Las tres guerras carlistas que asolaron nuestra patria durante largos años afectaron en gran medida a Requena. Fue mucho lo que tuvo que pasar nuestra sufrida ciudad para no ser conquistada ante los reiterados intentos carlistas, lo cual le valió reconocimientos y títulos por parte de la Reina Isabel II.
Conocemos abundantes pormenores de los frecuentes enfrentamientos y de cómo se defendió nuestra ciudad de los ataques carlistas, sabemos nombres de atacantes y defensores, disponemos de cuantiosos documentos escritos, pero lo que pretendo escribir en estas breves líneas es fruto de la transmisión oral, una curiosidad de aquella época, que a mí me contó mi abuela y a ella, a su vez, sus mayores, que lo vivieron directamente.
Durante la última guerra, los carlistas merodeaban constantemente los alrededores de Requena y sus aldeas. Los cabecillas de estas facciones, Santés, Cucala, Palacios, Arnau, etc., esperaban noche y día un descuido de los defensores de la ciudad para poder ocuparla. Para que esto no ocurriera, nuestros antepasados desarrollaron diversas estratagemas con el objetivo de que los posibles atacantes tuvieran la sensación de que la población estaba en constante alerta. Así, según nos contaron, cuando se detectaba que alguna patrulla carlista se aproximaba a la ciudad, determinados toques de campanas avisaban a los que se hallaban trabajando en los campos cercanos para que volviesen a refugiarse tras las murallas protectoras; por la noche, cuando la posibilidad de un ataque sorpresa se acentuaba, se colocaban faroles encendidos en todos los balcones posibles, según mandato de la autoridad, para que desde fuera los posibles asaltantes tuvieran la impresión que en la población la gente estaba prevenida y alerta.

Uno de esos faroles llegó a mis manos y lo conservo con enorme cariño, como recuerdo vivo de nuestra historia, de los momentos de incertidumbre y temor, y de la heroicidad de nuestros ancestros.