El vizcaíno en Castilla.
En un famoso pasaje de nuestra literatura don Quijote se enfrentó con un escudero vizcaíno que en mala lengua castellana y en peor vizcaína le espetó:
–Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas el coche, así te matas como estás ahí vizcaíno.
A lo que el de la Mancha replicó:
-Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura.
El vizcaíno ardió de indignación al ver cuestionada su condición nobiliaria, pues él era vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo. En teoría los varones de Vizcaya, como los de Guipúzcoa, gozaban del privilegio de la hidalguía, aunque los censos del siglo XVIII la reducían a un poco menos de la mitad. Junto con Álava y Navarra mantuvieron sus instituciones y personalidad dentro de la Corona de Castilla, participando en su vida económica, social y cultural en el siglo XVI. A veces con el nombre de vizcaínos se llamó a muchos vascos que terminaron haciendo carrera y afincándose en otras tierras de la Corona castellana. Precisamente a Requena, entre la laboriosa Cuenca y la emprendedora Valencia, llegaron en aquel siglo emprendedores hombres de aquellas tierras.

Las provincias vascas bajo Carlos V.
A diferencia de lo que acontecería mucho más tarde, la dinastía de los Austrias suscitó grandes adhesiones en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. No se sumaron al levantamiento de las Comunidades y sus hombres participaron con interés en las empresas imperiales. Los caballeros e hidalgos del señorío de Vizcaya recibían una retribución por el número de lanceros y ballesteros mareantes que aportaran a las fuerzas reales, en un mecanismo muy similar al de los caballeros de la nómina de Requena. Sus carabelas y naos también eran muy apreciadas.
En un tiempo en el que los estatutos de limpieza de sangre ganaban cada vez más reconocimiento, se llegaría a prohibir la residencia en tierras vascas a los descendientes de judíos. La vinculación entre pureza de linaje y nobleza se concretó en decisiones como la negación de la vecindad de los pecheros en Guipúzcoa por sus Juntas de 1527.
Con una tierra accidentada y de clima oceánico, los vizcaínos y los guipuzcoanos pronto se vieron abocados a la emigración, pese al aprovechamiento de sus recursos. Las gentes de unas tierras en transformación se desparramaron por las tierras de Castilla.
En el Fuero Nuevo de Vizcaya (1526) se reconoció la titularidad de sus naturales sobre los recursos de su subsuelo. La autorización también abarcó los terrenos de ejidos y dehesas. Dada la abundancia de mineral de hierro, se desarrollaron en el señorío las ferrerías hidráulicas a partir de la experiencia de las del monte. En Guipúzcoa descollaron las herrerías de Mondragón. La fabricación de armas se benefició enormemente de ello.
Al abandonarse la reducción del mineral de hierro en los montes se pasaba a elaborar cal a partir de las rocas calizas y lo vascos también engrosaron las filas de los caleros, además de los canteros que se desperdigaron por Soria, Cuenca, Madrid, Salamanca, Plasencia, Cáceres y tierras de Portugal. En 1577 los canteros vascos protagonizaron un sonado motín en San Lorenzo del Escorial.
A tales actividades sumaron las de constructores de barcos, navegantes y pescadores del bacalao y de la ballena, además de la de escribanos, los tinteros cántabros de los que hablara en el siglo XVII el bilioso Quevedo.
El calero.
La presencia de los vizcaínos en tierras requenenses se hizo sentir en la segunda mitad del reinado del César Carlos, coincidiendo con la intensificación de la explotación forestal y ganadera de sus términos y con el desarrollo comercial y urbano del Este hispánico.
En el fondo se trataría de la prosecución de una tendencia anterior, pues el estudio de los apellidos requenenses de la época indica la procedencia última vasco-navarra, a través de Cuenca, de varios de nuestros vecinos.
En 1538 en la Serratilla se practicaron caleras que ya suscitaban ciertas prevenciones. El municipio, como titular último del territorio en nombre de su majestad, gozaba del derecho de autorizarlas. El 20 de febrero de 1539 el vizcaíno Marquina obtuvo la correspondiente licencia para hacer cal.
El cantero.
Nos encontramos con individuos emprendedores y cualificados que no inmigraron en masa y que terminaron integrándose en la sociedad de las antiguas tierras conquenses por la vía laboral y la matrimonial.
El calero Marquina trabajó y prosperó y en 1542 ya no solo ejerció como calero. Él sería el que a fecha 23 de diciembre de aquel año dispondría los pilares de piedra de la plaza del Arrabal. El vizcaíno ya dirigía con éxito un grupo de artesanos y trabajadores, capaz de lograr encargos de la administración municipal.
El vendedor de armas.
La villa de Requena no solo requirió los servicios de los vizcaínos en la construcción.
Los peligros militares que acechaban a la Castilla de fines del reinado de Carlos V, tan angustiado en el Sacro Imperio y enredado en la guerra mediterránea contra los otomanos (con simpatías entre los moriscos valencianos), condujeron al apercibimiento de muchos municipios castellanos, como el nuestro, fronterizo con el reino de Valencia.
En 1552 se decidió que Requena pidiera licencia a su majestad para comprar unos 200 arcabuces con munición y unas 200 picas de pinos para distribuirlas entre los vecinos con menos recursos. Los más ricos sufragarían la adaptación armamentística de la hueste o milicia local en algo parecido a un tercio, que combinaba armas de fuego y blancas.
El encargado de proveer a los requenenses de tal arsenal en 1553 sería Domingo de Ondárroa, a precio de 16 reales por arcabuz y 3 reales y medio por pica. Sabemos que a la altura del 12 de marzo de 1554 iría a conseguirlos a la guipuzcoana Vergara, una villa que como Requena vivía unos intensos tiempos de transformación, en el que los pueblos de las Españas intensificaron sus relaciones en la Península y mucho más allá.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1535-46 (2896) y de 1546-59 (2895).