El remolino materialista y la frivolidad imperante echaron por la borda venerables tradiciones y recuerdos entrañables.
Una de aquellas tradiciones –de profunda raigambre local- es la que alude a la providencial victoria de los requenenses sobre las huestes del conde de Castrogeriz.
Por fortuna, dentro de aquella demoledora vorágine, descubrimos hace algunos años una insospechada excepción en la viejecita que. Como un símbolo del lejano ayer, mientras las campanas del Salvador anunciaban la festividad de San Julián Mártir, prorrumpía ardorosamente: ¡Santos contra nos…! ¡Santos contra nos…! Y luego nos evocaba el recuerdo de su abuela; en cuyo tiempo, al voltear las campanas salvadoras las mujeres clamaban desde puertas y ventanas: ¡Santos contra nos…! ¡Santos contra nos…! Palabras éstas que, poco más o menos, se han venido atribuyendo al fugitivo conde de Castrogeriz: Si lo santos son contra nos, volvámonos.
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Se impone que hagamos un poco de historia.
En 1465, Enrique IV, de Castilla, hizo merced de la villa real de Requena a don Álvaro de Mendoza, conde de Castrogeriz, quien envió a su primo Ruy Díaz de Mendoza para que tomase posesión del señorío; pero solo pudo hacerlo de la Fortaleza, ya que los más calificados vecinos, no dispuestos a soportar la afrenta de que la villa fuera apartada de la Corona Real y tener que rendir vasallaje al nuevo señor, se ausentaron.
Esta circunstancia fue aprovechada por Ruy Díaz para arrancar al inerme vecindario un juramento de fidelidad.
Algunos meses después, como los servidores del conde cometieran incalificables desafueros en las recaudaciones y en las huertas, el vecindario reaccionó violentamente, apoderándose de las puertas de la villa y reponiendo a sus alcaldes y procuradores añales, mientras los servidores de don Álvaro de Mendoza se encerraban en la Fortaleza.
El monarca, mientras tanto, comisionó a Gómez de Rojas y al obispo de Cuenca Fr. Lope de Barrientos para que impusieran una tregua entre los contendientes; circunstancia que aprovecharon los prohombres requenenses para recurrir ante el rey; quedando perplejos al recibir unas provisiones por las que se declaraban falsas las aspiraciones del de Castrogeriz sobre nuestra villa, animando al vecindario para que se desprendiera del yugo feudal…
Pero los de la Fortaleza, a los que se habían unido algunos vecinos, no estaban por obedecer al impotente monarca; fracasando ante ellos los buenos oficios de otros comisionados reales.
En esta situación, por consejo de Fr. Lope de Barrientos, suscribió el vecindario una concordia con el propio don Álvaro; que había llegado a la aldea de Mira con poderosa hueste, en la que no faltaban gentes de la peor ralea.
Alarmados los requenenses, recurrieron de nuevo al rey, quien les remitió al marqués de Villena para que les diese favor. Y en Chinchilla se concertó lo necesario para expulsar a los de la Fortaleza, combatir al conde y restituir la villa a la Corona; encomendándose esta ardua empresa al comendador don Pedro de la Plazuela.
Acabadas las treguas, mientras los vecinos se aprestaban a la defensa, don Álvaro plantó sus reales en Santantón.
El asunto se ponía feo; degenerando el choque entre ambos bandos en escaramuzas libradas en torno al recinto de nuestra villa.
El 7 de enero de 1468, el enemigo hizo un supremo esfuerzo y consiguió abrir brecha en la torre de Enmedio, recayente a la cuesta de las Carnicerías; pero… dejemos a los combatientes peleando con ardor y cedamos el paso a la leyenda que, con voz unánime, nos dice: No pudiendo ya resistir los vecinos sin socorro en lo humano, recurrieron al socorro divino, que envió en su favor en el ardor de la pelea a San Julián Mártir, quien alentó a los defensores y puso en fuga a sus enemigos. Y, sin duda, por considerar don Álvaro que el Cielo declaraba injusta su pretensión, abandonó el campo repitiendo aquello de que si los santos son contra nos, volvámonos.
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Con respecto a la devoción de los requenenses hacia San Julián de Brionda, mártir de Antioquía, diremos que no tardó en levantarse un altar en su honor en la iglesia del Salvador; y que poco después se erigió una capilla en el lugar del prodigio. Es más: en 1538, en las nuevas constituciones del Cabildo Eclesiástico, se consignó honrar perpetuamente al Santo Protector de Requena con procesión general, misa y sermón. También se colocó sobre la capilla de la cuesta una inscripción latina que, vertida al castellano, dice así: Todos te proclaman defensor del pueblo y ahuyentador del enemigo. También como patrono eres venerado.
Y, por si esto fuera poco, el día de Reyes de 1640, después de la misa mayor, las autoridades y vecinos, previa licencia episcopal, juraron solemnemente en la iglesia de Santa María guardar el día de San Julián de Requena –copatrono de la villa junto a San Nicolás de Bari- como fiesta de precepto.
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Esto y mucho más significa, pues, lo que oímos en la calle de los Colegios a una viejecita que replicaba a las campanas anunciadoras de la festividad del Santo Protector con frenéticos ¡Santos contra nos…! ¡Santos contra nos…!
De la obra Estampas requenenses, XV Fiesta de la Vendimia, Requena, 1962, pp. 137-140.
Selección de Crónicas históricas de Requena.
