
Las fotografías que conservamos de Rafael Bernabeu López nos presentan, en su mayoría, a un hombre culto, bien arreglado, de semblante inteligente, formas educadas y siempre serio.
En efecto, por quienes le conocieron sólo como maestro, director musical, conferenciante, orador público…, nos consta su seriedad. Estaba, sabía estar, en su sitio, en su papel. Su afán de perfección le hacía también sacar el genio. En el colegio, cuando nos portábamos mal, que era a menudo, el cepillo volaba por los aires con certera puntería. En el ensayo de la Rondalla y Coros, las entradas a destiempo o los desafinamientos, provocaban en el director airados exabruptos con variada utilización del lenguaje coloquial.
Pero quienes le tratamos más de cerca, su familia, sus amigos… sabemos de su buen humor, recordando con internas sonrisas sus chascarrillos, siempre adecuados para la ocasión.
También los artículos de sus Estampas y sus colaboraciones costumbristas en revistas como El Trullo o Requena Musical, rebosan de este buen humor.
Hoy he recordado esa faceta. Buscando otros datos he ido a dar, de bruces, con un cuento corto que Bernabeu publicó en el nº 237 del periódico La Voz de Requena. Su fina ironía, sus dobles sentidos y la sabia utilización del lenguaje popular, hacen que merezca la pena reproducir este relato, en el que el autor deja a un lado la faceta histórica para, desde sus jóvenes veintidós años, hacernos sonreír con un tema del que, quien más o quien menos, ha sido alguna vez protagonista… o ha querido serlo.
LA VOZ DE REQUENA, 19-IV-1925 EL CUENTO DEL DOMINGO“Las delicias del cine…”
Luciendo blancas toquillas y ondulantes faldas de vistosos colorines y churriguerescos dibujos, caminaban ligeras y ufanas tres moñonas[1] de servicio[2] recién llegadas de la Alcarria. De las cuales, solo la del medio dejaba en aceptable lugar a la región de la miel: Se llamaba Bárbara; rojaza y esbelta, en nada tenía que envidiar a un boxeador ni a una nodriza.
Las otras dos más enjutas se apretaban a los robustos brazos de la garrida alcarreña.
Aprovechaban la tarde del ansiado domingo para distraerse.
Caminando largo rato, llegaron por fin a la puerta de un modesto cinematógrafo y después de mirar carteles y hacer sus cábalas sobre el interés de la película, adquirieron tres flamantes generales[3], y bulliciosas subieron por una escalerilla que desembocaba en el paraíso en donde se acomodaron.
Poco a poco el público fue ocupando los estrechos bancos; sonó un timbre; los chiquillos palmotearon; las luces se apagaron por fin, dando comienzo la sesión con una película de esas que comienzan mordiéndose y terminan besándose. Mientras tanto el pianista preludiaba un fox más viejo que el rascarse.
La Bárbara, algo entendida en letra menuda, deletreaba los rótulos[4] e ilustraba a sus amigas de los azares de la filma[5], y las muchachas admiradas lo mismo se compadecían de la víctima con un expresivo “¡pobrecilla!”, que maldecían al traidor con un “¡granuja!” enfático.
Pero dejemos a las entusiasmadas esclavas y pasemos revista a tres soldados sin graduación (¡!) que husmeando el percal[6] buscaban el roce; de tal forma se las arreglaron que las dos moñonas de los lados embebidas en el interés de la película no daban importancia a dos apuestos artilleros que después de tomar posiciones las escoltaban estrechamente. El tercer recluta se colocó en el banco posterior y detrás de la Bárbara y embobado escuchaba los rótulos que ella deletreaba… ¡qué muchacha!.. ¡vaya cimiento! e imitando en parte a sus camaradas, comenzó a tantear el terreno como en día de maniobras.
Pero la alcarreña no era lerda del todo y al notar el contacto se puso en guardia, mientras que sus amigas poco atentas en la película se las entendían con sus temosos[7] centinelas.
Finaba una parte[8] y respiraba, pero al volver a las tinieblas el melitar de detrás arreciaba obstinado.
La muchacha no estaba dispuesta a que aquello se prolongara y recurrió a un encargo que su madre le dio para estos casos apurados.
Y cuando los protagonistas de la película, cansados ya de peripecias satisfacían sus anhelos con un epílogo conmovedor, un ¡¡¡ay!!!… desgarrador embrolló aquel silencio… ¿Qué había sucedido?… Pues que la Bárbara había hecho una barbaridad utilizando una afilada aguja jalmera[9]…
Rafael Bernabeu LópezValencia y Abril de 1925.
NOTA:
Se han respetado en
la transcripción todos los signos de puntuación, tal cual aparecen en el
original impreso, así como las cursivas. Las notas a pie de página son licencia
del transcriptor a fin de intentar mejorar la comprensión del texto desde una
óptica actual, aunque se han obviado palabras de poco uso pero de fácil
comprensión.
[1] Moñona: que es muy graciosa o muy salada. Se usa para encarecer el donaire y gracia de una joven (Gran Diccionario de la Lengua Española, Larousse, 2016).
[2] Moñonas de servicio: Sirvientas, criadas.
[3] General: Parte alta del cine, situada sobre la platea (patio de butacas). También denominada “paraíso”.
[4] En las fechas en que se escribió el cuento, el cine todavía era mudo, con el argumento y los diálogos resumidos en carteles intercalados en la propia película.
[5] Vulgarización de la palabra inglesa “film”: película.
[6] Percal: tela fina de algodón usada para indumentaria y ropa blanca de escaso precio. Coloquialmente: “husmear el percal” vendría a ser como “averiguar de qué humor estaban las chicas o cual era su predisposición al acercamiento”.
[7] Temosos: tenaces, insistentes.
[8] Las películas se proyectaban por partes o rollos, por lo que al cambiar el rollo por el siguiente, se encendían las luces del cine.
[9] Jalmera: Clase de aguja larga para hacer jalmas. Jalma: Albarda ligera, hecha con pleita de esparto y rellena de borra o trapos. También “enjalma”. (Yeves Descalzo, Feliciano Antonio, Diccionario del lenguaje histórico y del habla popular y vulgar de la comarca Requena-Utiel, 2ª ed., Requena, Centro de Estudios Requenenses, 2008.