La era de las dehesas.
Entre finales del siglo XVI y comienzos del XVII, las numerosas dehesas de la tierra de Requena dispensaron grandes beneficios a las arcas municipales, al ser bienes de propios del concejo. Sus pastos se arrendaron a buen precio, aprovechándose de la fuerte demanda de lana, carne y otros productos ganaderos.
Desde la Baja Edad Media, que sepamos al menos, se adehesó legalmente una parte considerable del extenso término municipal requenense, enclavado en los caminos que enlazaban el interior peninsular con las tierras del litoral mediterráneo, algo de especial importancia en las rutas de la trashumancia ibérica. A la fuente de ingresos de las dehesas se recurrió con demasiada insistencia para pagar los impuestos exigidos por los reyes, enfrascados a menudo en empresas guerreras de altos vuelos. Bajo los Austrias se llegó a abusar al respecto y los Borbones también quisieron sacar tajada. Sin embargo, en el segundo tercio del Setecientos las dehesas ya no dispensaron los provechos monetarios de antaño, cuando la labranza y la sedería cogieron vuelo.
En esta verdadera era de las dehesas, se atendió al equilibrio (o al menos se procuró) entre ganadería y agricultura, pues las ordenanzas municipales establecieron espacios reservados para las reses con la idea de preservar los cultivos de intromisiones no deseadas. Del mes de junio a la significativa festividad de San Miguel no podían entrar en los barbechos.
Se podría pensar que el cuidadoso adehesamiento y la laboriosa actividad ganadera aseguraron al vecindario de Requena una buena provisión de carne, en razonable cantidad y buen precio para el consumidor. La documentación municipal desvanece por completo tal esperanza. Demasiada gente de Requena consumió poca carne, con independencia del autoabastecimiento, y se vio sometida a la despótica tiranía de la malnutrición en unos tiempos de hambres temibles y no menos tremebundas enfermedades.
Las carnicerías municipales y el aprovechamiento de los pastos.
Con la llegada de la Pascua de Resurrección, se abría el tiempo cárnico del año, ya pasados los rigores de la Vieja Cuaresma, cuando el bacalao llegado de puntos como Alicante calmaban los apetitos. Según las ideas económicas vigentes de autoabastecimiento local y morales de servicio a la cosa pública, la república o sociedad organizada, el poder municipal debía garantizar el aprovisionamiento de carne, que también era susceptible de convertirse en una lucrativa fuente de ingresos.
Las carnicerías municipales requenenses contemplaron una tabla del macho y otra del carnero, en las que se encarecía la higiene en el corte de las carnes. Los ovicápridos tuvieron mucha importancia en Requena. En el repesado de las carnes intervino el almotacén. Las tablas se arrendaron por separado, pero también conjuntamente en alguna ocasión a un negociante del sector. En 1690 se arrendó la del carnero a Juan López, con la licencia de entrar en la huerta 150 carneros y de guardar la redondilla, espacio ganadero de aprovechamiento vecinal. Sin embargo, el arrendador no cumplió esta última condición, y los vecinos tuvieron que volver a apacentar sus cabalgaduras en los montes.
El gravamen tributario sobre la carne.
Desde la Baja Edad Media, la monarquía autorizó a los municipios a imponer unos tributos sobre los productos de primera necesidad vendidos en sus términos, pagados por los compradores, las sisas. Sirvieron para sufragar las obras de reparación de las defensas locales o atender el pago de requerimientos reales de dinero, entre otros destinos. Los monarcas autorizaron por ello su renovación regularmente, y terminaron convirtiéndose en un arbitrio fijo del erario municipal, como aconteció en Requena.
En 1522, la sisa de la carne sirvió para que Requena sufragara parte del servicio real. La reparación del puente de Santa Cruz, valorada en 3.000 maravedíes, se acometió en 1590 con los fondos de aquélla, a razón de un maravedí por libra. El servicio de los millones, en teoría para costear inicialmente la Gran Armada y luego para un sinfín de cosas, también fue atendido parcialmente con la sisa de la carne, con la atención que cada arrelde o cuatro libras de carne tributaría seis maravedíes. En 1637 se aumentó la sisa en un maravedí más por libra.
La subida fiscal se consolidó plenamente en el XVII al calor de los agobios de la política internacional de la Monarquía hispánica, militarmente muy comprometida. Se atendió en el fatídico 1640 al pago de 300 reales o 10.200 maravedíes en redención de la petición real de mulas. Como en 1647 el servicio de seis soldados costó a Requena 425 ducados o 157.250 maravedíes, la sisa del carnero se fijó en dos maravedíes por libra, un gravamen que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XVIII.
La carga que se impuso sobre la carne, cada vez mayor, no pudo sufragar todo lo esperado, que también fue a más, hasta tal punto que en 1640 los beneficios de dos comedias representadas por una compañía fueron a las cajas del abastecedor de carne. Tanta sisa aguantaron las carnes que se acrecentaron las de productos como el vino a mediados del XVII.
