Todo un personaje.
Con permiso del Señor, otro gran señor de la Historia ha sido el ángel caído conocido con distintos nombres. No hace falta ser satanista, ni de lejos, para saberlo y cualquier estudioso de la cultura europea se encontrará con su “presencia” más de una vez.
Como todos los que quieren mandar más de la cuenta, Satanás necesita gente que le sirva. Nuestros diablos familiares de dominación social, los de los trabajos y los días, han terminado modelando nuestra imagen de la corte de Lucifer. Las brujas, en tiempos de misoginia exacerbada, destacaron como sus más solícitas servidoras a ojos de graves varones. En 1398, fray Anselm de Turmeda (antes de abrazar el Islam) denunció a las mujeres como el vehículo predilecto de los males del diablo.
Las brujas no existen.
Curiosamente, los pensadores de la temprana Edad Media tuvieron una actitud más benévola hacia la brujería que los de sus últimos siglos. Ya San Agustín había defendido la procedencia divina de todo lo terrestre, con lo que no cabía ninguna intervención diabólica sin el permiso del Altísimo.
En línea con este parecer, el Canon episcopi del 906 sostuvo que las brujas no existían y que los que así creían eran víctimas de sus propias ilusiones. Hubo, pues, una cierta indulgencia eclesiástica hacia prácticas y usos que la historiografía ha identificado con las culturas precristianas, paganas, de la Europa antigua.
Y el diablo tomó forma femenina.
A diferencia de San Agustín, Santo Tomás ya defendió la capacidad de Belcebú para actuar en esta tierra de Dios. Según una tradición, al mismo santo se le apareció el diablo en forma de atractiva jovencita para disuadirlo del estudio…
La tentación, al parecer, se repitió con otros afortunados. Ante un buen ermitaño se apareció en aquellas carnes según los Castigos e documentos que ordenara Sancho IV de Castilla en 1292-93.
En lugar de descender, la psicosis fue a más y en 1326 el Papa Juan XXII condenó la brujería como obra del mismo diablo. Ha llamado la atención que en un tiempo de avances culturales, que anunciaban el Renacimiento, se cayera en tal abismo. La aparición desde el siglo XII de movimientos religiosos contestatarios a la autoridad pontificia, las llamadas herejías, tuvo mucho que ver con ello. De hecho, se atribuyeron y atribuyen a los seguidores de Satán rasgos eclesiológicos. Los problemas epidémicos y sociales de la Baja Edad Media afilarían sus aristas más si cabe.
Consecuencias trágicas.
Así se desató un movimiento trágico para la Historia, el de la caza de brujas, que costó la vida a demasiadas personas inocentes en Europa y sus dominios, hasta tal punto que dejó su huella en la cultura popular y en la mentalidad política de los modernos Estados Unidos.
En los pirenaicos valles de Aneu se dictaron en 1424 unas ordenaciones que reconocieron la existencia real de brujería y su penalización. Las brujas se aplicaban ungüentos, se sostenía, para emprender el vuelo desde las chimeneas.
Un fenómeno “paranormal” en Requena.
En este ambiente enrarecido, Jaume Roig consignó en el segundo libro de L´espill, escrito hacia 1460, un suceso muy particular.
El protagonista de la obra había emprendido desde la ciudad de Valencia la peregrinación a Santiago de Compostela por el enlace de la ruta de la lana hasta Santo Domingo de la Calzada. Al mediodía, había pasado Buñol y llegado a Requena con la puesta del sol.
Aquí se encontró que una mujer a punto de casarse, en el momento de las arras, decía estar poseída por el diablo. Los clérigos acudieron a practicarle el exorcismo, pero todo era una astucia de aquélla.
Como había tenido relaciones con otro, temía que se descubriera que no era virgen, arruinando el trato matrimonial. Se dejó atar de pies y manos y ser rociada con agua bendita. Así, el “diablo” pudo salir por el camino natural que tanto deleite había dispensado previamente…
En esta anécdota reconocemos el gusto de la época por lo picante, con intenciones moralizadoras, muy empleado por los predicadores, así como la misoginia de Roig y de otros muchos.
Sin embargo, se plantean otras preguntas.
¿Por qué Requena?
No deja de ser curioso que en la castellana Requena sitúe Roig tal anécdota. Su propio fuero penalizaba la hechicería. Como es bien sabido, formaba entonces parte de la diócesis de Cuenca, cuya obispado era ejercido por el dominico Lope de Barrientos desde 1445.
En su Tractado de la adivinança, escrito hacia 1450, rechazó con fuerza la posibilidad de los vuelos nocturnos de las brujas, pues ni el cuerpo podía ser abandonado por el alma gratuitamente ni pasar por determinados vericuetos.
En buenos tratos con los infantes de Aragón, el obispo fue también un enérgico inquisidor que acusó a don Enrique de Villena de nigromante. Destacado servidor de la corona, la hermandad de Requena, Cuenca, Uclés, Moya, Huélamo y Huete se puso bajo sus órdenes en 1464. Al caer al año siguiente prisionero del marqués de Villena, su provisor Alfonso García de Saélices dio la batalla en Requena a los partidarios de don Álvaro de Mendoza.
Una Castilla más escéptica hacia la brujería.
Lope de Barrientos no se encontró aislado en el ambiente intelectual castellano, más cercano que el de otros reinos al del Canon episcopi, a pesar que figuras como el obispo de Ávila Alfonso Fernández de Madrigal, el Tostado, denunciara el unte con alucinógenos y tomara en consideración ciertos rumores de procesos contra la brujería del otro lado de los Pirineos.
Hacia 1460, fray Alonso de Espina sostuvo en el quinto libro de su Fortalitium fidei que el permiso divino era del todo imprescriptible en el orden de la naturaleza. Las ilusiones del diablo solamente podían tirar adelante con la complicidad de los engaños humanos.
Una encrucijada histórica en los caminos peninsulares.
El propio Roig se hizo eco también de las brujas procesadas y quemadas en Cataluña por entonces, una situación que contrasta con la descrita en Requena.
La comedia burlona podía convertirse en amarguísimo drama y en 1484 el Papa Inocencio VIII animó la persecución del culto satánico en los obispados alemanes. Dos años después, aparecería la siniestra obra Martillo de brujas.
No siempre los tiempos medievales, en comparación con los posteriores, fueron tan “bárbaros” y poco “civilizados”. La burla costumbrista, con toda su mala uva, siempre es preferible a la atrocidad del asesinato.
Bibliografía.
CARO BAROJA, Julio, Las brujas y su mundo, Madrid, 1988.
CAVALLERO, Constanza, “Demonios ibéricos. Los rasgos idiosincráticos de la demonología hispana en el siglo XV”, Studia histórica, Historia medieval, 33, 2015, pp. 289-323.
DELUMEAU, Jean, El miedo en Occidente, Madrid, 2018.
MÉRIDA, Rafael M., “Magias y brujerías literarias en la Castilla medieval”, Clío & Crimen, 8, 2011, pp. 143-164.
ROIG, Jaume, Espill o llibre de les dones, Barcelona, 1978.
