Antiguamente en el primer mes del año se celebraron importantes advocaciones religiosas que hoy en día ya parecen olvidadas, excepto para los estudiosos de la Historia. Una de ellas fue la del San Julián de Requena, cuya festividad se solemnizó con gran pompa cada 7 de enero entre los siglos XVI y XIX al menos.
Domínguez de la Coba estableció la aparición del santo en la guerra contra el dominio de don Álvaro de Mendoza, conocido en nuestra historiografía como el conde de Castrogeriz. San Julián se pondría al frente de las fuerzas requenenses contrarias a don Álvaro para conseguir al final su triunfo.
Como es bien sabido, los hombres del siglo XV dijeron contemplar señales divinas en sus campañas, como los portugueses que infructuosamente atacaron Tánger en 1437. Los castellanos que conquistaron las Indias también aseguraron ver la presencia de Santiago en el campo de batalla. Esta mentalidad, lejos de decaer, ganó vigor durante la guerra de Sucesión y en la Requena de 1708 el rey don Felipe ordenó hacer novenas para que la Virgen de la Soterraña protegiera la empresa del príncipe Carlos en las islas Británicas. A nadie debe de extrañar que Domínguez de la Coba años más tarde diera completa credibilidad a la aparición de San Julián.
La explicación de los orígenes de la creencia en tal intervención se encuentra en el estudio de los documentos de la Colección Pérez Carrasco. En febrero de 1467 tomaron posiciones las tropas partidarias del señorío de Enrique IV sobre Requena, encabezadas entre otros por el provisor del obispado conquense Alonso García de San Felices o Saélices. Precisamente el obispo de Cuenca se encontraba cautivo y su provisor tuvo que asumir sus responsabilidades públicas.
El 23 de febrero se instó a la rendición de los defensores de la fortaleza desde el torrejón del palenque, donde más tarde se rendiría culto a San Julián al asociarse como el punto por donde hizo su aparición.
Alonso García de San Felices se identificaría con la figura del segundo obispo de Cuenca, otro San Julián, que según los jesuitas Antonio de Quintanadueñas y Bartolomé de Alcázar fue antes provisor del arzobispado de Toledo en los atribulados tiempos que siguieron a la derrota castellana en la batalla de Alarcos frente a los almohades (1195).
En el siglo XVI, con una Requena firmemente asentada en el realengo, la tradición de San Julián arraigó, pero con una diferencia. Al fijarse su celebración entre nosotros el día 7 de enero la figura del San Julián conmemorado no fue la del segundo obispo conquense, sino el de Antioquía, que estableció una hospedería junto a un río para purgar el pecado de la muerte de sus padres. Este santo también fue el protector de todas las personas que tenían que ganarse la vida por medios ingeniosos fuera de su patria, como los saltimbanquis, lo que se avendría muy bien al carácter de tránsito de nuestra villa en el Siglo de Oro.
El 16 de agosto de 1640 nuestro municipio expresó su claro deseo de poner en la arciprestal del Salvador una reliquia de San Julián, que al final conseguiría del sacerdote de la valenciana Benimàmet a cambio de la celebración de su aniversario por su alma cada 8 de enero. La exaltación de la figura de San Julián se inscribía en una atmósfera de acentuación de la fidelidad a la monarquía, acosada por la insurrección en Cataluña (y pronto en Portugal) además de por las interminables guerras. Precisamente el 6 de agosto de aquel año el cabildo eclesiástico de Requena hizo rogativas por el triunfo de la causa real en el Principado.
Entre los siglos XVII y XVIII se consolidó la imagen de San Julián como el protector de la república o sociedad política requenense en momentos complicados, como se vio en los sucesos de 1808 con la formación de su junta antinapoleónica. Con la secularización su figura se ha vinculado cada vez más con una forma de entender nuestro pasado, siempre digno de celebración por todo sibarita de la Historia.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA. Libro de acuerdos municipales de 1637-47 (3268).
COLECCIÓN PÉREZ CARRASCO. Referencia 2º/2.
