UN VERANO EN REQUENA, PAISAJES Y RUTAS (AÑOS CINCUENTA DEL SIGLO XX).
El veraneo de los años cincuenta del siglo XX no se parece en casi nada a los actuales, más allá de acontecer en un mismo territorio y un calendario idéntico. Pero no por ello fue menos maravilloso. Requena era una ciudad fundamentalmente agraria, cierto que tenía sus industrias de transformación, bodegas y almazaras, había comercio, existían dos salas de cine, una biblioteca, un estanque color turquesa, una flamante avenida… y un siempre hermoso campo por el que caminar y recrearse contemplándolo en su mayor esplendor.

Por aquellas fechas, Angelina García, una joven requenense, que escribía en las revistas Alberca y El Trullo, nos dejaba unas bucólicas pinceladas estivales:
En los campos y ciudades pequeñas de Castilla es precisamente donde el verano adquiere mayor esplendor, aunque para nosotros es más bien una estación transitoria y fugaz. La estabilización, la plenitud del estío, la retenemos muy poco tiempo.
Son esos días bochornosos y cálidos en que solo rompen la quietud y el silencio del mediodía los carros cargados de paja procedentes de nuestras eras, donde los labriegos, aguantando los rayos solares, siguen truncando “la barba” de doradas espigas, nombrando con mote cariñoso a sus caballerías: ¡Lucera! ¡Cariñosa! y monótonamente, día tras día, en la época de la trilla seguirán en sus puestos, transformando en grano y pequeñas partículas de paja la espiga y regando la tierra con el sudor de sus frentes[1]..
Otro apasionado por nuestra ciudad, Luis Roda Gallega, nos legó una invitación permanente a visitar el campo requenense, todo un jardín, tanto de día como de noche.
Cuando por las mañanas, muy temprano, salimos a recorrer sus alrededores vemos cómo el horizonte de serranía, que antes veíamos suave y esfumado en azul, llega a nuestros ojos alumbrado, desnudo, enseñándonos heridas, abismos, rojas torrenteras, gallardas altitudes, soberanía de silencio ungida de cielo. Es olor de salud el de los árboles verdes, el de las pomposas vides, el de la humedad del río… Rebosamos alegría, alegría que parece brotar de todos nuestros poros en finos manantiales llegando al corazón, y allí se remansa y clarifica. ¡Cuan grande la beatitud de la naturaleza! La voz del poeta se oye en las inmensidades: “¿Qué es esto que así me aprieta el alma? ¿Es mi alma que quiere salir a lo infinito o el alma del mundo que quiere entrarse en mi corazón?”. Hay un hondo silencio, y en él se derrama una blanda llovizna de trinos de los pájaros ocultos en el follaje y en fresco estruendo de los caños de las fuentes, tan deslumbrantes por el sol que semejan varillas de plata. Mas como mortales y ambiciosos de belleza que somos, pronto salimos de nuestro éxtasis porque todo es beatitud, y seguimos recorriendo los alrededores de nuestra fidelísima ciudad. Ya anochece; ya el sol va transponiendo el horizonte. Ahora quisiera ser pintor para plasmar en mi mejor lienzo cómo el egipcio dios del mal vence y da muerte al del bien, que resucita al despuntar la aurora. ¡Qué feliz aquella soledad! ¡Cuan serena esta noche estival! A solas con las estrellas, la brisa inquieta y los olores ofrecidos al sentido, para tañer la lira arrancándole acentos de que sólo fue capaz el arpa de David, expresando toda la angustia del alma que quiere librarse de la presión de la vida y volar a las alturas[2].
Un escritor comarcano, Ricardo de Val, decía que eran caminos de la Poesía. Antes y después de Utiel el paisaje de la alta Valencia se castellanizaba, se hacía castizo. Un paisaje que incorporaba las serenidades clásicas, y sin embargo había quedado lejos de las letras del “Renaixement”, pues hasta los poetas comarcanos, que cantaron al lar y la huerta de la Valencia baja, se olvidaron de «los caminos del cierzo, de la canción de los lagares y el pinar, de la carretera que va en busca de Castilla». Le surgió un interrogante: «¿Por qué no pulsar el arpa sobre el mar de vides de Requena y Utiel?». Y la pulsó:
Caminos de la Poesía… Esa ondulante llanura cubierta de vides esmeralda; esos chopos finos y ascéticos, índices de eternidad, que marchan por las márgenes de la carretera rumbo al infinito. Pinos donceles, recuestos rojizos con las manchas blancas de las aldeas; veredas y caminos de andariego vivir, jornada de arrieros y trajinantes, de gentes de la lengua, con el puerto seguro de los mesones de Utiel… Canción de fueros en lucha con los marquesados. Sombra lejana del Cid que un día volviera muerto y erguido sobre “Babieca”. Batallas de frontera en esta encrucijada histórica de Aragón, Castilla y Valencia. Días napoleónicos de marcial utielanía, que se grabaron en oro. Vida recoleta y animada a la vez de aldeas, villas y ciudades de la Meseta valenciana…[3].
