El siglo XX se presta poco, muy poco, al cambalache, a pesar del icónico tango de Enrique Santos Discépolo. Bajo su égida, muchas sociedades pasaron de vivir con condiciones diarias que diferían poco de los romanos, especialmente en el campo, a conocer las complejidades de las sociedades abiertas, cada vez con más tecnología a su alcance. Aquel siglo, en el que nacimos muchos, fue el de las personas, el de las gentes del común que tomaron la voz y la palabra. No lo tuvieron fácil y libraron numerosos combates para vencer las resistencias atrincheradas en el pasado. La historiografía se hizo eco de sus anhelos, más allá de los habituales círculos cortesanos y diplomáticos de antaño, iluminando cómo vivieron, cómo sintieron.
Las gentes de Requena no son una excepción al cambio histórico. Nunca lo han sido ni lo serán. Es bueno, por tanto, conocer tal cambio en toda su extensión, sin tapujos, y tratar el período que va desde el Desastre del 98 a la Guerra Civil no debe ser motivo ni de escándalo (generalmente de débiles) ni de extrañeza, especialmente cuando quien lo trata es Alfonso García Rodríguez, un historiador de raza comprometido con el oficio de historiar, que ahora nos brinda Requena 1898-1939.
Estudioso de la Requena contemporánea, ya nos había ofrecido dos extraordinarias obras: La educación en Requena (1539-2003) y Propiedad y territorio. Las desamortizaciones del siglo XIX en Requena. Ambas tratan cuestiones tan medulares de nuestra sociedad como la transmisión del saber de generación en generación y la distribución de la propiedad. No dejan de ser los pilares de la sociedad liberal.
Cuando España libraba la guerra contra Estados Unidos, Requena se encontraba regida por una oligarquía de signo liberal, con todos sus matices, en la que había eclosionado ya la viticultura, pero no la escolarización plenamente. En lo sucesivo se debatiría si el liberalismo quedaba recluido a un fenómeno elitista o abrazaba una postura más demócrata.
Buen conocedor de las fuentes e investigaciones locales, Alfonso García Rodríguez tiene el acierto de articular la obra en dos grandes conjuntos; el correspondiente al período final de la Restauración, y el de la II República y la Guerra Civil. En el primero se van analizando los diferentes aspectos de la vida requenense de aquel tiempo, todavía marcada por las inclemencias meteorológicas. Sus realizaciones en materia de escolarización e infraestructuras se contraponen con serenidad a sus limitaciones sociales y fiscales, con unos impuestos de consumos resistentes a desaparecer. Tampoco se olvidan las diversiones con las que se solazaron nuestros bisabuelos, que ya eran las de la sociedad de masas.
Como bien se relata en el libro, las ínfulas ordenancistas y el deseo de rigor administrativo de la dictadura de Primo de Rivera no solucionaron los problemas de una sociedad que reclamaba mayores cotas de libertad y de bienestar, lo que abrió un nuevo capítulo de nuestra Historia, del que se ocupa con serenidad y rigor Alfonso García Rodríguez. Sin omitir pormenores, da cuenta de las luchas que llevaron a la Guerra Civil, así como a las que desgarraron el bando republicano durante la contienda, sin olvidar cómo fue el fin de la misma, con una dura represión. Al modo de Pierre Vilar, el autor no se erige en juez, sino que trata de comprender y hacernos comprender lo que pasaron aquellas gentes tan castigadas por las circunstancias, gentes que son parte de nosotros mismos, y del que Requena 1898-1939 se hace eco.
