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REQUENA Y UTIEL, PRENDAS DE PAZ (1375)

  • Por Víctor Manuel Galán Tendero
  • 29/07/2015
  • Época Medieval

La paz de 1375.

A comienzos de 1375 castellanos y aragoneses parecían a punto de entrar nuevamente en guerra. En el reino de Valencia se temieron movimientos por Murcia y Requena.

El estado de tensión en este momento emanaba de la resistencia de Pedro IV de Aragón a entregar en matrimonio a su hija Leonor al infante castellano don Juan, el primogénito de Enrique II. El temor aragonés a la influencia castellana era evidente.

El 12 de abril de aquel año, de todos modos, los embajadores de los dos reyes firmaron en el monasterio de San Francisco de la villa de Almazán, en el obispado de Sigüenza, una paz que fue encomiada como agradable al rey de reyes, capaz de aumentar la devoción de los súbditos por sus príncipes.

Pedro IV había cedido ante la presión de Enrique II con disgusto, y se pusieron en prenda de su cumplimiento Requena, Utiel y Moya. Hasta alcanzarse este resultado el camino había resultado largo y tortuoso.

 El antiguo confederado de Pedro IV de Aragón.

En 1356 Aragón y Castilla entraron en guerra. La primera carecía de los recursos humanos de la segunda, pero jugaría la baza de las divisiones internas de la alta nobleza castellana, muy agitada por el proceder expeditivo de Pedro I.

El 5 de marzo de 1356 Pedro IV de Aragón y el conde de Trastámara don Enrique, hermanastro de Pedro I, suscribieron una concordia y confederación en la que se acordó el matrimonio de la infanta doña Leonor de Aragón con su primogénito don Juan. El cumplimiento de la promesa se antojaba lejano y el monarca aragonés intentaba disponer de un aliado más que se comprometiera a entregarle tierras castellanas de Murcia a Soria, Requena incluida por supuesto. El 24 de julio de 1359 Pedro IV confirmó el compromiso en Valencia.   

Las circunstancias se encargaron de dejarlo en el aire durante muchos años. Pedro IV estuvo a punto de ser derrotado por Pedro I y Enrique de Trastámara tuvo que luchar muy duro para deshacerse de su regio hermanastro y aplacar las ambiciones de los reinos hispánicos vecinos. En 1371 había logrado una paz favorable con Portugal y afirmado su autoridad en Castilla. Era hora de encargarse del matrimonio aragonés.

Los encargados de negociar.

Aprovechando los buenos oficios diplomáticos del Pontificado, en vísperas del gran Cisma, se intentó llegar a una avenencia entre los antiguos aliados. La paz era muy necesaria cuando la epidemia de peste castigaba la Península, Castilla tenía cuentas pendientes con Granada y Aragón abierto el extenuante frente de guerra de Cerdeña.

 El 22 de septiembre de 1371 Enrique II puso la procuración de los tratos en manos del obispo de Burgos don Domingo (ausente como presente) y de su mayordomo mayor don Álvar García de Albornoz, señor de Utiel.

Asimismo, Pedro IV la confió en el obispo de Lérida y en don Ramón Alemany de Cervelló, entonces portanveces de gobernador del reino de Valencia. Ambas delegaciones se sometieron en Castielfabib, diócesis de Segorbe, al arbitraje de una comisión eclesiástica en la que participaron individuos como el archidiácono de Cuenca Fernando Martínez.

Los puntos de disputa.

El ideal de la paz ecuménica querido por el Papado fue servido por buenos conocedores de los entresijos legales y de las cuestiones locales de la frontera castellano-aragonesa.

Las represalias comerciales o marcas derivadas de la situación de enfrentamiento se canalizaron a partir del 2 de enero de 1372 a través de una comisión de arbitraje encabezada significativamente por el señor de Utiel y el portanveces del reino de Valencia. Se impuso sobre los géneros que atravesaban la frontera un impuesto, el de la quema, para compensar las pérdidas económicas de los perjudicados de una y otra parte.