¿Abundó la carne en Requena?
Se diría que tanta sisa se impuso sobre unas carnes abundantes en el mercado, que fluían con soltura. Lo cierto es que hubo años en los que Requena careció del oportuno abastecimiento cárnico. En 1621, las tablas no tuvieron postores, pues no se vio ningún atisbo de negocio.
Los impuestos llegaron a matar la gallina de los huevos de oro. En 1650, se careció de carne y de carneros dos años después. Por aquel entonces no entraron más de sesenta carneros en la dehesa carnicera. Los ganaderos preferían evadir gravámenes, que les deparaban poco margen de beneficio en un mundo empobrecido, conduciendo sus rebaños a las granjas serranas, dejando al vecindario requenense con poca y mala carne.
Se intentó solucionar el problema autorizando en 1650 la entrada de 200 cabezas de ganado en la huerta, con no escaso riesgo, pero la propuesta del regidor Alonso Pedrón de enfranquecer fiscalmente la cría de ganado no prosperó. Todavía en 1725 se tuvo que acudir al expediente de tolerar la entrada de ganado en la huerta ante el impacto de una epidemia que había privado a Requena de carnero de buena calidad.
Esquivar la sisa.
El autoabastecimiento, en la medida de las posibilidades, y la evasión fiscal de algunos mermaron en grado variable contribución a la sisa de la carne, pero también los privilegiados intentaron hacer valer su posición legal para no pagarla.
En 1538 protestaron el cabildo eclesiástico y los caballeros por su pago, que vulneraba sus prebendas fiscales. Se les obligó a ello, por lo que en 1604 el clero requenense volvió a la carga al apelar ante el Consejo de Castilla. Los agobios hacendísticos de los Austrias eran tan graves que en el XVII terminaron por pagar la contribución, si bien se resarcieron de la misma por las refacciones o pagos compensatorios.
Otra manera de evadir la sisa era la de disponer de carnicería propia, por la que pugnaron sin éxito los carmelitas de Requena entre 1689 y 1691. En otras localidades, algunos institutos religiosos sí que contaron con tal, compitiendo con la municipal.
Pagos cuantiosos.
La presión fiscal sobre una carne escasa y de calidad muy discreta en muchas ocasiones aseguró a las arcas municipales sumas de dinero nada menospreciables.
En 1543 rindió la sisa en cuestión unos 9.000 maravedís, que se desplomaron a 1.224 en 1573-4. Sin embargo, la media anual de la recaudación de 1590-6 fue de 16.650. De la magnitud del esfuerzo da idea que en 1693 se asignaran de la misma unos 401.200 maravedíes para deudas tributarias, casi impagables.
La venta de carne, junto a la sisa asociada, también rindió su buen provecho. Pasado ya el trance de la guerra de Sucesión, ambas tablas dispensaron un beneficio de ventas 75.820 maravedíes en 1720 y dos años más tarde de 83.300, correspondiendo el grueso de la aportación a la tabla del macho.
El temido precio de la carne.
Entre 1700 y 1730, cuando despuntaba un nuevo tiempo histórico en Requena, el precio de la carne no dejó de subir para el consumidor, no poco consumido. Tal fue su evolución en maravedíes por cada libra de dieciséis onzas:
Año | Macho | Carnero |
1700 | 18 | 24 |
1704 | 22 | 32 |
1714 | 24 | 36 |
1723 | 20 | 32 |
1724 | 22 | 28 |
1725 | 20 | 30 |
1726 | 26 | 36 |
1728 | 28 | 40 |
1729 | 28 | 36 |
1730 | 26 | 36 |
La epidemia ganadera de la primavera de 1725 resultó grave, y la falta de postores de carnes en 1727 determinó al corregidor a procurarla en Moya, Minglanilla, Alcalá del Río y Jorquera.
Para una familia que en el mejor de los casos ganaba al día unos cuatro reales (unos 136 maravedíes), la carne distaba de ser asequible, especialmente si el precio del básico pan se encabritaba. Requerimientos reales y apuros financieros de las instituciones encarecieron su ya de por sí difícil manutención.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales, 1587-93, 2898.
Libro de actas municipales, 1593-1600, 2897.
Libro de actas municipales, 1650-59, 2740.
Libro de actas municipales, 1660-69, 3270.
Libro de actas municipales, 1686-95, 3269.
Libro de actas municipales, 1696-1705, 3266.
Libro de actas municipales, 1706-22, 3265.
Libro de actas municipales, 1724-30, 3264.
Libro de propios y arbitrios, 1573-94, 4721.
Libro de propios y arbitrios, 1594-1639, 2470.
Libro de propios y árbitros, 1650-1720, 2904.
Bibliografía.
GALÁN, Víctor Manuel, Requena bajo los Austrias, Requena, 2017.
