Los linajes de ricos y pobres son tan antiguos como pródigos en noticias, y sobre su origen se han ido formulando distintas explicaciones, mucho antes de Marx. Una muy curiosa de tierras de Alicante, en forma de cuentecillo infantil, sostenía que Adán y Eva se dedicaron a procrear en el paraíso más allá de lo aconsejable, y ante la indignación de Nuestro Señor ocultaron a parte de su prole en una cueva. Aquellas criaturas ocultas serían los primeros pobres, en castigo divino a sus pícaros padres.
En cambio, los mostrados a Dios gozarían de mucha más fortuna, convirtiéndose en los ricos que sumaban y suman bienes y más bienes. Por desgracia, no siempre podemos saber cuán acaudalado es un rico, y no siempre por algún paraíso fiscal, sino por falta de datos en numerosas épocas.
Tal problema no existe para la Requena de mediados del siglo XVIII, gracias al monumental catastro del marqués de la Ensenada, elaborado con vistas a imponer la única contribución en Castilla. Tal impuesto no se cobraría al final, pero su voluntad de percibirlo nos ha deparado riquísima información. Ventajas del historiador, que a veces termina siendo el beneficiario de las labores del pasado.
Por el mismo, sabemos que el regidor Juan Marín era un tipo acaudalado. Su fortuna se fundamentaba en el sólido apoyo de las tierras y del ganado, cuando la sedería comenzaba a prodigar sus riquezas de manera desigual entre los requenenses. Era el propietario de unas 267 hectáreas de tierras, mayoritariamente en secano. Estaban dispersas por distintos puntos del término, y a las viñas se dedicaba una parte mínima de las mismas. Sus once casas de campo daban buena muestra de su fortuna agraria. En el casco urbano de Requena disponía de tres en un momento en que más de un vecino vivía de alquiler.
También era un importante ganadero a nivel local, en una época en la que la carne y la lana tenían un importante valor. Sus 1.514 cabezas de ganado menor alcanzaban un valor nada despreciable de 11.604 reales, ya descontado el diezmo de la lana.
Nacido en 1700, Juan Marín podía sostener a sus cincuenta y tres años una verdadera familia numerosa. En su hogar se encontraba su esposa doña Manuela Pérez, de cuarenta años, y su suegro don Gregorio de Nuévalos, hombre muy activo en la política local de comienzos del XVIII, sin olvidar a su hija doña Ana María Marín.
En esta familia también se incluían sus criados o servidores más directos. Destacaba el mayoral de su ganado José Abarquillas, al que pagaba 400 reales al año. A su pastor Pedro Pastor lo retribuía con 300 reales, y con sendos 200 a los también pastores Bartolomé Andújar y Nicolás Navarro, de apenas veinte años. De la conquense Henarejos procedía el joven servidor de dieciocho años Francisco Oviedo.
A este círculo doméstico pertenecían tres criadas jóvenes: Francisca García (procedente de la serrana Alcalá de la Vega), María Ramírez y María Martínez (de la turolense Moscardón). Las dos primeras tenían veintidós años y ganaban ocho ducados u ochenta y ocho reales, y de la joven María Martínez, de apenas quince, no consta ningún salario.
Indiscutiblemente, la casa del rico Juan Marín era un centro de contratación, y su modo de vida también se caracterizaba por el hecho de ser servido, de mandar y ser obedecido, tanto en sus heredades como en su patria chica requenense.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Catastro del marqués de la Ensenada, nº. 2839.
