Si hacemos una metáfora del gusto de la sociedad del Antiguo Régimen, bien podemos sostener que el pósito era el estómago de Requena, como el de otras muchísimas villas y ciudades. Su funcionamiento diario era laborioso y ciertamente delicado, pues de no tomarse determinadas decisiones el hambre se asomaba a la puerta con rapidez.
Ser su mayordomo o gestor representaba todo un honor y una oportunidad de medro, pero también un riesgo incalculable. Cualquier descubierto debía ser enjugado con sus fondos particulares, sin olvidar que las iras de los hambrientos se dirigirían en primer lugar contra su persona y familia. Para los regidores perpetuos era cómodo y aconsejable delegar responsabilidades en un mayordomo, mucho más allá de por cuestiones de eficacia administrativa, ya que les evitaba estar en la primera línea de fuego ante un descontento por carestía.
El ejercicio anual de 1736 no estuvo marcado por la angustia, pero tampoco por una excesiva alegría. Gracias a sus cartas de pago conservadas, dentro de la contabilidad anual, podemos hacernos una idea muy fiel de las variopintas faenas del pósito.
Fue entonces su mayordomo Julián Marín, que entregó al regidor José Zanón el 20 de octubre de 1736 unos 900 reales por los asientos del trigo traído de Aragón, liquidado y vendido a medida castellana. Su sucesor al año siguiente fue José Moral de la Torre, que al igual que sus predecesores presentaría cuentas de su ejercicio al año siguiente.
El pósito, cargado de obligaciones, se endeudó en más de una ocasión y tuvo que responder de los débitos de diversos censos. En 1737, José Ibarra percibía cada 23 de abril 276 reales y 10 maravedíes por un censo de 9.210 reales. También Josefa Prieto, la viuda de Juan de Nuévalos, cobraba unos 409 reales y 10 maravedíes en los plazos de cada primero de marzo y de septiembre.
Los mensajeros fueron imprescindibles para llevar a cabo distintos menesteres. Algunos fueron ocasionales, como el vecino requenense Matías López, que fue a Cuenca a prevenir al presbítero Fernando López sobre el trigo ajustado. Los ministros del juzgado tuvieron un importante papel. Pedro Cano y Julián Reyes recibieron el 28 de junio de 1737 treinta y cuatro reales por recabar carreteros para el transporte. El mismo Reyes, junto al también ministro Fernando Carrasco, reconoció las harinas de trigo en las eras, requiriendo a los dueños su trilla para ingresar en el pósito. Los honorarios cobrados por ambos fueron de treinta reales el 7 de julio del 37.
Reclamar los fondos frumentarios del pósito resultó de singular valor. Reyes llevó a Venta del Moro y Jaraguas las órdenes para traer el trigo requerido, por lo que recibió doce reales el 21 de julio. Unos veinte consiguió el ministro Pedro Cano el 22 de septiembre por transmitir a los alcaldes de las aldeas las órdenes del cobro de los débitos. Hasta Alborea se tuvo que acudir para el reintegro de unos 3.000 reales, que supusieron doce días de diligencias valorados en 377 reales y 10 maravedíes.
Los viajes de abastecimiento al estado de Jorquera menudearon en 1736. Por llevar cartas a varios de sus hacendados, Blas Cutanda cobró veinte cuatro reales el 30 de julio del 37.
Asimismo, las operaciones de pesado eran de singular valor, percibiendo el 29 de septiembre de 1737 unos 400 reales Blas Murciano por asistir al mismo peso. Entre las tareas de mantenimiento de tal ejercicio, cabe mencionar la composición del mismo peso, junto a la de las cerraduras de uno de los cajones, por el cerrajero Agustín Monsalve, que le granjearon unos veinticinco reales el 30 de noviembre del 37. Hasta el más mínimo detalle era importante en el funcionamiento de tan valiosa institución.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro del Pósito de 1736-48, nº. 3552.
