisco Javier Elío.
Este militar formado en tiempos del Antiguo Régimen había ejercido el virreinato del Río de la Plata desde Montevideo en pugna con la independentista Buenos Aires entre junio de 1810 y enero de 1812. Sus años de servicio en América afirmaron sus ideas absolutistas. De retorno a la Península, las autoridades patriotas le encomendaron en agosto de 1812 la jefatura del citado Ejército tras la derrota española en la primera batalla de Castalla. Tuvo que investigar la responsabilidad de la Regencia y del infortunado general O´Donnell en el fracaso, un cometido muy espinoso que le granjeó no escasos sinsabores.
El 6 de enero de 1813 asumió en calidad de general en jefe la capitanía general de Valencia y Murcia. Los napoleónicos no se lo pusieron fácil y en su avance hacia la ciudad de Valencia encajó no escasos contratiempos. Sus tropas avanzaron hacia Requena, pero se encontraron ante un enemigo que no se retiró en desorden, sino plantando cara. El 19 de junio el general napoleónico Severoli se encontró al acecho y al día siguiente sus tropas pasaron las Cabrillas obligando al repliegue de las españolas. El 23 del mismo mes Suchet entró en Valencia y sus fuerzas desafiaron en toda regla a las de Elío. El 27 volvieron a repasar las Cabrillas y a irrumpir en Requena. El 28 lo hicieron en Utiel y el 30 decidieron marchar sin ser vencidos.
Las tropas de Elío carecieron de material y de víveres, lo que no dejaría de influir en los ánimos del general en relación a las nuevas autoridades liberales, que tuvieron que enfrentarse a enormes problemas. Liberada de los napoleónicos, que se habían hecho fuertes en la altura de San Francisco, Requena puso en marcha la nueva administración constitucional a nivel municipal con los fondos muy quebrantados y un considerable sufrimiento a sus espaldas.
Requena se congratula del retorno del Deseado.
Los requenenses, como gran parte de los españoles, ignoraban el vil proceder de Fernando VII, que en su teórico cautiverio en Francia llegó a solicitar convertirse en hijo adoptivo de Napoleón y a felicitarle por sus victorias ante los patriotas. Para evitarse más problemas en la Península, el emperador decidió liberarlo, también con la esperanza puesta en encender la guerra entre liberales y absolutistas españoles.
El 24 de abril Fernando cruzó la frontera franco-española. No seguiría el itinerario propuesto por las Cortes, lo que era todo un indicio de sus intenciones últimas. El primero de abril de 1814 se notificó a Requena que su amado monarca llegaría a la ciudad de Valencia el día 5. Finalmente entraría el 16. Siguiendo usos muy arraigados se encendieron luminarias y se celebró un solemne Te Deum para resaltar la fidelidad y la lealtad del pueblo a su monarca. El liberalismo naciente todavía no había conseguido desarraigar tales ideas.
Para recibir a Fernando VII en Valencia y hacerle ver su buena conducta durante la guerra, el municipio requenense diputó a don Andrés María Ferrer de Plegamans, el regidor Mariano Segura, el arcipreste y cura del Salvador Manuel Martínez del Val, don José Pedro de la Cárcel Marcilla y don Francisco Antonio Herrero en acto de homenaje y respeto de la nación.
El 22 de abril los diputados informaron favorablemente de su comisión. Mientras tanto los absolutistas se mostraron muy activos. El 12 de abril sesenta y nuevo diputados habían presentado al rey en Puzol el llamado Manifiesto de los Persas y el 17 el general Elío le había manifestado su adhesión a sus planes.
No conocemos a ciencia cierta la posición de los diputados de Requena, pero entre ellos hubo destacados absolutistas como don Andrés María Ferrer de Plegamans, de encumbrado linaje, que también tendría un destacado papel en el ayuntamiento absolutista de 1814. De hecho, el lenguaje político de la comisión tenía más puntos de contacto con el Antiguo Régimen que con la Constitución de 1812, la Pepa.
El golpe y sus resultados.
También es muy posible que alguno de los diputados, como el inquieto don José Pedro de la Cárcel Marcilla, tratara a Elío con motivo de las anteriores campañas. Lo cierto es que el general facilitó el nombramiento de su amigo Francisco Ramón Eguía como capitán general de Castilla la Nueva, en la que se enclavaba por aquel entonces Madrid.
Los hechos que se desarrollaron a continuación son bien conocidos. Tras una patriótica y emotiva celebración al Dos de Mayo y sus héroes en una villa y corte inquieta por la pugna política, el 4 de mayo el rey declaró nula la Constitución en Valencia a la sombra del ejército. La historiografía ha realzado el papel en tal golpe de los grandes señores valencianos, dado su descontento con las medidas abolicionistas de los señoríos de los liberales. El 13 de mayo Fernando VII hizo su entrada en una capital que había padecido el terror de las turbas absolutistas y las detenciones políticas.
Mientras tanto en Requena las actas municipales no registran grandes movimientos, aparentando normalidad. La restauración absolutista de 1814 no pareció tener a nivel local las aristas de la de 1823, cuando el liberalismo llegaría a cobrar mayor fuerza.
Sin embargo, el 16 de mayo el general en jefe del II Ejército Elío, que había acompañado al mismo rey hasta Madrid, ordenó el acantonamiento del regimiento de voluntarios de Madrid del coronel Rafael Paredes, pues la plaza de Requena resultaba geográficamente fundamental. Vemos como en la estrategia del golpe primó el dominio de las grandes capitales para extender después el control a los puntos intermedios. Se trató de un movimiento que recordaba más al de don Juan José de Austria en 1669 que al del Napoleón que escaparía de Elba para llegar a París y ser vencido en Waterloo.
Los requenenses se las tuvieron que ver de forma madrugadora con las contradicciones de un absolutismo reactivo y poco sensato. El acantonamiento de tropas requirió unas cantidades de dinero de las que no se disponía tras los desastres de la guerra, prolongando innecesariamente los sacrificios del vecindario. El municipio recordó los 10.000 reales ya pagados con dificultad a la Intendencia por el tercio de las imposiciones, pero las nuevas exigencias conducirían al cobro de las contraproducentes rentas provinciales.
Pronto los poderosos locales se vieron enfrentados a la sumisión al absolutismo, que no logró ganarse el favor de los grupos populares denostando los excesos de la libertad comercial. Poco a poco el liberalismo iría ganando la partida a lo largo del siglo XIX en Requena y en el resto de España. Su verdugo de 1814 Francisco Javier Elío sería ejecutado en el garrote vil en la Valencia de 1822.

Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.
Departamento de Guerra. Diversos-Colecciones, 107, N. 43.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1813-16, nº. 2732.