La Hermandad de San Sebastián celebró en el 2017 sus quinientos años documentados.
La lucha contra la enfermedad ha sido uno de los grandes combates de la Humanidad desde sus inicios. En el siglo XXI se le hace frente con la ciencia y la asistencia social, al menos en los países con mayores niveles de bienestar. Sin embargo, en otros tiempos en los que se consideraba un castigo enviado por los dioses los medios fueron otros, por muy discutibles que parezcan a las gentes de hoy.
Desde el homérico arquero Apolo, que disparaba una lluvia de flechas, las del fuego de la peste, se creyó en el origen sobrenatural de tan horrorosa enfermedad. Jacobo de Vorágine nos refiere en el siglo XIII las visiones de Santo Domingo acerca del fuego de la peste, algo que pasaría a la iconografía cristiana.
El sabio Jean Delumeau nos advierte que el pensamiento mágico observa dos curiosas leyes, la del contraste y la de la similitud, cuya combinación implica que lo semejante anula lo semejante para conseguir lo contrario. En suma, para evitarse la peste se debía tener presente sus flechas en la invocación a la divinidad protectora.
Muchas de estas funciones protectoras pasaron a los santos con la cristianización y desde el siglo VII se rindió culto a San Sebastián como protector contra la peste, que en aquella centuria atacó la Hispania visigoda y en la anterior las tierras del imperio romano de Oriente. Recordemos que el santo fue un soldado romano del siglo III que fue ejecutado a flechazos por su proselitismo cristiano y por mantenerse firme en su fe. Los historiadores sostienen que su popularidad se acrecentó notablemente a partir de 1348, cuando Europa padeció una de las más espantosas epidemias de peste negra de su Historia, un mal que se repitió hasta el siglo XVIII en el Oeste del continente.
Otro protector contra la peste fue San Roque, un peregrino a Roma del siglo XIV que se consagró a la atención de los enfermos del mal en Italia. Canonizado en 1584, su devoción se extendió previamente en el siglo XV desde Venecia hasta los Países Bajos pasando por tierras del Sacro Imperio Romano Germano en una transitada ruta comercial. Ya en 1477 tenemos constancia de una cofradía dedicada a San Roque en la republicana Venecia, tan expuesta a los ataques de la peste llegada del Mediterráneo Oriental.
San Sebastián y San Roque protegían contra tan temible mal y en una tabla del siglo XVI de Barbastro los encontramos representados juntos. No es nada casual que uno de los buques de 500 toneladas de la flota de Nueva España de 1609 recibiera el nombre de San Roque y San Sebastián. En la iglesia parroquial de la riojana San Andrés de Anguiano encontramos en 1693 una cofradía bajo la advocación de ambos santos.
En Requena se reverenció a los dos, pero no de forma común. Si damos crédito a la obra Antigüedad y cosas memorables de la villa de Requena, atribuida a Pedro Domínguez de la Coba, la ermita que se consagró a San Sebastián en Las Peñas dataría del siglo XIII. Su más que notable artesonado mudéjar no supone que allí se estableciera una comunidad islámica bajo la autoridad cristiana que conquistó la villa, ya que no hay constancia documental de ninguna aljama y morería, de gran interés para el pago de impuestos al rey y cumplimiento de otros deberes. Lo más probable es que fuera obra de artesanos mudéjares contratados por cristianos, algo muy frecuente en Castilla y en Aragón.
La misma Antigüedad y cosas memorables de la villa de Requena nos informa que la cofradía de San Sebastián (ahora en merecidas conmemoraciones pluricentenarias) databa de antes de 1517. Entre los documentos que pasaron al archivo de la parroquia del Salvador figuraba un libro de 1517-35 en el que se tomaron las cuentas de las visitas episcopales, que era continuación de otro. La cofradía disponía gracias a la piedad popular de bienes y rentas, que por desgracia no conocemos con detalle, y de 612 hermanos o miembros de toda la villa a 5 de diciembre de 1535, un número elevado para una Requena que no pasaría de las 2.500 almas.
La cofradía vinculada a la ermita de San Sebastián gozaba entonces de buena salud y sus bienes tentaron a más de un particular. El 18 de mayo de 1568 el obispo franciscano fray Bernardo de Fresneda, tan importante para San Francisco de Requena, adscribió la ermita a la parroquia del Salvador y el 5 de julio el cura Agustín Muñoz tomó posesión formal.
Aunque la ermita no acusó ningún declive en el siglo XVIII, la cofradía sí, pues según el autor de Antigüedad casi había desaparecido en la década de 1730. Algunos para hacer unos graneros nuevos quería(n) destruir los antiguos. Tras semejante reproche se ocultaría la preferencia por otras cofradías desde finales del XVI.
En el siglo XVII, sin embargo, la festividad de San Roque ganó protagonismo, algo muy natural en una centuria en la que se insistió en la asistencia a los enfermos de peste, tan devastadora en el Mediterráneo Occidental entre 1647 y 1657. Con motivo de la misma se celebraron festejos taurinos, que a veces provocaron no escasas discrepancias entre los regidores municipales y los caballeros de la nómina. En 1661 se pagaron 60 reales por 534 vacas para las fiestas de toros de San Roque de los menguados fondos municipales de propios y arbitrios. Quizá la creciente popularidad de esta celebración fuera uno de los motivos del declinar de la cofradía de San Sebastián, aunque no se tradujera en la fundación de una nueva consagrada a San Roque. Sería la hermandad decimonónica de San Sebastián la que tomaría el relevo de aquélla mucho tiempo después.
Bibliografía.
DELUMEAU, Jean, El miedo en Occidente, Taurus, Madrid, 2007.
DOMÍNGUEZ DE LA COBA, Pedro (atribuible a), Antigüedad y cosas memorables de la villa de Requena, escritas y recogidas por un vecino apasionado y amante de ella. Edición de César Jordá Sánchez y Juan Carlos Pérez García, Centro de Estudios Requenenses, 2008.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1650 a 1659, nº. 2740.
Libro de propios y arbitrios de 1648 a 1724, nº. 2904.
