El descubrimiento, conquista y colonización española de las Américas conforman un episodio trascendental de la Historia de la Humanidad, en el que se verificaron notables movimientos de población entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Los amerindios resultaron diezmados en muchas áreas americanas como consecuencia del sistema de dominación implantado por los conquistadores y por las enfermedades introducidas por ellos. Los europeos que tentaron la aventura indiana, muchos de ellos varones jóvenes, corrieron serios riesgos y dieron principio a un nuevo poblamiento en el que el mestizaje tuvo cabida. Desde el África subsahariana, a través del Atlántico, llegarían miles de esclavos negros arrancados violentamente de sus tierras originarias. El mundo ya nunca volvió a ser el mismo tras 1492.
Los españoles interesados en pasar a las Indias tuvieron que solicitar el permiso correspondiente a la corona a través de la Casa de la Contratación establecida en Sevilla, la puerta de América durante los siglos XVI y XVII. La monarquía intentó evitar a toda costa el paso de individuos considerados indeseables, como judíos y musulmanes. Tales disposiciones restrictivas y discriminatorias originaron una voluminosa documentación, que permitió a Boyd-Bowman elaborar su índice geo-biográfico de los españoles pasados a Indias entre 1493 y 1539.
Su estimación de 17.961 embarcados se ha considerado escasa, ya que no ha tenido presente el pasaje ilegal, pero su distribución geográfica parece bastante correcta en líneas generales. De claro predominio castellano, destacó la aportación del reino de Sevilla y de las tierras de Extremadura a la empresa americana. Esta sui generis Vía de la Plata tuvo importantes prolongaciones hacia Toledo, Valladolid y Burgos. Dentro de Castilla la Nueva la provincia que menos personas aportó fue Cuenca, con 165 frente a las 212 de Guadalajara, las 329 de Ciudad Real, las 395 de Madrid y las 958 de Toledo. Los intereses de los conquenses se orientaban más hacia el arco mediterráneo.
Entre los expedientes de la Casa de la Contratación se localizan muchas personas que llevaron el apellido Requena, pero en su mayoría fueron originarias de tierras andaluzas y extremeñas precisamente. Los requenenses ganaron importancia en el pasaje entre los siglos XVI y XVII.
La América a la que viajaron ya no era aquella tierra de conquista de los primeros tiempos, sino las Indias más o menos organizadas por la administración real, que había quebrantado el orgullo de los viejos conquistadores. El enorme despegue de la minería en Nueva España y Perú fortalecía el comercio y el crecimiento de las haciendas en manos de los españoles americanos, entre los que ya apuntaba el criollismo, cuando ya se notaba el declive de la población amerindia en toda su magnitud. Aquellas Indias ganaron autosuficiencia en relación a una España en la que ya se experimentaban los primeros síntomas de la crisis del XVII, como muy bien apuntara John Lynch.
En 1592 viajó hacia allí el requenense de treinta y cuatro años Juan de la Cárcel. La aventura indiana ya había tentado a su progenitor, de igual nombre y casado con Catalina Pérez, que falleció en el reino de Nueva Granada, la actual Colombia en líneas generales.
Juan tuvo que someterse como el resto de los españoles a las pesquisas de las autoridades locales, entre las que sobresalió el alcalde mayor, para dar fe de sus antecedentes familiares y de su condición de cristiano viejo, una categoría muy celebrada en la Castilla de la limpieza de sangre. Al final obtuvo permiso para trasladarse y estar en el Perú por tres años en calidad de criado de Andrés Rubio, natural de la localidad conquense de Villamayor de Santiago, para cobrar una herencia. América atraía con sus riquezas a los familiares de aquellos que ya se habían afincado allí, que en sus peripecias procuraron contar con la confianza de la cercanía geográfica, del paisanaje y de la vecindad, lo que no dejaría de influir en la sociedad indiana, tan saturada de conflictos entre españoles de dispar procedencia.
El cursus honorum también llevó a las Américas a muchos españoles servidores del rey en la administración. Tal fue el caso del licenciado don Juan de la Celda, nombrado alcalde del crimen en la Audiencia de Lima. Pasó a su nuevo destino acompañado de una nutrida compañía de personas de confianza y de criados, entre los que hubo muchos requenenses, como Catalina de la Celda, una mujer que según las averiguaciones del alcalde mayor de Requena Alonso Hurtado formaba parte de las familias de regidores de la villa, con algunos agraciados con la distinción de familiares del Santo Oficio en Valencia, muy apreciada en la época como bien ha apuntado José Alabau en su estudio sobre la Inquisición en nuestras tierras.
Otros que pasaron a las Indias en su séquito, en calidad de criados, fueron Pedro Ferrer Domingo (hijo de Juan Ferrer Domingo y Catalina Pedrón), Andrés Ramírez (cuya madre era Quiteria de la Celda), Francisco de Cabriada y Juana Martínez de Espejo.
Don Juan se rodeó de personas de su ambiente social y familiar con la intención de convertir Lima en su particular Requena del Nuevo Mundo, en la que aquellos requenenses intentaron ganar fortuna como otros muchos españoles de su tiempo.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS,
Casa de la Contratación. 5235, N.2, R. 42.; y 5350, N. 1.