Los jóvenes integrantes del Círculo Requenense, unos locos de amor por Requena, en su lozana mocedad querían presumir de madre guapa, que todos se enamorasen de ella. Uno de sus objetivos consistió en desarrollar un centro de carácter cultural, deportivo y artístico que diese prestigio a la ciudad y facilitase a sus habitantes una vida social más amplia y agradable[4]. Una manera de intentarlo fue sugerir gozar de la belleza de las montañas. El Círculo contaba con una sección de excursionismo, cuyo vocal era Julián Sáez. En su afán por destacar el encanto de los pintorescos alrededores, proyectó realizar una serie de excursiones por la comarca, pese a que el excursionismo no se encontraba muy desarrollado en Requena[5]. Hoy podemos localizar en Internet interesantes y bellas rutas turísticas en la comarca, pero veamos como las sugirieron aquellos jóvenes:
1. Destino: Tabarla.
Había que ir en camión por la carretera general hasta Calabuig, Mijares, La Paridera, y Tabarla. Allí se podían visitar el Manantial o diversos parajes del Magro. Era un buen sitio para la pesca.
2. Destino: Montote.
Era una marcha que se podía hacer a pie. Siguiendo por la carretera a Casas de don Juan y del Almendro. Juego de los Bolos. La cueva del Gállego era un lugar para visitar.
3. Destino: Peñas Altas.
Itinerario que se podía hacer a pie, camino de Castejón, Calvestra y Villar de Salas, río del Reatillo y visitar el Cinto de Peñas Altas.
4. Destino: Los Angelitos.
Siguiendo a pie el curso del río Magro, visitar el Atrafal, Pico de la Vieja, y Cinto de los Oncejos.
5. Destinó la Pedriza.
A la Pedriza se recomendaba ir en bicicleta, siguiendo la carretera de Villar de Olmos, hasta la gruta de la Pedriza, con formaciones de estalactitas y estalagmitas de gran belleza.
6. Destino: Montote-Hortunas.
A pie desde el Montote por la senda de la fuente Oriente, barranco Malo, río Magro y Hortunas, para visitar las fuentes de Oriente, del Prado. y al regreso, por Molina de la Marina y Llano Portales, visitar la choza cubana del Trillero.
7. Destino: Cofrentes.
Esta ruta ya exigía un transporte motorizado, en aquel tiempo un camión. Por la carretera de Almansa a visitar la fuente de la Chirrichana, obras de salto de Basta, y balneario de Los Hervideros.
8. Destino: pico del Tejo.
A pie por el Telégrafo, casas de Víllora, Cárcel y La Roja, y Pico del Tejo. Visitar El Mojón, Humbría y Chorreros de Mari-Luna.
9. Destino: Hortunas.
Esta excursión se recomendaba hacerla en camión, siguiendo por la carretera de La Portera-Hortunas a visitar cueva de la Moneda, fuente de la Canaleja y tollo de la Fuen-Vich, donde había buena pesca.
10. Destino: pantano de Alarcón.
Saliendo en autobús por la carretera de Madrid hasta Motilla del Palancar y Alarcón. El puerto de Contreras, el embalse y las obras de fábrica, eran un buen lugar para conocer. Después seguir hasta el castillo de Alarcón.
11. Destino: molino de Marina.
Había dos itinerarios, uno a pie, siguiendo el curso del río Magro y otro por carretera, en camión, a visitar la presa de Hortunas.
12. Destino: Cueva Hermosa.
Siguiendo por la carretera de Almansa y la desviación hacia la Cabezuela, se llegaba a Cueva Hermosa, gruta de belleza sorprendente con grandes formaciones de estalactitas y estalagmitas.
13. Destino: Los Morenos.
Se podía llegar en bicicleta, siguiendo la carretera de Albacete hasta Los Duques y Rambla de los Morenos, se podía visitar el manantial de los Morenos, y Humbría de los Santos.
14. Destino: Alcalá del Júcar.
Marchando en bus por la carretera de Albacete hasta Casas Ibáñez y por el de la Venta de la Vega hasta Alcalá, donde se podrían visitar diversos parajes del río Júcar. y Los Túneles.
15. Destino: Los Angelitos-Hortunas.
Siguiendo a pie el curso del río Magro se puede visitar la cueva de Los Angelitos, en Hortunas.
16. Destino: pantano del Buseo.
Siguiendo la carretera de Chera se podía visitar el barranco de la Hoz, la fuente de los Regalos, y el río del Reatillo.
17. Destino: Tabarla.
Por la carretera de Valencia y de Calabuig se podían visitar Sierra Martés, barranco de las Lombrices, y Manantial.





[1] GARCÍA PÉREZ, A.: «Estío», en Alberca 6 (1952), p. 6.
[2] RODA GALLEGA, L.: «Panorama Requenense», en Alberca, 2 (octubre 1951), p. 14.
[3] VAL, Ricardo de: «El paisaje de Utiel», en Vida andariega, Ediciones Rumbos, Madrid, 1950, pp. 76-78.
[4] MARTÍNEZ HERNÁNDEZ, Mª. C.: «La revista Alberca (Requena 1951-1952)», en Oleana, 37 (2021) p. 190.
[5] CÍRCULO REQUENENSE: «Proyecto de excursionismo para 1952, en Alberca, 4 (enero-febrero 1952), p. 12; Id.: «Proyecto de excursionismo para 1952 (mes de julio)», en Alberca, 5 (marzo –abril 1952), p. 12.