La historia puede ofrecernos anécdotas de todo tipo, acontecimientos en ocasiones asombrosos y hermosos que en Utiel y su Comarca son frecuentes. Uno de los más curiosos ocurrió justamente en 1764, cuando los colmeneros que crearon esta cofradía engalanaron la Iglesia de la Asunción con “tantas luces como abejas había en un enjambre” como motivo de agradecimiento a la Virgen del Remedio por haber oído sus plegarias y haber desecho los ciegos nubarrones que presagiaba una catástrofe que atentaba contra su supervivencia.
El siglo XVIII en Utiel fue un momento de estancamiento generalizado de la economía de la villa. La población había sido prioritariamente ganadera, la cual entró en una importante crisis que tendió a una constante reducción de la cabaña ganadera hasta su casi completa desaparición. Por su parte, los intentos de industrialización habían acabado rápidamente. Todo ello forzó el desarrollo de la villa únicamente a través de la agricultura y la apicultura. Surgió una asociación de carácter gremial seguramente continuadora de alguna agrupación anterior de origen bajo medieval. La Cofradía de Labradores y Colmeneros de San Isidro Labrador se constituye de manera oficial el 3 de enero de 1775, realizando desde su origen una firme defensa de los intereses de sus socios y siendo promotor de la cultura popular, como fue el acontecimiento al que hoy nos referimos.
El número de colmenas a mediados del XVIII era de unas 2.520 según el Catastro del Marqués de Ensenada, lo que demuestra la importancia de este sector. No obstante, la actividad laboral por excelencia del campesinado utielano era la agricultura. Se cultiva lino, azafrán, cáñamo, con cada vez más importancia viñedos, y sobretodo cereal (trigo, cebada, avena, centeno, etc.). Además, se recolectaban plantas silvestres, principalmente esparto, como complemento de su actividad jornalera en el caso de los más humildes. Por lo tanto, se trataba de una comunidad agraria de subsistencia que requería la lluvia de manera imperiosa para su sustento. Pues a falta de medios técnicos, sólo la naturaleza ofrecía el agua que requería sus campos y de ella dependía en buena medida el caudal con el que alimentar las acequias de las huertas tradicionales.
Por esa razón, las sequías podían ser realmente terribles, convirtiéndose la falta de agua en el campo utielano en una hambruna. Igualmente, una excesiva cantidad de lluvias podía ser perjudicial, provocando riadas que generaban daños importantes en los cultivos y en el centro urbano de Utiel, como ocurrió en 1768 en el llamado “Año del Diluvio”. Por no olvidar la “piedra”, las granizadas que podían destrozar un buena cosecha en cinco minutos en el momento más inesperado. Desgraciadamente, las inclemencias climatológicas fueron un mal habitual en el siglo XVIII. Ballesteros Viana, nuestro insigne historiador cuya obra ha permitido conservar el pasado de la Ciudad, resalta “la escasez de lluvias, y para su remedio, las frecuentes procesiones á la Sierra del Negrete como la nota más saliente de esta época”. Como resultado a una situación de crisis, la sociedad altamente religiosa y supersticiosa de ese momento tendió a volcarse aún más en la fe como consuelo espiritual. Ya fuese acudiendo a la imagen del Nazareno, realizándose rogativas, o como medida más desesperada, la romería al Remedio.

En 1760 se hicieron “rogaciones al ermitorio del Remedio y aguas abundantes en Abril que apagaron la sed del suelo y la esperanza renace al poco entre los labradores, y á poco también se desvanece: los días 19 y 25 de Mayo se cubrió el cielo de negros nubarrones y dos tempestades tan funestas como airadas, esparcen la ruina por los ámbitos de nuestra comarca”. Fue tal la situación que el gobierno de Carlos III como medida humanitaria relevó á la villa de su tributación en ese año. Los siguientes cuatro años la situación no mejoró, la escasez de lluvias provocó una reducida cosecha “de una tercera parte de los frutos del campo”. Dificultades que no solo sufrían los agricultores, sino también los apicultores, pues tanto la lluvia como la piedra condicionaban la floración de las plantas silvestres, y por consiguiente, la cantidad de miel y de cera que se consiguiera de los vasos de corcho, las colmenas tradicionales.
