Se abren las puertas del infierno.
La Requena de los Años Veinte no fue loca ni feliz, pero al menos resultó tranquila en comparación con la venidera, hasta tal punto que su extenso término municipal no mereció ninguna ampliación de su dotación de Guardia Civil por el carácter apacible de sus gentes, según declararon las autoridades.
Con la República vino un importante cambio político, que también pretendió ser social. Sin embargo, la penosa crisis del trabajo vinculada al ambiente depresivo y los combates por la prelación de la Iglesia agriaron el ambiente local. El 23 de marzo de 1936 se asaltaron las residencias de los Dominicos, Corazón de María y Agustinas, ya celebradas las elecciones generales del 16 de febrero, en la que el ganador Frente Popular destituyó a la gestora municipal para nombrar otra afín.
La nueva gestora no pudo frenar el clima de tensión de la localidad. La polémica con el cura de San Nicolás, patrono del Hospital de Pobres, fue muy viva con renteros y autoridades locales entre mayo y junio. Se anunciaban días amargos a pesar de las apariencias de normalidad rutinaria.
En Requena no triunfó la insurrección militar, pues sus guardias civiles fueron trasladados con celeridad a Madrid por el general republicano Riquelme. El comité de huelga formado por anarquistas y socialistas se hizo con el control de la situación. Se arrumbó la gestora municipal. El fracaso de una Tercera España se hizo patente en las amargas palabras de José García Tomás, condenando un movimiento sin conciencia.
Cayeron en aquellos aciagos días de julio personas y se atentó contra no poca de la riqueza patrimonial de Requena, como el extraordinario órgano de Santa María. A veces, más allá de lo político o de la iconoclastia, se sustanciaron querellas personales, como las del maestro y el médico de Campo Arcís. Lo más humano, en el sentido de Nietzsche, salió a relucir.
Con todo, tampoco faltaron los gestos nobles de salvación de personas y patrimonio. Los telegramas de agosto de aquel espantoso 1936 reflejan con elocuencia la preocupación por lo sucedido a los seres queridos, un impulso que a su manera se prolonga en el afán de saber dónde yacen los restos de un familiar pasados años y trances.
La Revolución ácrata.
Entre julio y agosto del 36 se consumó un notable giró revolucionario en Requena. Los anarquistas tomaron el poder con la colaboración de sus aliados socialistas.
La fama de caos ha acompañado a los anarquistas, pero en los inicios de la Guerra tuvieron claro el camino a seguir, con una rapidez que hubieran envidiado los bolcheviques rusos. Consiguieron poner en marcha una nueva autoridad local. Se dieron los primeros pasos de una Policía Popular Antifascista y los temerosos del nuevo orden huyeron.
Se incautaron fincas rurales e inmuebles urbanos. Los principales propietarios se vieron afectados, pero sus arrendatarios prosiguieron al frente de las explotaciones en líneas generales. La Revolución tuvo que adaptarse a la realidad agraria requenense y encararse con los penosos costes de producción.
La revolución alcanzó también a los nombres de las cosas, los lugares y las personas, pues el variarlos tenía un rotundo significado: anunciar un nuevo tiempo.
En la geografía de la Guerra, Requena se enclavó entre la asediada Madrid y la ahora capitalina Valencia, entre la llegada de evacuados y angustiosas noticias y el deseo de autoridad del gobierno republicano, manifestado a través del Instituto de Reforma Agraria.
Enfrentar los problemas de producción, abastecimiento, sanidad, acogida y seguridad no fue tarea nada sencilla, lo que hizo aflorar las divisiones en el campo republicano. Las preocupaciones diarias de aquella España saturaron el ambiente y condujeron al estallido de los Hechos de Mayo del 37, cuando en las calles de Barcelona se echó un pulso por el control de la República.
Perdieron los anarquistas y sus aliados. De las instituciones requenenses fueron desalojados en los meses sucesivos. Los campesinos ácratas se quejaron de ser detenidos mientras oficinistas burgueses quedaban en libertad. La antigua Izquierda Republicana se vio reforzada en el municipio. El punto de inflexión fue claro.
Los tiempos de Negrín.
Juan Negrín ha sido una figura muy controvertida y solo recientemente reivindicada. Gobernó entre los estallidos de mayo del 37 y marzo del 39, entre dos pugnas internas dentro de la Guerra Civil. Aplicó medidas de autoridad que no gustaron nada a anarquistas y afines. Las acciones del estalinismo en la España republicana le perjudicaron, sus Trece Puntos le fueron rotundamente rechazados por Franco y su política de resistencia levantó no poco descontento.
Las fuerzas republicanas emprendieron importantes acciones en Brunete, Belchite, Teruel y el Ebro, pero no lograron aminorar la presión contraria ni enlazar con la guerra europea que se adivinaba en el ambiente. Requena no padeció los combates destructores de otros lugares, pero sirvió de pilar de la castigada retaguardia.
Se acogieron evacuados de frentes como el turolense. También se tuvo que encarar los requerimientos de alimentos de las autoridades centrales, coincidiendo con llamadas al apoliticismo que sonaron a claudicación revolucionaria. Los templos y objetos litúrgicos pasaron a ser materia de estudio de la Federación Universitaria Española y no blanco de las iras iconoclastas.
El control de la población se acentuó animando trabajos comunitarios y vigilando los medios de comunicación más estrechamente, como el Cinema Libertario de Requena. El descontento brotó a la par que el mercado negro impuso sus condiciones contundentemente.

Si en el 38 se acusó de derrotismo a personas como Rafael Bernabéu, en febrero del 39 se descubrió una conspiración antirrepublicana en Requena, en la que tomaron partido militares y civiles. Las tropas del general Varela entrarían en una localidad exhausta a la que todavía tardaría mucho en llegar la paz a pesar del cese de las hostilidades.