A la diligente Judith Tirado Juanuix.
En la primera mitad de 1812 el imperio napoleónico se encontraba en su cénit. Sus tropas continuaban conquistando posiciones en la península Ibérica, como Valencia, y su rival Gran Bretaña entró en guerra con los jóvenes Estados Unidos. Sus delicadas relaciones con Rusia se rompieron definitivamente y con la ayuda de sus satélites y aliados Napoleón se puso al frente de un numeroso ejército contra el imperio de los zares. Los estrategas prusianos de Alejandro I recomendaron replegarse, ir cediendo terreno para poner al límite las líneas napoleónicas de suministros.
Los coetáneos no lo apreciaron con igual claridad que nosotros, pero en aquel año también se inició la caída del poder de Napoleón. Lo sucedido en tierras españolas tuvo gran importancia. Con todas sus limitaciones prácticas, los resistentes españoles promulgaron en la asediada Cádiz una Constitución, que el mismo zar obligaría a jurar a todo soldado español bajo su mando. Las fuerzas aliadas vencerían a las napoleónicas el 22 de julio en la batalla de Los Arapiles. José I se replegó hacia Valencia y el duque de Wellington avanzó hasta Madrid. El 25 de agosto las tropas del general Villacampa se apuntaron la victoria del Tollo, entre Utiel y Caudete, que mereció la alabanza de la Regencia a los soldados que tomaron parte, además de expresar la viva preocupación por las viudas de los caídos.
Con todo, las fuerzas de Wellington no consiguieron tomar el castillo de Burgos, debiendo retirarse a posiciones más seguras el 21 de octubre. El duque de Hierro se retiró a posiciones más al Oeste, donde pasó unos días sombríos. Sin embargo, dos días antes de su repliegue Napoleón había ordenado el suyo desde Moscú, iniciando la terrible marcha que ocasionaría la muerte de miles y miles de soldados.
Las fuerzas españolas, en la medida de su capacidad, prosiguieron presionando. El general Elío dirigía el II y el III Ejército, muy aquejado por la falta de suministros. A pesar de ello, se llevaron a cabo pequeñas acciones para desgastar a los napoleónicos, al modo de las guerrillas.
El comandante de la sección ligera de línea Gaspar de Bobadilla fue comisionado por el coronel Villalobos para atacar en la medida de las posibilidades a los napoleónicos que ocupaban Requena desde enero de 1812.
Bobadilla marchó a Utiel para informarse de las fuerzas contrarias. Supo que solo contaban con trescientos cincuenta infantes y quince caballos, un contingente que se consideró asequible al ataque pese a contar solo con tres oficiales y veinticuatro soldados, un verdadero comando.
Se disponía del siempre útil factor sorpresa y a las seis y media de la mañana del 24 de noviembre se inició la acción. En aquel momento los napoleónicos procedían a la retirada de su retén. El éxito acompañó a los españoles, que acuchillaron a varios en las calles. Se logró incluso acceder al fuerte establecido en el convento de San Francisco, que los napoleónicos pretendieron convertir en una auténtica ciudadela, llegándose a liberar hasta cinco prisioneros. Aquéllos pronto se rehicieron. Abrieron fuego desde el mismo fuerte y las casas que ocupaban, lo que impidió la liberación de más cautivos.
El ataque concluyó bien y probó las defensas de los napoleónicos en Requena, que prosiguieron fortaleciéndose. Junto al mismo comandante Bobadilla se distinguieron por la gloria de la patria los tenientes José López Grande, Rafael Alesón y Manuel Arenas, además de los soldados que no fueron citados en el parte de guerra del general Elío al Estado Mayor General desde Albacete. Mientras, la falta de víveres apretaba a todos.

Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL, Depósito de la Guerra, 91, N. 52.