Partiendo de este complicado contexto anterior, surge la noticia que nos interesa. Ballesteros la conoció a través de documentación de la época donde lo describía, pero que por desgracia no ha llegado hasta nosotros. A comienzos de la primavera de 1764, a ruego de los colmeneros se trajo a la ciudad la imagen de la patrona “por que su presencia en el templo evitaría también la perdida de la cosecha de este año”. Casualmente las nubes de mal agüero se alejaron del campo utielano, sin ocurrir incidencias ese verano.
Como agradecimiento a la Virgen del Remedio, el gremio de colmeneros, que aún no se había constituido como la Cofradía de San Isidro Labrador, solicitó a las autoridades municipales y eclesiásticas el traslado de la talla de la Virgen en septiembre para celebrar unas “grandes fiestas” donde “se encendieron tantas luces en el templo como abejas se contaron en un enjambre”. Un acto solemne muestra de fervor religioso donde se engalanó toda la Iglesia de Santa María de Nuestra Señora de la Asunción con un enorme número de velas, teniendo en cuenta que la media de abejas en un enjambre gira alrededor de los 80.000 insectos. Además sería acompañado por una de las grandes tradiciones vinculadas con los colmeneros, las danzas autóctonas de moros y cristianos.
Se trata de un esporádico acontecimiento anecdótico pero que refleja una serie de características del Utiel del siglo XVIII. En primer lugar, el aspecto religioso señalado anteriormente asociado con la superstición y la climatología. Por otro, la mención de una agrupación gremial de cierta importancia, pues están capacitados para solicitar y organizar los festejos, anterior a la Cofradía de Colmeneros y Labradores de Utiel, fundada nueve años después. Mencionando una serie de familias que capitaneaban tal asociación (Ponce, Arona, Serrano, Zapata, Latorre, López, Casero, Navarro, Zafrilla, Ruiz, Gabaldón, Martínez Alcantarilla, etc.), todos ellos apellidos de gran relevancia en nuestra población. Familias colmeneras que gracias a su dedicada ofrenda consiguieron hacer un espectáculo bien puede decirse que único. En palabras de otro gran historiador utielano, D. José Martínez Ortiz: “Habría haberse visto la anchurosa nave de la iglesia alumbrada por tantas y tantas velas, cuya llama vibrante resaltaría más la esbeltez de los muros y columnas bajo la gótica bóveda”.
No tenemos constancia sobre nuevas rogativas de este tipo destinadas a «partir el nublo» o deshacer los nubarrones. Aun así, no lo podemos descartar del todo. Pues el vecindario abusó ciertamente del hecho de bajar a la Virgen con motivo de la escasez de lluvias. De hecho, así ocurriría al año siguiente, de nuevo en 1767, permaneciendo esa ocasión la virgen en la iglesia parroquial hasta enero del posterior año, y repitiéndose un total de siete veces más entre 1779 y 1788.
Más de 250 años después, la memoria de este peculiar acontecimiento consumado por nuestros antepasados ha sido recuperada del olvido. Siendo motivo suficiente para llevar a cabo una iniciativa de recuperación del proyecto de engalanar la Iglesia y la Ciudad Antigua de Utiel con velas para resaltar aún más el ya por sí atractivo conjunto histórico-artístico con el que cuenta. Los tiempos han cambiado, pero 250 años después los utielanos vuelven a realizar este magno acontecimiento, no como consecuencia de las amenazas climáticas que sufre nuestra tierra, sino para poder aplacar la dura crisis económica que sufre nuestra Ciudad. Problema imprescindible de solucionar si queremos que Utiel tenga un futuro, y para el cual, el turismo debe ser uno de los pilares para la recuperación. Convirtiéndose proyectos como “Utiel, a la Luz de las Velas” en esenciales para la dinamización turística y cultural de una tierra, la nuestra, con un enorme potencial sin explotar.