Cuando se estudia el imperio español de tiempos de los Austrias, impresionan diferentes aspectos. Uno de ellos es cómo se encaró con las distancias planetarias, pues más allá del sistema de galeones de la Carrera de Indias se tuvieron que cubrir rutas vitales. La carencia de minas y de comunidades amerindias propicias obstaculizó su despliegue en Nuevo México. Los portugueses, durante la unión de Coronas, se afanaron en explorar en su provecho la Amazonía, creando más de un susto en el Perú español. Alguien puede pensar que en Europa las cosas resultaron más fáciles, pero no lo fueron en absoluto. La comunicación a través del canal de la Mancha se hizo más peligrosa cuando Inglaterra adoptó una postura hostil. En el Mediterráneo Occidental se tuvo que combatir con vigor contra los turcos y sus aliados norteafricanos, y el mantenimiento del Camino Español que conducía a los Países Bajos resultó costoso en términos económicos, diplomáticos y militares. Los franceses observaron con preocupación cómo los dominios españoles cercaban gran parte de su territorio, pero sabían que disponían de líneas de comunicación interiores más sólidas para movilizar unas tropas numerosas.
Con Carlos V ya se había comprobado que la base del poder de los Austrias era Castilla ante un Sacro Imperio dividido por las querellas religiosas y políticas, que a la sazón hacían muy difícil allegar recursos de forma rápida. Dentro de la España de aquella época los castellanos acrecentaron su número de habitantes: los aproximadamente 3.919.000 de 1530 se convirtieron en 1591 en unos 5.598.000, con un 42% de crecimiento. Castilla la Nueva lo superó, con un 86%, pasando de los 614.000 a los 1.145.000, mientras su hermana Castilla la Vieja solo creció de los 1.049.000 a los 1.254.000, con un 19%. El siglo XVI fue de expansión demográfica para los castellanos nuevos, que incrementaron del 15% al 20% su peso dentro de Castilla. El vecino reino de Valencia pasó de 273.000 a 360.000 habitantes aproximadamente, un 32%.
La villa de Requena también vivió un periodo expansivo en el XVI, alcanzando unos 3.600 habitantes a fines de siglo. Ubicada entre Toledo y Valencia, y dentro de la coetánea provincia de Cuenca, constituía uno de los núcleos que habían florecido en tierras castellanas. Su núcleo urbano regía un extenso término, en el que ya despuntaban aldeas como las de Camporrobles. Era uno de los puntos de apoyo de la logística del imperio español, que no hubiera podido movilizar sus ejércitos sin las pertinentes ayudas municipales.
En el Quijote los mesones y las gentes que los frecuentaban adquieren una importancia medular, y no se trataba de una licencia literaria del gran Cervantes. Considerados de gran valía para dispensar alojamiento y alimento a los viajeros y comerciantes, los mesones se regulaban por una serie de ordenanzas. Sin embargo, en los mismos se podían vender ilícitamente cereales (sin licencia municipal), jugar y ser frecuentados por mujeres públicas.
A falta de acuartelamientos al modo contemporáneo, los mesones dieron servicio a los soldados del rey, y la estratégica Requena tuvo en el siglo XVI una calle de mesones. En vísperas de la segunda bancarrota de Felipe II en 1575, todavía la situación del Mediterráneo Occidental era peligrosa para los intereses españoles, pues la batalla de Lepanto no había rendido las conquistas anheladas, y la quebrantada fortaleza de la autoridad real en los Países Bajos requería de refuerzos que pasaran por aquel mar. Valencia, con una importante población morisca, suscitaba serios problemas de seguridad. Allí se enviaron las unidades de caballería ligera del marqués de Priego y de don Alonso Hernández de Córdoba, del linaje del Gran Capitán. En Requena el mesonero Navarro les ofreció paja y recibiría por sus servicios unos 2.602 maravedíes por el mismo municipio.
Los caminos y los accesos a Requena eran por ello vitales, aunque su mantenimiento se delegara en las autoridades locales. Las aguas de la fuente de Reinas perjudicaban el camino de forma preocupante, y su reparación no resultó nada fácil. Con todo, se quiso dignificar la puerta de Valencia, junto a las carnicerías, y en 1575 percibieron 100 reales (unos 3.400 maravedíes) el pintor de Utiel Miguel Torán y su cuñado Francisco Madrid por pintar su retablo.
Los requenenses también estuvieron aprestados militarmente para servir al rey. Los tambores de sus alardes de mediados de Pascua de Resurrección, bajo su estandarte y pendón de armas, costaron sesenta y seis reales arreglarlos. Ellos a su modo también tuvieron algo de quijotesco.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA. Libro de propios y arbitrios de 1573-94, 4721.