Se dice que segundas partes nunca fueron buenas. Nadie lo diría del Padrino ni tampoco de La historia en píldoras, la jovial columna de Ignacio Latorre Zacarés que ha dado pie a dos buenos libros sobre nuestra Historia más cercana.
El pasado comarcal se le puede antojar a algunos, espero que a cada vez menos, un tema menor y reducido a la curiosidad de cuatro lugareños encantados de haberse conocido. Si todavía hay alguien que sea de tal parecer, lo mejor es que lea obras como la segunda parte (esperemos que no la última) de La historia en píldoras.
Los que tenemos la fortuna de tratar a Ignacio Latorre conocemos bien su diligencia profesional y su condición de inmejorable persona. En sus píldoras o artículos breves se manifiesta su optimismo y buen humor con claridad, pero las historias que nos cuenta son a veces muy amargas. Son cosas de ser archivero, historiador, justo e imparcial.
En el primer volumen, cada artículo o capítulo se centraba en una cuestión o una figura histórica concreta, como el marqués de Villena, para que se apreciara la riqueza de los matices, siempre asombrosa. Ahora los ejes temáticos se han convertido en grandes cuestiones (la pobreza, v. g.) susceptibles de ser abarcadas con amenidad en un artículo breve. ¡Casi nada! En una entrevista, Josep Fontana confesaba que como historiador tenía que bregar con el encaje en un relato coherente y atractivo de un volumen de datos creciente. Bueno sería consultar esta obra al respecto.
Leer muchos de estos capítulos es como viajar por un río temperamental, con impetuosas avenidas que obligan a ser humilde con la Naturaleza. Por estos Cabrieles descubrimos situaciones muy duras, que nos hablan de marginación, caprichos de los poderosos, falta de servicios públicos, estupideces administrativas, formas de delincuencia o una naturaleza asediada, con los lobos como heraldos de un mundo a punto de decirnos adiós. Viajamos a lo largo y ancho de los siglos con una máquina del tiempo con la que corremos mucho y poco o nada avanzamos. Los mismos perros con distintos collares protagonizan nuestra Historia, algo que nos hermana tanto con tantos otros pueblos del ancho mundo.
Sin embargo, el amigo Ignacio, de natural senequista, al final de los capítulos nos impide caer pese a todo en la conclusión negativa y amarga derivada de tanto desafuero, con un comentario amable o con otro rasgo de buen humor, pues como han dicho los grandes sabios al mal tiempo, buena cara.
Por ello, es normal que el inquieto autor haya reparado en el particular sentido del humor tradicional comarcal, en su forma absurdo y de un realismo pasmoso en su fondo, en un capítulo que dice mucho de nosotros mismos, lejos de todo costumbrismo autocomplaciente. Los dichos y ocurrencias expuestos nos hablan de gentes avezadas a ver, oír y callar, a comulgar con ruedas de molino: unos basálticos titanes capaces de aguantar escarchas y calores que baldan a la piedra más puesta, a criar a sus hijos, y a vivir con dignidad dando un ejemplo a sus descendientes. Su humor los ha hecho libres, pues saben que la vida misma es el mejor regalo de las personas, algo que el humanista Ignacio Latorre nos hace ver en cada rincón de su nuevo libro, gran reconstituyente de los abatidos y esperanzador de tristes.
Víctor Manuel Galán Tendero.