Calmar los ánimos de comerciantes y municipios fronterizos era un paso muy importante, pero el principal punto de disputa estuvo en la reclamación de Pedro IV de las tierras prometidas por el Trastámara cuando era un desterrado y en la de matrimonio del infante don Juan de Castilla, como si el equilibrio peninsular dependiera de estas cuestiones.  

El lento avance de las negociaciones.

Vista la complejidad del problema se escogieron procuradores ante el colegio cardenalicio. La prolongación de las Cortes aragonesas en abril de 1372 añadió dificultades de elección del lado de Pedro IV.

En 1373 el rey aragonés se dirigió al castellano en términos fraternales, pero el 14 de noviembre de 1374 se le quejó de la ocupación de castillos aragoneses por compañías de mercenarios procedentes de Castilla.

Las negociaciones se acompañaron desde el lado castellano de presiones militares. En 1375 el adelantado de Murcia, el conde de Carrión, apresó a súbditos aragoneses en tierras de Orihuela, haciendo caso omiso de la tregua de treinta días a partir del 20 de marzo.

Al final Pedro IV tuvo que ceder ante Enrique II.

El acuerdo de paz.

El 12 de abril de 1375, ante el legado papal el cardenal de Comenge, se alcanzó el acuerdo, jurado a pleito homenaje a costumbre de España.

El rey de Aragón se abstendría de cualquier reclamación territorial al de Castilla, dándose ambos monarcas garantías de integridad y de protección de sus Coronas. El siglo de las disputas por el trazado definitivo de la frontera pasaba a la Historia.

También cedía el aragonés en lo relativo al enlace de su hija Leonor a cambio de un sustancioso pago matrimonial. En la Navidad de 1376 se pagaría el primer plazo de 80.000 florines de oro de cuño aragonés, en la del año siguiente otros 80.000 y 50.000 en la de 1378. Las cantidades se entregarían en Soria y se pondrían en salvo en Calatayud. En caso de no encontrarse en Castilla los florines necesarios (cotizados a 21 maravedíes cada uno) se recurriría a las doblas castellanas de buen oro, valoradas en 35 maravedíes, o a las marroquíes, de 32 maravedíes.

La garantía del pago.

Se estipuló que en prenda del pago el rey de Castilla y el infante don Juan entregaran Requena, Utiel y Moya al canciller mayor de Pedro IV, el arzobispo de Zaragoza don Lope, y a su camarlengo y ahora gobernador de Cataluña Ramón de Alemany. Ocho días después de esta entrega se libraría la villa y condado de Molina, que se había alzado por el monarca aragonés, al infante de Castilla, futuro yerno del Ceremonioso.

Requena, Utiel y Moya se entregarían en mayo bajo ciertas condiciones. No se alterarían sus privilegios ni se tocarían las rentas correspondientes a Enrique II en calidad de rey. Los procuradores aragoneses las confiarían a quien señalara el monarca castellano. Pasarían a manos del rey de Aragón en caso de impago al mes de uno de los plazos.

Escollos de última hora.

Este acuerdo debería de ser ratificado por los Estados de las respectivas Coronas y se estableció una pena de 100.000 marcos de plata para cualquier contraventor. Se quería alejar a los malos hombres interesados en hacerlo naufragar.  

Pero el principal obstáculo volvía a ser la renuencia de Pedro IV de entregar a su hija Leonor. El 21 de mayo de 1375 Enrique II sostuvo que no entregaría en prenda las plazas hasta que no cumpliera el compromiso, aceptado nuevamente por el aragonés el 4 de junio y recordado una vez más por el castellano el 15 de junio.

En la ruta entre el Mediterráneo y la Meseta, puerta de entrada y salida de Aragón y Castilla, nuestras tierras también fueron en lo diplomático uno de los yunques en los que se forjó con no escaso esfuerzo la España moderna, la heredera de la veterana Hispania.

Fuentes.

ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN. Real Cancillería. Registro número 1543 íntegro.

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